martes, 31 de enero de 2012

De regalo, siempre un libro



Viven los niños un momento dulce, dentro de las posibilidades de cada familia, a cada niño no le faltan regalos y juguetes por doquier, siempre hay un momento para regalar algo, cumpleaños, papa noël, reyes magos, vacaciones de verano, fiestas varias y otras de guardar, regalos y más regalos que se acumulan hasta acabar en alguna caja escondida en el fondo de un armario.


Padres, abuelos, tíos, amigos, todos regalan por cuadruplicado o quintuplicado en cada fecha, saturación de emociones que desde hace un tiempo me ha llevado a desestacionalizar el momento de dar los regalos, mi familia ya lo conoce y pocos esperan el regalo en la fecha convenida. Así le pasó a Uxue, que recibió su regalo de cumpleaños con unos meses de demora, pero al menos no competíamos con los fenomenales regalos del resto de la familia.


Tenemos por costumbre intentar regalar algo educativo en la medida de lo posible, quitando los juegos en las fechas navideñas, y un libro es nuestra elección preferida, le compramos un libro de Cuentos de Hadas, de esos que son todo recortables y se mueven solos, un libro precioso ribeteado de color rosa y tules de princesas, con brujas y príncipes encantados.


Por un momento fue feliz, con su libro nuevo, lleno de historias y cuentos para antes de dormir, en los tiempos donde todo se convierte en digital, que bonito es ver a un niño con un libro de papel y encuadernación en cartón, que la magia no se pierda. Felicidades, aunque tarde, Uxue. Por cierto, todavía tenéis en casa los regalos que os han dejado Papá Noël y los Reyes Magos, con un poco de suerte os los llevamos dos meses después.

lunes, 30 de enero de 2012

San Valero, tartamudo y ventolero



San Valero es el patrón de Zaragoza, y hoy su día, fue un santo nacido en la Caesarugusta romana en el siglo III d.C., de su vida se conoce bien poco, entre otras cosas que fue obispo de Zaragoza, tartamudo y muy longevo, y los pocos datos los sabemos a través de Prudencio que fue su biógrafo.  Prudencio era de origen calagurritano o caesaragustano a concretar, nació unos años después de la muerte del obispo Valero, y en su retiro en Hispania, tras haber sido prefecto de Teodosio y convertirse al cristanismo se dedicó a la poesía religiosa, así entre estrofas y métricas horacianas narró las andanzas de los mártires de Caesaraugusta, narrando el martirio de Santa Engracia y de San Valero, entre otros tantos mártires y santas musas de la ciudad tras los dos horribles años del paso de Daciano por Hispania que dejó un camino de sangre y santos a su paso.


Participó en el Concilium Eliberritanum o Concilio de Elvira, cerca de la actual Granada, en el que fue el primer concilio de esa zona, sin fecha exacta, en los comienzos del siglo IV d.C., allí se reunieron 19 obispos y 28 presbíteros durante varios años por iniciativa de Osio de Córdoba y fue un concilio que presidió el obispo Félix por ser el más veterano. San Valero participó y debatió sobre el celibato, la prohibición del matrimonio y relaciones sexuales entre cristianos con judíos, herejes o paganos, las vírgenes consagradas, la usura y las vigilias entre otros muchos temas eclesiásticos, todo quedó plasmado en diferentes cánones que se siguieron aumentando en los años siguientes.



Ya de vuelta a su ciudad, le tocó sufrir durante su episcopado la gran persecución del emperador Diocleciano, que dio comienzo en el 303 a los más sangrientos martirios hacia los cristianos. Junto con Galerio y Constancio promulgaron unos edictos aboliendo los derechos de los cristianos y obligándoles a cumplir con los sacrificios a los dioses. Los funcionarios locales dieron rienda suelta a sus desmanes, Maximiano la aplicó con firmeza en Hispania, los cristianos fueron perseguidos y a duras penas se escondían en cementerios y a las afueras de la ciudad para predicar su evangelio, en tiempos llenos de delaciones y venganzas, fueron dos años de persecución que finalizaron con la abdicación de Diocleciano y Maximiano, convirtiendo a Contancio en Augusto.


En aquellos años, en Hispania fue comisionado el prefecto Publio Daciano, que nada más llegar a Barcelona ordenó el martirio de San Cucufate y San Félix, llamado el Africano, en los mees de verano. Su rastro continuó en octubre en Gerona con el obispo Poncio y San Narciso, continuando de nuevo en Barcelona con el obispo Severo. Les siguieron San Víctor, Santa Aquilina y Santa Eulalia. En febrero del 305 encaminó la calzada hacia el centro de Hispania, parando en Caesaraugusta donde martirizó a Santa Engracia y a sus 18 compañeras.



Desde allí siguió hacia Complutum por la Cartaginense, dejando un reguero de sangre y martirios, quemando libros religiosos y obligando a ofrecer sacrificios a los dioses para no morir, que seguiría por casi toda Hispania durante dos años. Detuvo a San Valero como obispo de Zaragoza y le aplicó todo su rigor y principalmente a su diácono San Vicente, el mártir, ambos fueron trasladados a Valencia, cargados de cadenas, San Valero fue desterrado, se salvó gracias a su tartamudez, su dificultad de palabra se la suplía su amigo y compañero San Vicente, que era el que hablaba por boca de su obispo predicando la nueva fe a sus vecinos. San Vicente, en contra, fue condenado a morir el 22 de enero del año 306, fue torturado salvajemente, azotado, crucificado y maltratado atrozmente mientras convertía al crisitianismo a su verdugo, después su cuerpo fue lanzado a las aguas del mar de Valencia junto a una muela de molino agarrada a su cuello.


Murió San Valero en el año 315 d.C., el mismo año en el que se construía el Arco de Triunfo en Constantino, en Roma, entre el Coliseo romano y la colina del Palatino, tras la derrota de Majencio en las batallas de Saxa y Rubra. El ejército romano se había convertido oficialmente al cristianismo. El cristianismo por fin era libre, pero muchos no vivieron para contarlo.


Alfonso I el batallador, más de 700 años después, conquistó Zaragoza y casado con doña Urraca, y proclamándose "emperador de España" tras gobernar la zona de León, Castilla, Toledo, Navarra y Aragón mandó que los huesos del santo regresaran a Zaragoza desde Roda de Isábena donde se habían descubierto tras fallecer en su exilio, pero no lo logró, fue Alfonso II, el casto, el que en 1170 consiguió traer a la ciudad las reliquias del santo, que llegando por partes, reposan en la capilla barroca de la Catedral de San Salvador. San Valero quedó como patrono de la ciudad como así lo hizo San Vicente en la de Valencia.


Feliz día para la ciudad en un día tartamudo y ventolero, y para los más golosos rosconero, justa tradición pagana para endulzar un día en el que se recuerda el martirio y el dolor.

viernes, 27 de enero de 2012

Ecos de olas y sueños de noches



Mientras el invierno parece que por fin se abre paso, en la soledad de la fría madrugada, mis ojos se cierran y mi mente se va, viaja entre olores que se acompañan de recuerdos y suena a aromas que me remansan. Las olas golpean una y otra vez mi corteza, me inundan pero no duelen, son sueños tan reales como el pensamiento que los trae, forman parte de lo vivido que no se puede olvidar.


Recuerdos de un mar golpeando las piedras de Ibarrola en Llanes, espuma blanca a borbotones que a pesar de la distancia noto, siento que las olas se rompen encima mío, me gusta ese golpeteo contra el pecho de un agua ligeramente salada, pura como el cielo que refleja, verde como el azul que devuelve, mis pies se hunden en la arena y me quedo allí un rato, con los ojos cerrados y llenado mis pulmones de un viento que me sabe a vida, de un aliento que me sacia de esperanza.


Levanto la mirada y busco mi faro, sin necesidad de luz, me guía, sin camino que andar y senda que atravesar, con la nitidez que da el saberse nuevo, con la fuerza que da el sentirse mejor, tanto tiempo buscando una luz, para una vez encontrada no hacer sombra, destellos que giran y por los que lanzaría mi ancla buscando el cielo.


Mis ojos todo lo ven, pero ahora todo parece distinto, y mis recuerdos se tornan en paisajes perfectos, en prados de un verde rotundo y salvajes hierbas domadas por la lluvia, casas de piedra de tejados rojos y montañas de logotipos de cine arropadas de dulces nubes, el escenario perfecto para empezar a soñar.


Mientras el sol cae y la tarde entra en decadencia, las siluetas toman la poca luz que empieza a quedar y recortan, sobre las últimas nubes iluminadas, las formas de una naturaleza que me arropa y me acoge desde la distancia, sin sentir ni, frío ni soledad.


Las hojas de los árboles se convierten en un entramado de bordados imposibles, de encajes de vida, dando protagonismo al conjunto y olvidando al individuo, no hay sujeto, no hay ser, ahora todo es todo y todo se funde al paso del tiempo, igualándose lo hermoso, con lo menos bello, para lograr un conjunto más uniforme y único, mucho más justo.


Pelean los últimos rayos de sol con las cimas, con las copas de los árboles y con mis ojos, pelea el día con la noche. La estrella brilla para decir adiós a una naturaleza que no olvida y que volverá a ver pronto, los últimos animales gruñen en contestación y se despiden del final del día, para dar comienzo al silencio de las sombras.


Pero el hombre es amigo de vencer al destino, enciende sus luceros mientras el astro desaparece poco a poco, entre la sombra negra, las ramas se estiran hasta donde no llegan, fundiéndose con otras líneas que surcan los cielos, las penumbras me encogen en un periquete, lejos queda el mar, pero aún lo siento, cerca quedan las olas que todavía me golpean, mis pies siguen clavados en la cada vez más húmeda arena.


Las capillas emergen a la luz del farol, cautivan y rejuvenecen en el tiempo, recordando pasadas plegarias y devociones lastimeras, generaciones que siempre piden y poco dan, procesiones humanas que invocan a dioses, adoro el silencio, me apacigua el sigilo de la noche, sólo tengo una súplica, no despertar.


La noche se me apodera, y aunque me dejo querer, vuelvo a sentir frío, la soledad abriga poco, y sólo soy una sombra más en la oscuridad, busco mi refugio y lleno de energía me retiro, apuro la candela de mi alma y prendo fuego a lo malo de mi esencia.


Siento el fuego en mis entrañas y me despierto de mi sueño, ya empieza el día y los sueños parece que se acaban, pero por un rato he sentido estar allí, entre acantilados y montañas verdes, rodeado de mar y arena húmeda, he tocado la brisa y he olido el mar, ahora, vuelvo a la vida, vuelvo a la realidad y pero me revuelvo entre recuerdos y me niego a despertar.

jueves, 26 de enero de 2012

Más brisca, algo de ajedrez y un poco menos de maquinitas



Todas las veladas familiares suelen acabar de la misma forma, llegan los cafés, sale el postre, la gente reposa la comida y bosteza, conversaciones que se cruzan de un lado a otro, gente que recoge platos y otros que no nos levantamos ni a tiros, y mientras el abuelo comienza a dormirse manteniendo la pose lo mejor que puede, como si nadie lo estuviera viendo. Los licores aparecen en la mesa y es el momento de la autorización para que comiencen los juegos en familia, es la hora de la brisca o en la actualidad de la maquinita, son los nuevos tiempos, tiempos de ganar nuevas cosas y tiempos de perder otras igual de importantes.


Las maquinitas poseen ese encanto mágico que atrae a los infantes, más que las sirenas a los náufragos, es encenderla y desaparecer del mundo, integrarse entre Pokemon diferentes, bailar entre sus granjas de cautiverio y pelear, y pelear para ganar, competir y competir para conseguir mayor. Hasta aquí perfecto, lo malo es la individualidad de estos juegos, el poco valor colectivo que aportan en una velada, las maquinitas les atraen tanto, que consiguen hacerlos desaparecer de la mesa, mientras están encendidas, nada parece ocurrir a su alrededor y apenas responden a los estímulos de su entorno, ni los ronquidos de su abuelo parecen alterarle, ni una copa que se rompe, y ni un chiste que se cuenta parecen llamar más la atención que lo que sale de la maquinita.


Mucho mejor eran antes las sobremesas con partidas de brisca en las que nos mezclábamos niños con abuelas y padres con madres, todos jugando con aquellas cartas de Fournier gastadas y desgastadas a partes iguales, hablar, reír e intentar hacer trampas volviendo las cartas para que las viera tu compañero era todo uno. Y así funciona la mano izquierda paterna en los momentos acutales para llevar al hijo a abandonar otro día la maquinita y jugar una partida de ajedrez con esos tableros de imán que todavía rotan por casa de nuestros padres y en las que las fichas perdidas se reemplazan por las del tres en raya, pelea menos cibernética y más cerebral, ciertamente, aunque demasiado seria para una sobremesa. Unax, mi sobrino que es un tipo listo, se ha vuelto gran jugador de tute, y además al tute pierde en medio o más conocido por tute cabrón, pintar al triunfo y cantar las cuarenta o lo que se pusiera en medio hicieron muy diferente el rato que pasamos juntos, la algarabía volvió a la mesa y por un momento me pareció estar en otro tiempo y en otro lugar, jugando una partida de brisca con mi abuela.

miércoles, 25 de enero de 2012

De Zaragoza a Belén, un paseo a ritmo de tambor



Retumban las calles de Zaragoza en una mañana de domingo, que a pesar de estar marcada como invierno y ser los primeros días del año, todavía navideños, se muestra soleada y cálida, por un sol que lo ilumina todo. Las calles aún se muestran un poco húmedas, los tejados brillantes, las gentes adormiladas, por el fondo, cerca de la Seo, un ruido conocido de tambores surge desde infinitos ecos a ritmo acompasado, junto a un portal nos acurrucamos a la espera de la llegada de un sonido que cada vez se hace más presente. Al fondo de la callejuela, entre ecos de historias pasadas, de barricadas a la libertada, surge una procesión a cara descubierta, de fuerte color cárdeno que a golpe de tambor se abre paso en la mañana.


Hombres, más mujeres que hombres y niños, ataviados con sus túnicas rompen a paso de bombo el silencio de la mañana, no hay otra forma de verlos que no sea hipnotizado, el color, el ruido, la escena, todo se mezcla para crear una sensación de otro tiempo, un sentir que sobrecoge y cautiva a partes iguales. Pasan de largo de la misma forma en la que llegaron, con ruido, mientras ellos avanzan, nosotros también, y a nuestras espaldas el eco de los tambores se va diluyendo cada vez más.


La plaza del Pilar se muestra luminosa, el sol la baña y solo las losas del suelo transmiten el frío de la fecha, la plaza se encontraba llena de espíritu navideño, puestos, belenes, residencias reales y niños, toda una algarabía de colores y vida en una ciudad que aún bostezaba de la resaca, en las calles próximas, del sábado, la unión de lo sacro y lo profano siempre bien cercana.


Frente al Ayuntamiento, la casa de todos, donde ninguno queremos entrar, puestos dulces, mieles, quesos, pulseras y regalos navideños, todos en unas bonitas casetas de madera como las que se instalan en todas las ciudades por estas fechas. Mucho mirar, mucho pasear y poco comprar, vendedores aburridos, con cara de resignación, parcos en palabras y mustios, que incitan todavía menos a la compra, otros descamisados y en manga corta, acercando sus productos a estos lares.


En un puesto me llaman la atención los llamadores de ángeles, siempre me han atraído, con su esfera redonda de plata o imitación, y emitiendo ese sonido armonioso de campanitas cuando se agitan para conseguir la protección de quien los posee. Cuentan que hace miles de años, en esos tiempos donde sólo habitaban las leyendas y de los que nunca quedan hechos, los hombres vivíamos en contacto directo con nuestros ángeles guías o ángeles de la guarda, todo iba bien hasta que el hombre pecó, con conocimiento y causa, y seguramente sin propósito de enmienda, así que los ángeles tuvieron que dejar de vivir con nosotros, se marcharon apenados y llorando por dejar a los seres que más amaban y les dejaron en recuerdo un colgante para que lo hicieran sonar siempre que los necesitaran. Desde que los vi, cada vez que oigo sonar una campanilla me vuelvo por si acaso veo a uno.


En un puesto un poco más lejano, la gente se agolpa para comprar dulces caseros, entre ellos las célebres rosquillas que todos hemos visto hacer en casa y que ahora las cobran a precio de repostería selecta. Tan sólo verlas me trae recuerdos de la infancia en las que se juntaban mi madre y mi abuela junto a la mesa de la cocina y los fogones, preparaban una masa entre harinas, agua, mantequilla, huevos y anís, cada una se colocaba en su parte de la cadena de trabajo, y mientras mi abuela hacía las rosquillas mi madre las acababa de freir. Ese día era una fiesta, las rosquillas, secas como ellas solas, se convertían en un dulce pretexto de merienda deliciosa a media tarde, que debía acompañarse de un buen vaso de leche con cacao para que pasaran adelante, el resto de los días y las semanas, se acumulaban en un armario pasando del estado dulce al pétreo, y finalizando su periplo abandonadas a su suerte, hasta la próxima vez que el alto mando matriarcal decidía juntarse de nuevo para hacer rosquillas.


Alrededor de la plaza unos burros, unos sencillos burros, que lejos quedan de los videojuegos más sofisticados, hacían las delicias de los niños, que los podían tocar y sentir, viviendo la experiencia de montarlos y ver que se movían sin pulsar ningún botón. Algunos niños se resbalaban por las monturas y sus padres los colocaban como podían, otros se inclinaban hacia los lados haciendo temer lo peor en cualquier momento, pero todos juntos en fila india rodeaban la plaza llenando un poco de realidad ese escenario mágico.


Al otro lado los tronos reales, descansan o esperan a los sueños de los niños, Melchor, Gaspar y Baltasar todavía reposan de un sábado duro, donde un montón de niños les gritaban sus deseos con forma de juguete, uno a uno los subían a sus rodillas y les preguntaban si habían sido buenos, los niños dudaban, ¿buenos según quién? se preguntaban, algunos no podían ocultar la verdad, otros la tamizaban con inocencia infantil. Ahora el guarda que custodia los tronos habla con los niños y con gentileza les dice que ahora descansan, pero que luego vendrán, los niños marchan contentos con sus cartas en las manos y ningún comodín para cambiar.


El Pilar se muestra radiante, con las palmeras y un Belén a sus pies parece una maqueta colosal que llena de dramatismo y pompa lo que a sus pies se vive, sus once cúpulas techadas con sus tejas de colores azules, amarillos, verdes y blancos apuntan hacia el cielo jalonadas por sus cuatro torres. Sobre la cornisa de la fachada resalta la balaustrada con las estatuas de santo que tanto me sobrecogían de pequeño, hoy se ven radiantes y llenas de fuerza, sin claroscuros, con la fuerza para la que fueron diseñados.


La mayoría de las esculturas, siete de las ocho, son obra de Antonio Torres Clavero, escultor poco reconocido, casi olvidado y profesor de la Escuela de Arte y Oficios de Zaragoza, obras que talló en los locales que hay bajo el convento de San Juan de los Panetes, allí les dio forma a aquellos bloques de piedra.


Así lo es San Vicente Mártir, de más de cuatro metros de alto y dos de ancho, santo zaragozano u oscense que era la voz del obispo Valero, siempre representado con la muela de molino en recuerdo de su duro martirio. Ahora nos mira, relajado y tranquilo, asombrado de lo que hacemos debajo.


Le acompaña San Braulio, escritor y obispo de la Zaragoza visigoda, en los tiempos de Chindasvinto y Recesvinto, esos reyes que cuando uno los estudiaba le hacían, y le siguen, haciendo mucha gracia, gran intelectual, escribió en loor a San Millán de la Cogolla y abundantes epístolas a otros obispos de su tiempo. Ahora parece que pasa lista a los madrugadores de un domingo que ya torna a la hora del vermut.


San Valero, festividad que pronto celebraremos, exhibe un libro, a modo de las tablas de los mandamientos, a falta de roscón para degustar. Se muestra serio, como santo patrón que es de la ciudad, fue maestro de San Vicente Mártir, al que tiene de piedra muy cerca, a uno de sus lados. San Valero se dice que era tartamudo, o como gustaba decir entonces, de difícil palabra, lo que hizo que San Vicente hablara por él, llevándose éste el martirio de los dos.


San José de Calasanz, mucho más actual que sus vecinos esculpidos, se refleja como lo que fue, un gran pedagogo, sacerdote y santo oscense, nacido en Peralta de Sal. Fue el fundador de la primera escuela cristiana popular de Europa, a él le debemos los que hemos ido a colegio de curas todos los credos y catecismos que nos teníamos que aprender.


San Vicente de Paul, es la única obra del escultor zaragozano Félix Burriel, discípulo de Francisco Borjas y profesor de dibujo durante muchos años en la Escuela de Artes Aplicadas de Zaragoza, es el más actual de los santos representados, que aunque francés, se codea con sus correligionarios zaragozanos, reflejando su labor docente y misionera, al grito de "los pobres son nuestros amos y señores".


Por los rincones de la plaza todavía quedan restos encantadores de nuestro pasado reciente, de épocas en las que los hostales ofrecían calor y cama a los jóvenes que venían de los pueblos o de otras ciudades cercanas a encontrar trabajo en Zaragoza, en el mejor de los casos, todo dependía de la moralidad de la dueña del Hostal.


A lo lejos una pared se ilumina con un graffiti emulando un grabado de un autorretrato de Goya para informar del Museo Camón Aznar, publicidad velada, sin logotipo y a mano, que tiene mucho más encanto que cualquier cartel de los que en la actualidad exhiben en sus oficinas. Me dejo llevar por las callejuelas de una ciudad, que me conduce sin rumbo, con olor a café recién hecho y con mis ojos mirando de un lado para otro sin parar.


Unos pasos más allá me topo con alguien, que como yo, está objetivo en ristre, los dos apuntándonos para sacar la mejor foto, he de reconocer que él, Eduardo Jimeno Correas, se estuvo más quieto que yo. El pionero cineasta zaragozano y español aguanta estoicamente con su cámara Lumière el buen tiempo y el mal tiempo, con graffitis cercanos y palomas devorando restos de pan, esperando que de nuevo salga la gente de misa del Pilar.


Finalmente y después de andar lo suficiente nos marchamos a tomar unas tapitas y una reconfortante cerveza al Méli-Mélo, para probar su tapa ganadora, verdaderamente excelente, buen ambiente, un poco lleno la verdad, pero justo final para una mañana de domingo de un enero cálido impropio de estas fechas pero que no se puede por menos que agradacer.


Hasta el próximo domingo Zaragoza.


martes, 24 de enero de 2012

San Silvestre en Gasteiz, carnavales por patas



Cuando el año acaba la gente hace cosas muy raras, entre ellas, salir a correr el día 31 de diciembre para hacer gana de comer antes de la cena de nochevieja, aunque hay que reconocer que ésta es una de las más divertidas y sanas costumbres en esas fechas. No había asistido nunca a ninguna carrera de San Silvestre, ni como espectador, ni mucho menos como practicante, me entran solo agujetas de pensarlo.


Salimos a pasear un rato para estirar las piernas y nos topamos con un anochecer fantástico en Vitoria, sin mucho frío y con una luminosidad envidiable, sin querer la cosa nos topamos con gente que nos pasaba vestida de forma muy estrafalaria y corrían en grupos, uno habría sido anecdótico, más de diez o veinte picaron ardorosamente nuestra curiosidad, los seguimos y nos topamos con la 29ª Carrera San Silvestre Lasterketa, así que allí nos quedamos a observar, mientras la gente calentaba sin empezar corriendo de un lado a otro.


Los menos éramos la gente que observaba al otro lado de la cinta, sobre la que se preparaba otra atleta de gran coraje y de esas a las que las piernas ya no obedecen, desde megafonía indicaron que saldría la primera, pero aunque ya estaba presta y preparada, con buen criterio, le indicaron que saldría después de la marabunta que rugía esperando salir de detrás de una cinta que justo les contenía.


A las 17,30 se dio la salida de la calle Corazonistas, para llegar a la calle Olaguibel tras recorrer los 6,5 kms. del recorrido, en primer lugar salieron los atletas federados en la llamada Carrera Élite en la que se exigía una mínima establecida, salieron como locos, arrasando con todo, la vida les iba en ello, eran una auténtica marabunta que rugía y pisaba con fiereza cada metro del recorrido.


Enseguida comenzaron a aparecer la gente disfrazada, los primeros la gente con gorros de Papá Noël y disfraces similares, el cachondeo comenzaba a mezclarse con las ganas de ganar, mientras el día comenzaba a apagarse poco a poco.


Gente concentrada corriendo al lado de gente muerta de risa, calados con chapela o con trenzas, gente siguiendo a gente, todos corriendo y muy pocos compitiendo.


La gente no paraba de salir, pronto empezaron a venir más jóvenes, con lo que la confusión aumentó, adolescentes que salen por zonas no permitidas para acortar, empujones y prisas en una tarde de diversión. Pelucas y disfraces continuaban en procesión alternadas con ropa deportiva y muchas ganas de pasárselo bien.


Había gente para todos los gustos, desde un angelote negro que parecía el Luisma de Aída, pasando por una Caperucita medio roja, cuernos de reno al fondo y acabando por un corredor de San Fermín Noël, la carrera por momentos se convertía en unos auténticos carnavales con patas.


Tanta gente había que al final casi salían andando, muchos porque no podían, y otros muchos porque no querían, sólo pensaban en reírse y pasar un buen rato con sus amigos, la excusa perfecta para luego tomarse unos zuritos por la cuesta.


Estuvieron saliendo gente y gente durante un rato enorme y todavía seguía quedando gente, me quedé impresionado de lo participativa que son la multitud de familias y amigos, que necesitan poca excusa para hacer deporte y pasárselo bien.


Allí marchaban todos, camino de una meta sin triunfo en la que ganó Isaak Sibahtu de Eritrea con un tiempo de 16:09, al que le siguieron otro paisano de Eritrea, otro de Kenia, el primer hispano uno de Guadalajara, al que le pisaban los pies otro de Eritrea y otro Keniata, luego un cántabro y en el octavo puesto el primer vitoriano, Gontzal Sanz Uribe-Etxebarria a un minuto y diecisiete segundos.


Así acabó una tarde curiosa, viendo algo que nunca antes había visto y que me impresionó por la gran cantidad de gente que participa y lo bien que se lo pasan, así que con tanto ver hacer deporte uno podía volver a casa a prepararse para la cena de nochevieja, tras el cansancio y hambre que entra de mirar a otros hacer deporte.

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