martes, 31 de julio de 2012

Carteles y mensajitos 019: "pa habernos matao"



Siempre he sentido cierto tipo de atracción extraña hacia este tipo de señal de "Alta tensión. Peligro de muerte", siempre he pensado que habrá dentro que tanto peligro puede causar, a pesar de mi miedo natural, he de reconocer que me atrae, si a ello añadimos el cariño con el que el operario colocó esta señal, más todavía. El cartel bien torcido y agarrado con dos alambres, da la impresión de que en el mismo momento de colocar la señal le dio una descarga y se quedó allí tirado, al menos, que no diga que no le avisaron.


lunes, 30 de julio de 2012

Carteles y mensajitos 018: una casa de alta presión



Sobre la pared de una casa tan vieja como lo demuestra su cartel, un letrero de chapa azul y letras blancas cuyos tornillos hace mucho que fueron atornillados dice: "Servicio exclusivo en toda la casa de agua filtrada de alta presión".


Cuando menos destacan varias cosas. Primero el matiz de exclusivo, en otro tiempo esta casa rezaba con orgullo el potencial de su agua, ahora miras su fachada y poco orgullo parece que sacan los vecinos. Segundo, dice "en toda la casa", al menos no se marginaba ni al del primero, ni al del ático, lo que siempre es de agradecer. Tercero, "agua filtrada", uno se imagina como sería el agua sin filtrar ante semejante anuncio vendedor a la puerta de la casa y le dan ganas de sólo beber agua embotellada. Cuarto y último, "de alta presión", que hilillos de agua debían caer en las casas de los vecinos cuando la presión era un valor a destacar.


Allí sigue el cartel de esta casa de Zaragoza, mientras su fachada se desvencija por momentos, la placa sigue ahí, luciendo como el primer día, orgullosa de que en otros tiempos su agua fue de las mejores del barrio.

viernes, 27 de julio de 2012

Jesús, el tuerto



Tal día como hoy, entre tormentas de verano y olor a hierba recalentada por el sol fallecía mi tío Jesús en Anguiano. La muerte le llamó trabajando en el monte, al olor de la gasolina que desprendía su motosierra y acompañado de su rugido ensordecedor. Allí su corazón dijo basta, su cuerpo enjuto calló al suelo con tan sólo 56 años, en su boca su último cigarro todavía estaba caliente y su media sonrisa se desdibujó con prontitud.


Aquel verano de 1982, con tan sólo 14 años recibía el primer bofetón de la muerte de un familiar siendo consciente. Cuando llegó la noticia fue como si se parara el tiempo, miraba a mi padre buscando sus reacciones, intentando sentir lo que podría suponer la muerte de un hermano. Estaba tranquilo, o al menos lo aparentaba, aunque rápidamente buscó la soledad para preparar el viaje al pueblo mientras mi madre organizaba las maletas. Todo sucedía en silencio, con un paréntesis raro en el que el tiempo avanzaba muy lento. El viaje hacia Anguiano tenía un sabor muy distinto al de otras veces, mientras mi padre repasaba anécdotas y se lamentaba de la vida de su hermano, y de su pérdida tan temprana.

La llegada al pueblo fue extraña, el reencuentro con primos y tíos, con familiares conocidos y desconocidos, con vecinos y demás gente que al dolor se une en una mezcla de pésame institucional y cotilleo colectivo. Algunas primas nos recibieron con llanto en los ojos y abrazos efusivos. Después de secar lágrimas entre mejillas y caras curtidas, nos quedamos los de casa, en aquella casa que todavía olía a la presencia de mi tío Jesús. A la izquierda, nada más entrar en casa mi tío tenía un cuarto donde todo cabía, allí se amontonaban muebles que dejaban de usarse entre azadones y algún tomate que hacía pocos días había cogido del huerto. Redes y aperos de pesca por todos los lados, plomos y anzuelos, junto a algún chorizo y cecina picantes colgados de una cuerda que hacía equilibrios de un lado a otro del cuarto. En otra esquina una escopeta de caza con el cañón abierto sobresaliendo de una canana y cartuchos de perdigones de colores verdes y naranjas.


Un poco más adelante estaba la cocina, con una gran chimenea a la izquierda de paredes profusamente negras, fruto de largas hogueras en crudos inviernos. Junto a ella una cocinilla de gas, casi nueva, delataba lo poco que le gustaba la cocina a mi tío Jesús, al que llamaban el tuerto, por su ojo izquierdo, perdido al saltarle una esquirla de una piedra mientras trabajaba en el campo. Enfrente de la cocina un fregadero de granito, grande como si fuera una bañera. La mesa se había retirado y las sillas dispuesto alrededor de la cocina para dar asiento a familiares y visitantes. Casi sin darnos tiempo a más, mi tía Maura, animó a su hermano, y por ende a nosotros, a ver al tío que estaba arriba. Subí aquellas escaleras de granito negro y estrechas, muy estrechas, sin saber muy bien que me iba a encontrar.

Casi enfrente de las escaleras estaba el cuarto de mi tío, la puerta vuelta tapaba casi su cama que se encontraba a la derecha y pegada a la pared. Seguíamos a mi padre, mi hermano y yo, en silencio, acompañándole muy bien sin saber en qué. Cuando volví aquella puerta y ya en medio de la habitación, mi mente de niño adolescente ya no pudo olvidar lo que vio aquel día. Sobre mi tío varias mujeres y mi tía lo amortajaban entre sábanas y lienzos blancos, moviendo el cuerpo de mi tío con una naturalidad que se me hacía insoportable. La cara de mi tío era la misma, pero sin vida, sobre mi recuerdo de su cara sonriendo y medio cerrando los ojos, haciendo compañía el bueno al malo, ahora se me dibujaba otro recuerdo mucho más desagradable.

Salí en cuanto pude de aquel cuarto, sin asimilar muy bien lo que había visto, pero siendo consciente de lo que me había impactado. Después llegaron el funeral y todas esas cosas que vienen cuando alguien se muere de repente, sin avisar y sin poder digerirlo más que con el tiempo. Se marchó mi tío, al que recuerdo con su paquete de ideales en el bolsillo y en la boca un pitillo que aguantaba en la boca con increíble equilibrio, siempre asiduo del bar Avenida, de sus máquinas y de las partidas de tute, que en los pueblos siempre son de auténticos profesionales, una copa para acompañar y mucho tiempo para gastar en la soledad de una vida rota a la que siempre sabía poner una sonrisa y nada de llanto.


Muchas veces cuando paseo por las calles de Anguiano o entro en sus bares, me parece verlo todavía, como cuando veníamos en el verano al pueblo y con diez años, nunca estaba en casa, siempre estaba o trabajando o en el bar con sus compañeros de sobremesa. Desde aquel 27 de julio de 1982, jamás he podido ver a nadie que haya conocido en el tanatorio muerto, siempre he querido conservar en mi recuerdo, los gestos de vida, las imágenes compartidas que mi mente haya querido guardar, ya que por desgracia, tengo que hacer un gran esfuerzo para cuando me acuerdo de mi tío, no volver a aquel cuarto en el que entre varias mujeres lo amortajaban para decirle adiós. A mi me hubiera gustado quedarme con su sonrisa traviesa.

jueves, 26 de julio de 2012

Más de media vida



Hace un día que he celebrado el poder haber conocido a la persona con la que ya he compartido más de media vida, 23 años que comenzaron una noche antes del día de Santiago, con las estrellas repujando un cielo al sudor del verano, mientras los altavoces del bar distorsionaban el silencio de la noche que interrumpían a coro la juerga de un pueblo que despedía sus fiestas. Tan sólo necesitamos compartir palabras, miradas y ganas de descubrir para saber que el brillo de esos ojos que me miraban no lo había visto nunca.

Al día siguiente, mientras el autobús rugía con sus motores contaminándolo todo y me llevaba hacia mi casa y el trabajo, algo de mi se quedaba entre las callejas de un pueblo, que cada vez se hacía más pequeño desde mi ventanilla. Cartas, palabras y dibujos, acortaban nuestra distancia geográfica con tan sólo un sello de correos. Tras el teléfono, rubor y sensaciones contenidas que la electricidad transmitía a garrampazos en el corazón. Jamás he deseado tanto la llegada de un fin de semana, si lo que significaba era volverla a ver, los autobuses de Zaragoza a Gasteiz, recortaban los metros para el reencuentro con una mirada y unos labios que me devolvían a la vida.

Pronto llegó mi primer coche, y con él, los arrebatos locos de quererte ver, caminos de ida y de vuelta con la gasolina de tus besos. Entre noches con amigos, olor a fiesta y el ruido melodioso de las canciones que nos acompañaban, llegó el momento en que la distancia más lejana entre nosotros fueron unos metros, compartimos el mismo aire y los mismos sueños, y los fines de semana se convirtieron en semanas enteras, y aunque todo, por suerte, nunca es perfecto, cada vez que las campanas marcaban el paso de un año, se me hacía cada vez más cercana su presencia.

Las risas de las mañanas, las sonrisas de medio día, las alegrías de la tarde y los sueños de la noche, nos han acompañado desde entonces, mezclados con las peleas por estar cada día, más cerca el uno del otro, para conseguir nuestra mayor libertad. Así llegó June, la mezcla de los dos, nació con su mirada y con mi sonrisa, una mirada que tiene el reflejo de las estrellas de aquel verano, y una sonrisa con el eco de tus risas mientras hablábamos aquella noche de hace 23 años. Más de media vida contigo y peleo por que sea la vida entera.

Te quiero.

miércoles, 25 de julio de 2012

Timbre 018



Timbre 018: Madera ring ring: En una puerta sobre un marco todo trabajado a cincel, se pueden ver estos tres timbres que afloran sobre sus embellecedores de madera como si nacieran desde ellos. Todo se entiende cuando uno ve que la lonja es de un artesano de cerámica, aunque ciertamente su timbre es el menos artesano de los tres. Así quedan en el conjunto los tres timbres en una de las puertas más ecológicas que te puedes encontrar y es que estas maderas te suenan.
Casco viejo de Vitoria-Gasteiz.

martes, 24 de julio de 2012

Carteles y mensajitos 017: Estancorrida



A la vuelta de una casa en un barrio de Valencia se encontraba esta escena tan española, por un lado el colorido en general, todo en amarillo y rojo, la pared, después de enyesada había sido "cuidadosamente" pintada en un amarillo anaranjado. Un cartel preside la escena con la palabra ESTANCO, bien resaltada, dejando más claro que nunca el lugar donde se venden productos estancados. La escena la cierra un toro de lidia que se nos viene hacia adelante, con el nombre de una penya a sus pezuñas, la Penya Els Cabuts, que organiza entre otras cosas, Bous al carrer, así que miro hacia un lado y hacia otro de la calle y salgo pitando por si acaso.

lunes, 23 de julio de 2012

Muñecas atletas



Nuestro mundo, en la mayoría de las ocasiones, se circunscribe a lo que conocemos por nosotros mismos, o lo que descubrimos a través de nuestros amigos, así me paso a mi una mañana de sábado en el centro deportivo Siglo XXI de Zaragoza. El día anterior había llegado nuestra amiga Inma con su hija Eider desde Gasteiz, ese sábado tenía competición con su club de gimnasia artística, una disciplina que nunca había podido ver en directo y que la verdad, impresiona.


El pabellón estaba repleto por un lado de niñas perfiladas en sus mallas de llamativos colores y con sus pelos recogidos entre horquillas de Bob Esponja y coleteros de colores, y por el otro con padres y amigos que vivían con pasión el esfuerzo de sus niños. La algarabía controlada de unas se compensaba con la concentración de otras en la barra de equilibrio, las barras asimétricas, el suelo o el salto de potro. Jueces y entrenadores a su lado jaleando y perfeccionando sus ejercicios.


Eider se concentraba sobre la barra fija, sobre la que bailaba intentando repetir el ejercicio de sus entrenamientos. Las juezas no perdían detalle, una al movimiento de sus brazos, otra a los pies, ajena a esas miradas un cuerpo de niña saltaba como si flotase en una barra en la que difícilmente cualquiera aguantaríamos de pie más de unos segundos.


Suspiros y aplausos que coinciden con aterrizajes sobre la barra, algunos más afortunados que otros, pero siempre al filo de una gran dificultad. Parece mentira como sus cuerpos se comban y se estiran, haciéndonos olvidar por un momento lo niñas que son. Aplausos cierran el ejercicio mientras en los otros lados se ejecutan ejercicios simultáneamente.


Ahora toca descanso, miradas a la madre furtivas, mientras observa con detenimiento los ejercicios de las niñas que le preceden. Caras de concentración que dejan atrás duros entrenamientos, que sólo el deporte llevado a juego sabe compensar.


El entrenador les da las últimas indicaciones para el ejercicio siguiente, serio, sin una sonrisa, como si hablase a los mayores, recuerda todo aquello que se ha estado repitiendo en los entrenamientos. Eider, como si fuera una mayor, escucha atentamente y nada replica.


Dando tiempo y mientras los trofeos aguardan, ellas se animan, se entienden, compensan nervios y ninguna piensa en el triunfo, es lo que menos les importa en esos momentos, luchan contra ellas mismas, sin presión, pero intentando hacerlo siempre mejor.


Comienza el ejercicio de suelo de Eider, sus cuatro esquinas las recorre entre saltos y piruetas, cabriolas que le he visto hacer en medio de la calle, ahora se convertían en un ejercicio acompasado a la música y buscando la perfección en los giros y saltos.


Sobre el suelo su cuerpo vuela y aterriza con la suavidad de un ángel, se cimbrea y flexiona en figuras que me parecen increíbles. Mientras la música suena a todos se nos retiene un poco la respiración. Gritos de madres animan en mitad del ejercicio, que en su final se rompen en aplausos.


Para terminar toca el último ejercicio, el salto de potro, Eider ensaya en un par de ocasiones, con su entrenador siempre atento a los pequeños detalles. Carrera plena de energía y brazos fuertes que impulsan al cuerpo para el salto final y la recepción en un suelo acolchonado que dificulta el equilibrio. Por este ejercicio recibió el oro en esa competición y os dejo el vídeo para que lo valoréis vosotros mismos.



Después acabaron todos los ejercicios, y las atletas se volvieron a convertir en niñas, riendo y corriendo por entre las sillas, buscando a madres y padres, o a cualquier familiar que se había dejado las gargantas por ellas. Sus sonrisas volvían a las caras antes serias de concentración, caras que por un momento se habían convertido en las de muñecas atletas.

viernes, 20 de julio de 2012

Un julio de cólera



Era 1971, los calores en Zaragoza se hacían insoportables, pero una notica alarmaba a toda la población de la ciudad, el 16 de julio, el Jefe provincial de Sanidad de Zaragoza informaba de la presencia de varios casos de diarrea, con una incidencia anormal, en las localidades de Épila y Rueda de Jalón, ambas de la ribera del Jalón. Pronto se dieron cuenta que estaban ante un brote de cólera, las autoridades pretendían calmar a la población diciendo que todo estaba controlado y que ya se había vacunado a todo el mundo de esas localidades como prevención. El problema estaba en el agua del río Jalón, sus frutas y verduras se destruyeron y con sus aguas no cloradas para el uso doméstico, el problema llegó a la ciudad de Zaragoza.


En la mañana del 17 de julio, Heraldo de Aragón, en la segunda página, con titulares a tres columnas, avisaba: "Un problema crónico que se agrava (…) Contaminación en las aguas de la ribera del Jalón (…) El número de enfermos es bastante elevado, ya que el proceso es más virulento que en años anteriores. Han sido tomadas las medidas oportunas por la Jefatura de Sanidad, por lo que no hay motivos de alarma". Hasta el momento han sido siete las víctimas en el corto periodo de una semana. Siete víctimas repartidas en varias localidades (…) Los cólicos repentinos, los vómitos y las diarreas han acabado por minar la salud de los más débiles".


La gente de las localidades afectadas, abarrotaba las farmacias y bares en busca de agua mineral y gaseosas, y es en estos sitios donde la alarma cunde aunque en los medios de comunicación se intente acallar para que no cunda el miedo en otras localidades. Se empieza a aconsejar que se hierva el agua antes de ser bebida y a cada litro se le incorporen dos gotas de agua de lejía, que se pele la fruta y se extreme la higiene alimenticia. El martes 20 de julio, hoy hace 41 años, el Heraldo de Aragón se hace eco de las largas filas de personas que acuden a vacunarse a la Jefatura Provincial de Sanidad de Zaragoza, entre ellos nuestra familia, mi madre asustada por las noticias que corrían entre los puestos del mercado y el Ultramarinos de Manero nos llevo a todos para evitar males mayores.


En Zaragoza cerca de 200.000 personas se vacunaron en aquellos días en los 23 centros sanitarios establecidos, a los que entrábamos creyendo que era una diarrea estival y salíamos con un papel donde se nos informaba que se nos había vacunado del cólera. Se informa que el agua de Zaragoza ya ha sido tratada y puede ser consumida, ya que no hay peligro alguno. En total en Zaragoza se utilizaron 750.000 dosis de vacuna anti-colérica, unos 500.000 en la capital y el resto en la provincia. No obstante, en las casas se dejó de consumir agua durante un tiempo, las frutas en el mercado central se quedaban en los puestos sin venderse, por miedo a que hubieran sido regadas por aguas contaminadas. En las carreteras de esos pueblos se establecieron controles para evitar que saliera ningún producto contaminado.


Desde el viernes 23 ya se habla abiertamente y públicamente de la epidemia de cólera en la provincia, y se toman todas las medidas para que no se trasladen a otras provincias, en un informe oficial se quiere culpar de la epidemia a trabajadores emigrantes procedentes de países del norte de África. Zaragoza a finales de julio parecía una ciudad fantasma, las piscinas se encontraban casi vacías, y la gente apenas salía a los bares por el miedo a los vasos fregados y los hielos. El 30 de julio se da por finalizada y controlada la epidemia de cólera y todo en la ciudad parecía volver a la normalidad. Sin quererlo y con tan sólo 3 años, fui uno de los tantos zaragozanos que fueron vacunados aquel 20 de julio de 1971.

Fuente: Epidemia cólera 1971

jueves, 19 de julio de 2012

Pedro Carrillo



Por fin he podido dar con un documento inédito, las primeras fotografías de Carrillo cuando entró en España disfrazado con una peluca, bueno, en realidad es mi suegro Pedro Hipólito, al que le coloqué una peluca y resultó ser clavadito a Carrillo, en este caso Pedro Carrillo, sólo le falta el cigarrillo que por suerte ya abandonó y dejó olvidado en el tiempo. Pedro Carrillo es el fundador del PCE, Partido Cansino Español, un partido que quiere volver a resucitar y del que quiere conseguir un escaño en Madrid, ya que dice, que los asientos de la Moncloa tienen muy buena pinta para echarse uno, una buena siesta antes de comer.

Gracias como siempre a Pedro Hipólito por prestarse a mis travesuras y gamberras. Va por ti, suegro.

miércoles, 18 de julio de 2012

Gasteiz en la balconada II



Las calles siguen y los balcones siguen contando historias, historias que reívindican en colectividad, todos juntos saben que hacen más fuerza, aunque cada uno tenga su mensaje y su idea, que para eso el pensar es libre. Ocupan los balcones con la esperanza de conseguir difundir lo que piensan, mientras de un balcón a otro, se miran con envidia y compiten por ser el más observado.


Entre ellos reivindican ocupaciones balconiles y femeninas, que hasta en la toma de atalayas, el sexo sienpre ha sido importante. El balcón abierto por si se espera visita.


Algunos se estiran todo lo que pueden para reivindicarse a sí mismos, y el balcón pobre, rodeado de balconadas cubiertas y de madera, alguna más nueva y otra más vieja, pero con su encanto protegido a la intemperie. El pobre lanza su mensaje desde la ventana al balcón para que se lea bien claro lo que quiere decir: "gente sin casa, casas sin gente", el balcón será pobre, pero ocupado.


Los hay que son muy reivindicativos, y entre sus barrotes de hierro y una empalizada que tapa todo a modo de barricada cuelgan sus mensajes protegidos por un mocho de fregona a modo de vigía permanente con sus rasgas verdes que controlan a la calle y a sus vecinos.


Otros lucen con sus mejores maderas y estores, perfectamente barnizados y con sus cristales limpios e impolutos, pero luego dejan el cubo de la fregona fuera, a modo de vigía, como para que nadie lo vea, al menos eso piensan los de dentro de la casa.


Unos nos hablan de su historia y de lo que en otro tiempo fueron, adornados con figuras y pilastras blancas para destacar todavía más de una fachada de rancio abolengo. Detrás de sus cristales y visillos uno espera que se encuentren retazos de la historia y con seguridad tan sólo se hallarán macetas con flores que buscan la luz para sobrevivir.


Otros rezan coronas y verjas historiadas que todo lo cubren, convirtiendo las verjas del balcón en una auténtica cárcel o jaula de la que nadie puede escapar, ni entrar, lo que permite a su dueño dejar abiertas de par en par sus puertas y que el día, que es lo único que pasa entre sus barrotes, se cuele por la estancia culminada de coronas y florituras.


Algunos se venden con llamativos carteles para cualquiera que los quiera ver, y llevan por sí solos la vergüenza de que sepa todo el mundo que sus dueños ya no les quieren, y lo llevan como pueden, entre tendederos galácticos y tapando con habilidad los números del teléfono para que nadie pueda llamar.


Otros son auténticos forofos de su equipo de fútbol, y a modo de himno sueltan sus colores y gritos al viento, entre persianas bajadas y al arbitrio de los balcones vecinos, que saben muy bien, que cuando se oye el grito de un gooooool! en la calle, cuál es su origen y procedencia.


Algunos que se encuentran en calles más señoriales, se contonean y se disfrazan para la situación, muestran sus sombreros verdes de marca, dejando caer mechones sobre sus frentes, dificultando la salida de los dueños a sus balcones, pero todo sea por la estética.

martes, 17 de julio de 2012

Gasteiz en la balconada I



Cuando uno pasea por las calles de Gasteiz, muy pocas veces levanta la vista arriba y se para a mirar lo que las casas comunes le hablan y le cuentan, allí los balcones son los reyes, auténticos púlpitos hacia la calle, que con sus formas y contenido nos cuentan su vida y su devenir, entre el viento que sopla y la lluvia que cae, o recibiendo el sol duro de verano o el frío helador de las madrugadas de febrero. Allí están los balcones, algunos convertidos en auténticos contenedores de pasado y otros en la mayor soledad de sus verjas.


Las casas más humildes convierten sus balcones-terraza en un aglutinador de recuerdos, allí cabe todo, macetas, armarios, escaleras, antenas parabólicas, ropa tendida, sillas de verano, fregonas, la tabla de planchar, la bici y cajas y bolsas que se van amontonando con el paso de los días. Por contra, los vecinos de arriba son más prudentes, o no sacan nada, o el que saca, deja fuera los radiadores para que su terraza no pase frío.


En otras, la terraza se convierte en un auténtico cuarto trastero con jaula, bombonas de butano, tendedero, banderas del Alavés, bolsas, macetas, garrafas de aceite y anticongelante, más ropa tendida, más macetas, armarios, carros de compra,… y todo lo que pueda caber.



Otras terrazas, son las terrazas parchís, se muestran solas y abandonadas, tan sólo con cuatro macetas simétricamente situadas sobre sus cuatro barrotes y cada una de un color, eso sí, que nadie espere encontrar una planta dentro de ellas, ellas son de las que se comen una semilla y cuentan veinte. Detrás los cristales d una de las ventanas se han encogido, rompiendo la simetría del conjunto.



Por contra, otros balcones colocan la ficha roja en toda la baranda, como si fuera una partitura musical, las macetas suben y bajan, pero ninguna de ellas tiene flores ni hierba ninguna, tan sólo al fondo dos macetas de pega con sendas flores de plástico dan color a dos ventanas cuyas persianas se muestran una más morena que otra.



Algunos coronados de macetas simétricamente colocadas y con verdes hierbas empinadas, se cuela el perro guardián, éste, desde su atalaya, todo lo mira y lo observa en silencio, oteando a todo el que pasa y sin soltar un ladrido, pues sabe, que se le puede acabar su momento de curiosidad si su dueño lo lleva para dentro. Junto a la fregona son los dueños de la calle, no hay chisme ni visitante que se escape a su atención.


En alguno de ellos alguna vecina se descuelga sin disimulo cotilleando, sin perder detalle, ojo avizor de todo lo que pasa, mientras, en su cabeza va juntándolo todo para enriquecer con sus amigas la partida de brisca de la tarde. No hay mejor momento para ella que el de salir a su balcón y controlar a los que entran y los que salen, desde arriba, se siente libre de toda sospecha, se cree que nadie la mira, es una inocente.



Otros nos tienden sus ropas al viento, esperando que sequen su humedad al sol del mediodía, pero en algunos a sus dueños les gusta humillar a las barandas de hierro y en lugar de usar el tendedero, que se muestra abandonado con sus pinzas de madera y plástico, amontonan sobre la verja la ropa en confusión de pliegues y de colores, en una auténtica anarquía de detergente y suavizan.


En otros cualquier hueco siempre es bueno, a falta de tendedero, y de su balcón se cuelgan a modo de bandera pantalones, jerséis y toallas, que fuera se secan, a la vez, que se vuelven a ensuciar con el polvo y la contaminación de la calle.


Por contra, otros son más ordenados, con la ventaja de ser balcones convertidos en terrazas y con tendederos de hierros plegados que todo lo aguantan en orden y disciplina, gracias a sus pinzas de colores como si se tratara de una partida de parchís.

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