He estado yendo muchos años a San Fermín seguidos, sin parar, con mucha marcha o con menos, pero siempre necesitaba sentir ese ambiente que me daba algo especial, desde hace dos años no lo hago, será que soy mayor, será que hay cambiar las rutinas, pero será que lo hecho mucho de menos. El encierro siempre los solíamos ver desde la plaza, horas antes, a las seis, más o menos, dejábamos de beber los brebajes que se vendían por las calles en carnicerías de día, kalimotxerías de noche, hasta las entradas de las casas se convertían en improvisados bares que expedían bebida como si lo hubieran hecho toda la vida. Al amparo de la noche cuerpos que por la mañana habían salido blancos no mostraban su verdadero color actual, dignas ropas para un anuncio de detergente en televisión. Los reventas vendían las entradas para el encierro para evitar la cola y merecía la pena, tras muchos años uno siempre sabe que grada es la mejor, la gente se va acomodando desde antes de las siete en los asientos de piedra, algunos vestidos y limpios, y otros, dormidos y lo siguiente de sucios, pero todos despiertan al ver como de un pequeño hueco sobre el albero de la plaza empieza a entrar gente nada más que suena el cohete y va aumentando y aumentando la velocidad de entrada conforme pasan los segundos, hasta alcanzar una velocidad inusitada que es acompañada de gritos y alaridos de miedo al ver entrar al primer toro guiado por los mozos.
Después las vaquillas, las risas de los golpes ajenos como en el cine mudo clásico, tortazos y personajes que deleitan a un tendido plenamente despierto. Vecinos de asiento llegados de los lugares más remotos que cantan: "¡Queeeé viiivaaaa, la Esssppaaññaaa!" en una versión que ni Manolo Escobar la hubiera reconocido. A la salida de la plaza de toros el encuentro de nuevo con la calle, con los cuerpos sucios que ya la noche no ampara, todos deambulando, los más serenos en busca de un chocolate con churros o un bacalao al ajoarriero si hay gana, los menos serenos intentando aguantar que la cerveza que llevan en su vaso de plástico no se caiga de un lado a otro, mientras se cree que los demás le estamos moviendo la calle.
Y al día siguiente, vuelve a comenzar el rito, beber unos vinitos añejos, pasear por los puestos y cuando la noche ya ha ganado una nueva batalla contemplar los fuegos artificiales que desde las campas de la ciudadela inundan un cielo de graffitis de colores y de ruidos con retardo. Antes que estaban las txoznas buenas jarras o litros de kalimotxo, cervez o pica, acompañado de bocadillos de panceta, chistorra o chorizo a la sidra, y entre tanta gastronomía conciertos y conversaciones que salvan el mundo, para luego entrar en las calles que luego recorrerán los toros, riendo y empujando para poder pasar de gente que hay, de miles de historias y personajes, cuyos ojos la sangría batallera va entornando y todos intentando poder entrar en un bar cargado de calor y olor humano, pero todo te da igual, si son San Fermines y estás en Pamplona no se puede pedir mucho más.
Unas fiestas increíbles que descubrí gracias a ti y que aconsejo a todo el mundo, al menos una vez en la vida. Puedes ir simplemente de observador y te lo pasas igual de bien pues la gente es tremenda y no deja de sorprenderte.
ResponderEliminarLas vaquillas es lo que menos me gusta, porque hay gente que no es muy respetuosa pero todo lo demás es impresionante.
Reconócelo, a ti lo que te gustan son los tomates que hacen con provoleta y las raciones de pulpo.
ResponderEliminar