martes, 15 de enero de 2013

Comienzo de año en Llanes



Amanecía el primer día del año, mientras todo el mundo bostezaba y se apretujaba en las sábanas buscando el calor de la noche, en Llanes las casas se despertaban como todos los días de invierno, en unas zonas con la sombra gris y la humedad guardada y en otras al cara sol de la luz que las ventanas reflejan al compás de las olas, y en ambas los adornos de Navidad que todavía siguen, apagados por el día y apoderados por las gaviotas.


Empezamos el camino dejando que el coche se amansara al son del mar, y la primera estrella de Belén aparecía camuflada entre las murallas que custodian la costa. Nos dejamos llevar por su camino en pasos acompasados al ritmo de la mañana.


Al llegar a la iglesia de Santa María del Conceyu el silencio era eterno, algún pájaro madrugador y personas que vagaban de un lado a otro restregándose las legañas con inusitada fuerza.


Levantando un poco la vista sobre las abocinada puerta románica y dos ángeles trompeteros custodiaban el campanario ante el paso silencioso de la gente. Una maraña de cables navideños enfrentados en el día y la noche al son de las campanas.


Avanzando por la calle que el sol todavía no había querido tomar, las estrellas continuaban guiando el camino que en verano se encuentra abarrotado de gente y de fiesta.


Más adelante los regalos cuelgan desde el cielo y los restaurantes están todavía cerrados, resacosos de nochevieja mientras en su interior las señoras de la limpieza barrían con cara de sueño el confeti y las serpentinas que lo habían conquistado todo.


Por encima de las calles tres carriles de luces que por la noche lo dicen todo, y por el día surcan un camino que sólo ven las miradas altivas. Los regalos siguen por el aire y de alguna venta surge un aroma café que sabe a buenos días.


En la calle del Canene, restaurante que este año celebra sus cincuenta años de existencia, que se dice pronto. Un poco por delante de ellos una campana lazada al tono del gris que viene del mar, aunque el sol quiere comenzar a salir de entre las nubes.


Camino a la plaza, con pobre navideño incluido. Ya ha pasado el mediodía. Los bares comienzan a hacerse con las calles y la gente sale de los portales dominados de sueño y apretando los ojos ante cualquier resquicio de luz.


A la altura de las ventanas una lámpara con forma de botafumeiro surca entre los cielos, apagado de luz y sin oficio diurno, más allá del soporte temporal de pájaros que no entienden de tanto lujo para el descanso.


En la plaza el sol comienza a ganarle a las sombras, como atraído por el magnetismo de una telaraña de cables llenos de bombillas y rematados por unas cajas de regalos. Apenas se oyen coches y la gente habla casi en silencio, el día avanza pero muy lentamente.


En el puerto las farolas se encuentran estrelladas y las gaviotas se pelean por coronarlas. Desde el puente se percibe la humedad, pero molesta poco cuando te dejas bañar por los primeros rayos de sol.


Al otro lado del pueblo continúan las lámparas colgadas de entre las casas como por arte de magia. Las cafeterías reparten chocolate y churros, mientras la policía controla a algunos que todavía vuelven de la fiesta de nochevieja y parecen sorprendidos por la luz del sol y los pocos recuerdos que el alcohol les ha dejado.


Hacia el mercado un triste árbol con postales y una estrella que se pierde entre tantos ventanales. La gente ya comienza a hacer más ruido y la paz de la mañana deja paso a los primeros gritos infantiles acompasados por bostezos de padres somnolientos.


En algunas casas y negocios también han querido dejar el recuerdo de detalles navideños, sin mucho gusto, pero todo al final es bueno. Algunas palomas han tenido que retirarse de sus sitios comunes ahora tomados por bolas y sarmientos bañados en color plata.


Entre calles más distantes el silencio vuelve y lo único que se mueve es algún visillo arrastrado por ánimas errantes que se acaban de levantar.


Camino hacia el casino los adornos se pierden entre tanta magia arquitectónica y el sol parece que nos espera a la vuelta de la esquina, hacia allí nos dirigimos todos como almas en pena.


La humedad de la fachada y los rayos de sol que se cuelan le dan un toque especial a este rincón de la calle en la que los adornos navideños podrían continuar todo el año y nadie diría nada.


Las palmeras observan los adornos, quietas y con las hojas de palmera en punta. La humedad del suelo se convierte en espejo de nubes y de bombillas que ahora no lucen.


Sobre el Ayuntamiento alguna bola brillante y guirnaldas de reposamano. Banderas al viento y un año por delante.


Mientras el apetito arrecia, el primer día del año se ha perdido entre pensamientos y aire puro. Comienza un año y el primer día ha sido maravilloso.

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