miércoles, 23 de enero de 2013

Alfonso, mi gran hermano



Fue un lunes de un 23 de enero de 1967, hace mucho tiempo ya, tanto que la memoria disipa los recuerdos y vaga la mente, que nacía de una madre primeriza y un poco asustadiza el mayor de sus vástagos. Sonaba el eco del llanto del niño en el quirófano de la antigua Quirón de Zaragoza. Le pusieron por nombre Alfonso Máximo, el primero porque le gustaba a mi madre, el segundo porque lo mandó mi abuela y no se hable más. Nació con sus ojos grandes y con sus pestañas enormes (me detendré ahí con lo de los tamaños grandes y partes del cuerpo para no herir susceptibilidades). Su cara siempre fue la de niño bueno, y la realidad también.


Yo llegué sin haber pasado 18 meses de su llegada, si sacáis la cuenta descubriréis que mi padre no se quedó parado ni un momento, y a partir de ahí comienzan mis recuerdos con mi gran hermano. De pequeños competíamos en casi todo, él aludía a que era el mayor y le tenía que hacer caso, yo aludía, sin ninguna argumentación, que yo no era el pequeño, ante esta dialéctica sin fundamento, al menos por mi parte, sólo quedaba pelearnos sobre el sofá para a los dos segundos competir a dar volteretas sobre el sufrido tresillo. Con tan poco tiempo, pocas cosas compartimos y yo lo único que heredaba eran los libros de texto de un año a otro, aunque muy a mi pesar.


El siempre venía más alto y más guapo, así que durante toda mi infancia tuve que desarrollar otras técnicas, donde la pillería y la malicia acentuaron mis dotes creativas, él por suerte y en su bondad sólo se dedicaba a ser niño bueno y buen estudiante, que para eso tenía buenas cualidades. Durante más de 25 años hemos convivido juntos compartiendo berrinches y grandes momentos, viendo películas, compartiendo comics, escuchando distinta música, jugando con distintos juguetes, jugando a baloncesto juntos para que siempre me ganara, jugando al frontón juntos para que siempre me ganara, jugando a lo que fuera para que siempre me ganara, y es que ciertamente la competitividad era uno de sus principales rasgos, tenía que dejar claro que él era el primero, y en nacer lo era.


El tiempo ha hecho que fuéramos creciendo y aunque de aquellos niños queda mucho, de estos grandes queda todavía más, y pese a que cuando estábamos juntos las riñas infantiles y ecosistemas diferentes, acordes a nuestras distintas formas de ver la vida, eran el pan de cada día, ahora, pasado el tiempo y la competencia, cuando lo miro, más que ver al que nació primero, veo a mi gran hermano, un hermano que siempre está ahí y al que he tenido la suerte de conocer casi todos de sus 46 años de vida.
Felicidades.

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