Ahí estaban junto a mi, a apenas unos metros, águilas reales, halcones, azores, buitres, búhos, cernícalos, entre otros, plenamente libres y observados por mil ojos atentos al espectáculo de ver la naturaleza salvaje tan cerca. En la Edad Media fueron los reyes de los cielos, casi tanto como los reyes de los suelos que se podían permitir la cetrería como arte de caza y señal de poder, amansar a estas fieras y dominar los cielos aportaba un ineludible poder.
Sobre el toldo rojo posaban las aves de presa un poco inquietas, pero sin duda acostumbradas a tanta algarabía. Asombraba ver sus ojos tan marrones y tan fijos, así como sus mortales picos puntiagudos seguidos de un pelaje tupido y aerodinámico.
Era como asistir a una exhibición de gladiadores, de luchadores esperando para salir a matar, mientras la plebe miraba sus músculos y adoraba su capacidad de matar. Impresionan y mucho, su gran tamaño, la envergadura de sus alas cuando las despliegan, produce tanto respeto como veneración.
El búho real, te mira con sus redondos enormes ojos, mientras le miras, sin apenas mover el cuerpo, tan sólo bailando sus garras como si fuera a volar en cualquier momento, y aunque uno sabe que no eres su presa, no se puede evitar dar un paso atrás. Es muy diferente la perspectiva con la que se ven estas aves de los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente a verlos en realidad, no tiene nada que ver.
Las aves posan junto a los niños, como monos de feria y se lanzan las aves rapaces al aire en vuelos al puño y al señuelo, utilizando inocentes niños que se asombran del peso y de las acrobacias de estas aves, que sobrevuelan las cabezas del público sin apenas tocarlos y a una velocidad endiablada, todo a una voz de su cetrero. Continuo mi camino, impresionado con estas aves de buen agüero.
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