Es muy temprano, pero no lo puedo evitar. Paso el dedo por la pantalla del iPhone y abro el WhatsApp. Me pienso lo que escribir y tras pensar cómo podría dar más ánimo, tipeo:
›› Mucha fuerza
›› Muchas gracias. Ya estamos aquí. A ver si todo sale bien. Un abrazo. —recibo como contestación—
Hoy era el día clave, el día donde te lo juegas todo, era el día que sigue al de los abrazos cuando el viento sopla fuerte.
Hoy era el día en el que te cambia la vida, en este caso la de mi amigo Josema, en cierta medida la mía un poco. Después de detectar un bulto nada bueno en el pecho de su mujer Cristina María (añado lo de María pues lo he descubierto hoy gracias a su ficha médica). Hasta hoy los miedos eran libres, vagaban a su antojo entre los difícilmente reconciliables sueños. La incertidumbre te hace ver lo que no quieres ver y aunque deseas saber cuanto antes contra lo que te enfrentas, por un momento te gustaría no ser protagonista de ese día por una vez. Las puertas del quirófano se abren. Las puertas del quirófano se cierran. La próxima vez que se abran será para cambiar un futuro.
Dentro los cirujanos cortan, cosen, analizan, comprueban. Fuera se espera, se desespera, se intenta entretener a un amigo, se habla de lo humano y lo mundano, pero las piernas no paran de temblar y los gestos siempre delatan incertidumbre. Por los pasillos las camas van y vienen con gente que se enfrenta a un reto vital, a su reto. Dentro los cirujanos cortan, cosen, analizan y no se paran a pensar en los sentimientos que hay en juego, no pueden permitírselo. Fuera todo se hace largo, las horas pasan y cada vez que una puerta se abre el corazón se encoje. Las camas y las batas verdes siguen pasando.
Después de un rato de esperas eternas, de nervios que se controlan con risas falsas y de no querer creer lo que puede ser, Josema se levanta como un resorte, la médico cirujana está en la puerta. El corazón en un puño, apenas me puedo mover de mi asiento, agudizo mi oído por intentar escuchar lo que no quiero preguntar. Las primeras palabras las puedo leer en los labios de la doctora, "todo muy bien", siento como toda la tensión se me cae de golpe que me deja casi vació. La doctora sigue, después de quitar lo malo parece que no había nada más dañado. Hemos oído lo que queríamos oír, pero las dudas no se van tan rápido. La doctora se va, y todos nos alegramos por fuera y nos desmoronamos un poco por dentro de la tensión acumulada.
El viento ha querido soplar a favor. La vida ha querido que el futuro se escriba en el mismo libro y con la misma tinta de cada día. En un segundo todo ha cambiado, a mejor, para seguir igual de bien que antes. La ciencia y el hombre, su lucha eterna por vengar a la muerte, nos tienen ahora casi llorando de alegría. Esperar a que salga ahora Cristina María en su cama es lo único que deseamos. Ahora si que el tiempo pasa muy lento. Todavía pasa más de una hora y media hasta que la podemos ver. Su sonrisa nos confirma a todos que está bien. Por fin, todo está bien.
Es la lucha de todas esas mujeres, auténticas superhéroes del día a día, que conviven palpándose sus pechos en busca de lo que no querrían encontrarse. Esas mujeres que sacan fuerzas de donde no las tienen y aplican la resiliencia de una forma innata y natural. Llorar, lloran, como todos. Luchar, luchan, como sólo ellas saben. No es cuestión de géneros, sólo es una forma diferente de ver la vida, mucho más vital, más cercana a la tierra. Heridas, pero no vencidas. Mientras el viento golpeaba fuerte, Cristina ajustaba sus velas esperando que el viento soplara a favor. Vuestra alegría es mi alegría, amigos.
Gracias Bunbury por cantar lo que nunca podría haber dicho mejor, que sople el viento, pero siempre a favor. Y si te acompaña Nacho Vegas mucho mejor.
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