Hoy casualmente es el cumpleaños de la Pepa, fecha que suele coincidir eventualmente con la fiesta de una ciudad del levante español que se dedica a prenderle fuego a todo que ve en la calle que tiene cara de político y mide más de cinco metros, entre olor a pólvora y fiesta. Mariajo, la Pepa, festividad de su cumpleaños y santo que se celebra hoy con devoción en todos los países de habla, no entraré en definir cuales para no menospreciar su autoestima. Por desgracia desde hace mucho tiempo no nos vemos casi, mis niñas, la distancia y cien mil excusas que se puede buscar uno favorecen a ello, pero hoy no me podía quedar sin felicitarte y regalarte unos recuerdos.
Conocí a Mariajo en la Universidad de Zaragoza, coincidimos en aquella aula de primero de carrera, un montón de jovenzanos cargados de ganas, unos de estudiar y otros, la mayoría, de pasárselo bien y estudiar. Allí empezamos a juntarnos un grupo muy majo, a frecuentar la cafetería del Interfacultades y a alternar cafés, muchas risas y curiosas amistades.
Aquel año nos tocó la lucha contra los planes universitarios de Maravall, estuvimos en huelga durante bastantes meses, lo que acentuó noches en vela, mítines, intentar parar un tren para salir a porrazos por las calles aledañas a la estación, dibujar pancartas y darnos cuenta de cómo se pueden manipular unas ideas buenas cuando otros tienen malas intenciones. Pero luego acabó la huelga y vinieron los exámenes, tocó estudiar todo de golpe y los sudores de los codos dejaron atrás los días de risas.
Mariajo estaba entonces en el Colegio Santa Isabel, así que era un rito acudir a tomar café y llamarla en recepción para charlar un rato. Allí compartíamos tertulia con otras amigas de la residencia, con su hermana y con alguna loca más de las que deambulaban por aquel recinto de confidencias. Disfrutamos de aperturas paralelas, cargadas de risas a montones, de guitarras que aparecían al final de la noche en el chiringuito que teníamos de nuestra clase, concursos de natación en el estanque que apenas superaba los cincuenta centímetros de profundidad y un montón de anécdotas más.
Eran tiempos de quemadillos en el Juan Sebastian Bar, el Juanse, de confiarnos sueños y amores rotos, de compartir sonrisas y amistad, de buenas tertulias que arreglaban mundos, y de chascarrillos de amores entre amigos. En aquel tiempo gracias a Mariajo les hice una caricatura a todas las chicas que se licenciaban del Santa Isabel y como esa compartimos muchos dibujos y regalos con Bruce Springsteen como portada de juego.
Por las noches la fiesta se repartía entre cervezas y grupos de amigos, el casco viejo era el punto de encuentro, era raro el fin de semana en el que no coincidíamos en un bar o en otro. Apelotonamiento, sudor y desfase se combinaba en aquellas noches, cargadas de vasos de plástico y publicidades sin acento.
Las cucarachas y los cerebritos ponían la nota de sabor a una carrera que poco a poco Mariajo iba acabando, mientras yo me dedicaba más a trabajar en lo que era lo mío, la creatividad y el diseño. Aún así no dejamos de vernos regularmente, por suerte ella aguantó bastantes años en Zaragoza y seguimos compartiendo nuestras vidas alrededor de un buen café o una cerveza.
Llegamos a trabajar durante un tiempo, el uno enfrente del otro, mira que la Plaza España de Zaragoza tampoco es que tenga muchas posibilidades, pero ella estaba en la Diputación con los Cursos de Verando de la UIMP y yo enfrente en mi Agencia de Publicidad. Por suerte o por desgracia, marchó para Londres y creo que allí sigue, la fuimos a ver a Santander y a Londres y la verdad que aunque no mantengamos una amistad para nada convencional e intensa le guardo uno de mis mejores rinconcitos en el corazón que el tiempo ya se encargará de curar.
Por eso, cada vez que paso por Santander, camino de nuestra casa en Asturias, me acuerdo de la Pepa, de su sonrisa, de su forma de reírse, de sus cosas, de lo vivido y lo soñado, de esos recuerdos de amistad de la Universidad que no se pueden borrar. Todavía guardo en casa una cápsula del tiempo suya que le tengo que entregar, una serie de cosas que me entregó para que le guardase después de dejar uno de sus pisos de Zaragoza, sólo espero podérsela dar cuanto antes y que montemos una fiesta para celebrarlo. Felicidades Mariajo y te quiero ver pronto por Zaragoza.
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