viernes, 18 de mayo de 2012

18 de mayo de 1975, mi comunión



Tal día como hoy y bien temprano me preparaba para mi primera comunión, otro día lo ampliaré con más fotografías y detalles, pero a modo de adelanto os quiero contar algunas de mis sensaciones de aquellos días. Estábamos en el año 1975, todavía en dictadura franquista, a la que le quedaban los días contados, apenas seis meses, la inocencia infantil te impedía percibir la realidad de aquellos días en que unos atentaban contra el monumento del Valle de los Caídos, y otros querían fundar el partido político de la Falange. En nuestro colegio de Salesianos vivíamos ajenos a todo lo que sucedía fuera, aunque más de una vez de camino a casa por la calle Corona de Aragón vimos como los grises corrían contra los universitarios que les gritaban desde la cercana Universidad. Las porras negras volaban arriba y abajo por aquellos policías que parecía que llevaran casco de soldador.


La catequesis fue en una de las plantas bajas del colegio, una a la que no se solía entrar y cercana al grupo de scouts, allí releíamos la Biblia de la que gozaba como si fuera un libro de historia, más allá de las creencias. Llegó el gran día, que a mi no me tocó con los compañeros de clase, yo me adelanté un año para hacerla coincidir con la de mi hermano, cuestión de costes me imagino. Llegó toda nuestra familia de Navarra y La Rioja, que se sumaron a los que estaban en Zaragoza. Regalos, misa, partidas de pinball y risas antes de ir a comer. En la comida todo un disfrute, por una vez éramos los protagonistas, viajábamos de un lado a otro, y todo el mundo nos lanzaba consejos y nos daban algo de dinero, otros hasta cigarrillos, recuerdo que hay fumé mi primer Ducados, por suerte no hubo muchos más.


Aquel día acabó tarde, agotados y cansados nos quitamos los trajes marrones con escudo, el jersey de cuello alto beige, que aunque quedaba muy elegante, aquel día nos mató de calor, el pantalón de pinzas crema, los calcetines también crema y los mocasines marrones. Sobre la mesa del salón y la cama, regalos poco útiles se mostraban en busca de dueño, mi madre recogió y ordenó lo de valor, y el resto, diarios y algún que otro libro lo dejó a nuestro alcance. Guardo de aquel día la sensación de una iglesia de Salesianos casi llena, con ese ambiente que te hace no creer lo que está sucediendo, y un ir y venir de un lado para otro sin saber muy bien para qué.

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