Una vez visto el Castillo de Santa Catalina, volvimos sobre nuestros pasos y pasamos a ver el Parador de Jaén, en una visita rápida, de esas que son solo para chismorrear y tirar fotos como si fuéramos japoneses. El Parador de Jaén se levanta sobre antiguas murallas árabes del siglo XIII, reconstruidas y mutiladas para esplendor del recinto hostelero.
Sus pasillos modernos conservan ese aspecto de castillo con pasadizos oscuros y tan sólo iluminados por teas (en este caso teas bombilleras), con contraventanas de celosías árabes y decoraciones en madera antigua. Lleve mis pasos donde Rafa me guiaba, entre leyendas y torres perdidas, en el interior de un castillo recreado para ser visto.
En una de las paredes un telar, ya casi desprovisto de color y de escena, junto a un escudo y espadas que colgaban sobre la pared cual salón de reuniones de los caballeros cristianos que habitaron el castillo en otros tiempos. El salón se encontraba vacío, tan sólo algunos turistas lo cruzaban camino al restaurante. El silencio y las alturas hacían el resto, dotando al espacio de un ambiente tremendamente espectacular.
En la parte de la izquierda un enorme ventanal, hecho de un montón de ventanas, abría y entreabría las contraventanas de celosía de madera árabe, dejando pasar la luz filtrada, creando ambientes de luz y de sombras.
Sobre sus paredes cuadros de reyes, sobre maderas policromadas, sin nombre de autor ni título que las represente, pero arropando unas paredes, que de tan grandes, todo lo hacían pequeño.
En otro cuadro, una copia del San Cristóbal con el niño Jesús de Dirk Bouts, concretamente el panel derecho del tríptico "La perla de Bravante", 1467-1468 que se encuentra en la Alte pinakothek de Múnich. (Gracias por la ayuda Rafa).
Al otro lado un caballero con un escudo cuartelado en cruz con dos leones rojos sobre plata y lo que parecen dos manos tomando un testigo, sobre rojo. El bisoño caballero posa mostrándonos un castillo que poco tiene que ver con el de Santa Catalina, de no ser por estar encima de una montaña.
Por fin cruzamos el salón, sintiendo el eco de nuestros pasos y observamos el tematizado restaurante, sobre unas mesas normales, arcos apuntados jalonados con lámparas de bronce a media luz para crear el ambiente más idóneo. Todo con el olor a café de la mañana y con el recuerdo del refrán jienense de "Carnete, saca, mete y moja sopitas en aceite".
Marchamos por fin, por donde vinimos, cruzando de nuevo los pasillos del nuevo castillo, sin sentir para nada las sensaciones que palpé en las ruinas reales del Castillo de Santa Catalina. Abandonamos el parador como turistas ansiosos que una vez visto lo visto, parten con rapidez hacia nuevos descubrimientos.
En nombre del Parador de Jaén nos alegramos que su visita haya sido tan significativa. Un saludo y esperamos su regreso.
ResponderEliminarYo también.
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