Paseando estas vacaciones me topé con una de esas vías de tren que circundan casi todos los pueblos de la costa, sin casi barreras, ni protecciones, llevando ilusiones de ida y vuelta. En ellas aparecieron recuerdos de juventud, de atrevidas osadías en grupo con el afán de sentir el miedo en el cuerpo. Tardes de campamento con pesetas y duros chafados por un tren que apenas veía nuestros miedos crecer.
Allí, parado en un stop, obediente y cercano, sentí, eso que dicen siempre, de no dejar escapar un tren cuando te llama. A mi cabeza venían recuerdos que rebobinaban imágenes y años que pasan, intentando buscar un orden con cierta lógica. Ese corte en la orografía de dos líneas paralelas de frío hierro, me habían llevado a ese día en que sin saber, sin analizar tomé una decisión que cambió mi vida, o tal vez, simplemente la guió. Un giro, una elección, donde el azar salió a jugar.
El sol perdonaba, y mis recuerdos fluían, mientras me colocaba en la mitad de la vía, miraba a la izquierda, y miraba a la derecha, ambos caminos parecían iguales, pero eran muy distintos sus finales. Recordé aquellos años de Universidad, enamorado de libros, fonética y palíndromos. Asiduo a cafeterías y tertulias, luchador en barricadas dialécticas y enamorado de las sombras de la amistad. En esos días apareció ante mi la oportunidad de conocer el mundo del diseño, la creatividad y la publicidad a través de una triste agencia que alegró mi corazón. Y compré su billete.
Y fue en aquellos días cuando dejé un poco aparcadas las tertulias y los libros, a Saussure y Sartre dormidos en los pasillos de una facultad. Busqué en los recodos del camino hacia lo desconocido soñando en el viaje de aquel tren llamado destino. Pasé por muchas paradas donde todo el mundo me decía que me apeara, pero seguí, no quería tener que lamentarme por un tren perdido.
Ha pasado mucho tiempo y aquel billete de tren me llevó hasta hoy mismo, con la misma ilusión y desconcierto de hace más de veinticuatro años, marcados de pasos hacia adelante y gritos en la oscuridad. Ahora miro el camino pasado y el que queda por recorrer, un escalofrío surge por mi piel, pero cuando viajas en el tren del destino no hay estación con el cartel de "bájate". Miro al stop, y sigo mi camino.
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