miércoles, 3 de octubre de 2012

Si las calles y las casas hablasen



Siempre suelo decir que cuando caminamos por las calles, pocas veces levantamos la vista y nos paramos a ver con ojos nuevos lo que tenemos alrededor. Las casas y las calles se encuentran repletas de sorpresas que tan sólo necesitan una mirada diferente. La abuela pensaba lo mismo cuando salía a su ventana, como todos los días, a contemplar quién estaba en la plaza. Su atalaya le otorgaba cierta impunidad, pero sólo había que mirar un poco para verla.


Ajenos paseaban los turistas y veraneantes en Llanes. Nadie miraba a la bandera de San Roque para ver a la vigía. Tampoco había mucho que ver, pero no hay nada mejor que mirar y no ser visto.


Este verano por fin había acabado la rehabilitación de una de las casas más bonitas de Llanes que se encuentra haciendo esquina con el puente del puerto de Llanes. Su toldo daba paso a una fachada remodelada y limpia que devolvía a primera escena a una casa olvidada. La ferretería que había a sus pies había desaparecido, pero todo tiene un precio.


El puerto de Llanes se encontraba precioso, con las lanchas y barcas perfectamente ordenadas y las casas con sus miradores mirándolas de frente. Sobre el mar se reflejaban sus sombras y el cielo creando una estampa de postal.


Pero si se entraba un poco más allá, sobre viejos torreones de piedra se elevaban ventanales con sábanas tendidas como si fueran las paletas de los dientes. A su lado unas ventanas abiertas a su suerte no podían ocultar el paso del tiempo.


Justo al lado, la vecina competía por quién lavaba más blanco, poco a poco iba desgranando los blancos lienzos por una cuerda que cada vez se combaba más tapando casi por completo la balconada de su vecino de abajo. En la próxima reunión de vecinos, queja segura.


En otra casa de revoque difícil, la familia colgaba todos los trapos sucios, una vez bien pasados por la lavadora. Padres, niños y demás, lo íntimo y lo de fuera, pero nada de ropa blanca.


Por las calles de Llanes, en las fiestas, otros colgaban banderas de España, que competían con las de San Roque de otros balcones. Si uno se fijaba bien parecía que la cosa iba por calles y plazas, en ésta tocaba un recuerdo al plató de Bienvenido Mr Marshall.


Algunas callejuelas de la villa deparaban bellos finales, sin embargo, los balcones roñosos se enfrentaban, entre lo viejo y lo nuevo, creando un contraste que marcaba el paso del tiempo.


Por las callejuelas más transitadas de Llanes, competían los carteles por llamar su atención: Hospedaje, Bar-Restaurante Casa Canene, Sidrería Colón,… todo un placer para los buenos apetitos.


Sin darte cuenta te topabas con algún rincón de balconadas de una carpintería maravillosa, repleta de recovecos y sólo propia de artesanos ya extintos.


En otro lado, el cine de Llanes, Cinemar, se encuentra tapiado, convertido en un cementerio de fotogramas, con su estructura cuadriculada industrial y con un interior por el que han pasado un montón de películas, que en otro tiempo creaban colas en la calle. Ahora, la gente pasa, y pocos se fijan en lo que fue en otro tiempo.


En mi primer viaje a Llanes, hace ya más de veinte años, el cine todavía funcionaba, con películas imposibles, que casi competían con el mejor Estrenos TV. Si supieran sus paredes que en sus costas, a pocos kilómetros se han rodado grandes películas, como El Abuelo, El Orfanato, La Señora, You are the one, y otras, lo que hubieran dado por poder verlas sobre su pantalla. Sólo me arrepiento de no haber entrado nunca.


En Posada de Llanes, también aguanta tristemente la fachada del Cinema Pontbal, inaugurado allí por los años 50, con esas letras por las que el tiempo se paró. Detrás de su puerta de cristales reventados, las ruinas de lo que fue la sala se han convertido en una alfombra de escombros. Triste final para una sala que llevó tantos sueños a su pueblo.


A su lado otra tienda de electricidad, con elogio de amistad, aguanta en Posada viendo pasar el tiempo.


Por los caminos hacia casa, en el camino de vuelta, algunas casas compiten por encarcelar naturaleza con cariño. Un montón de macetas reciben al visitante con sus chispazos de color. Una mujer mayor sale a regar las plantas, la saludo con diligencia y la observo con que cariño riega sus queridas flores.


Otras casas son custodiadas por brujas atravesadas por flechas, que al compás del viento, se dejan girar de un lado a otro apuntando siempre hacia el cielo.


Sólo dando unos pasos, otros cementerios de ladrillo quedan como testigos de una especulación inmobiliaria que a mitad de camino se cobró sus frutos. Casas que del día a la mañana se vieron sin obreros y sin cemento, solas y abandonadas, muy lejos de las bonitas fotos que lucían en sus catálogos promocionales.


Causa cierta tristeza mirarlas, sus sueños no cumplidos con vigas al descubierto y vallas que recuerdan lo que iban a ser y nunca fueron.


Justo enfrente, como una aparición difusa el Che las mira, y hasta parece que sonríe un poco al ver el derrumbe del capitalismo convertido en especulación inmobiliaria.


Sobre su madera vieja y ladrillos destrozados aguanta el paso del tiempo como si fuera un triunfo.


Sobre otras casas las maderas se agolpan sobre sus paredes. Maderas de carpintero que la lluvia envejece y que algún día dejarán de ser tabla para ser algo mejor.


O tal vez no, parece difícil al ver este balcón como se pueden poner unas maderas de una forma tan desconcertante. El tiempo habrá hecho lo suyo, pero el hombre ayudó bastante.


Finalmente una casa parece mirarme, con sus ventanas por ojos y su boca de piedras. La miro y me doy cuenta de que ciertamente, muchas veces, las casas y las paredes hablan.


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