viernes, 19 de octubre de 2012

Danzando bajo la lluvia



La mañana amanecía muy gris en Anguiano, después de un verano en que la lluvia no había hecho presencia, su amenaza parecía latente en el sábado de fiestas de Gracias. Por la mañana la subida a la ermita y luego se cuestionaba la bajada de la cuesta. No llovía en exceso pero los paraguas eran necesarios. Por las calles se rumoreaba si se iba a bajar o si no se iba a bajar. Corrió la noticia de que no, pero conforme se aproximaba la hora de la danza todo el mundo tomaba posiciones por si acaso.


En un visto y no visto, mientras el agua continuaba cayendo, los danzadores tomaron la decisión de bajar. Al peligro de las resbaladizas piedras se sumaba ahora el riesgo de la lluvia. Todo el mundo era consciente que el riesgo aumentaba y al final de la cuesta la música empezaba a sonar. El murmullo de la gente iba en aumento. Antiguos danzadores lanzaron un grito de fuera paraguas y a nadie le importó desde ese momento la lluvia.


El primer danzador abrió camino, la gente, consciente del riesgo, alargaba sus brazos en un intento de evitar una posible caída. La bajada fue meteórica, como para quitarse el miedo de encima. La gente gritaba mientras se dejaba mojar por la persistente lluvia.


Los danzadores habían tomado la intención de bajar, con la cuesta mojada o chipiada, pero lo querían hacer rápido, casi sin dejar respiro se iban turnando unos a otros y como rayos bajaban sobre el suelo brillante por las gotas de agua.


Los receptores de abajo trabajaron más que nunca, sus cuerpos fuertes y acostumbrados a recibir los impactos y golpes de los danzadores cuando se dejan caer abajo, se adelantaban varios metros para evitar una caída fatal. La gente guardaba silencio y tan sólo de vez en cuando se oían gritos de un miedo agudo a cualquier gesto malo de un zanco.


El agua no era obstáculo, pero si un peligro. La mañana seguía teñida de un gris plomizo sobre el que destacaban, más que nunca, los vivos colores de las faldas y chaleco de los danzantes.


Todo transcurría a una velocidad tremenda. El miedo contraía estómagos, pero no evitaba, que los danzadores clavaran con fuerza los zancos al suelo y girasen sobre sí mismos, haciendo alguna bajada realmente espectacular.


Con su atrevimiento, hicieron olvidar hasta la lluvia, ya nadie se acordaba de ella, todos los ojos eran para ocho valientes que sin miedo afrontaban una tradición repleta de orgullo y valor.


Una y otra vez, bajaban y subían, subían y bajaban, fugaces balas de vivos colores que la lluvia no podía detener, tan sólo, el final de la cuesta ponía fin a sus giros.


Bajaban tan rápido que se amontonaban en la subida, bajar como una exhalación, no quitaba que luego el subir se hiciera más duro.


Por unas cuantas veces, el tiempo se congeló, cuando los zancos y las piedras resbaladizas jugaban una mala pasado a los danzantes y gracias a un público, mayoritariamente del pueblo, los protegía y arropaba evitando males mayores.


Casi sin darnos cuenta y con la lluvia todavía cayendo, los danzadores llegaron hasta el final de la cuesta, sólo entonces la gente volvió a sacar sus paraguas y rompió la mañana en un aplauso a unos valientes que habían danzado bajo la lluvia.

2 comentarios:

  1. gracias david por hacernos llegar a los q no podemos ir, con este relato tan minucioso y las fotografias tan logradas, como siempre .te sigo con ilusion ya q haces de vinculo de union entre mi y el pueblo .eres un reportero genial .recuerdos para ana y la niña

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