Un paseo por la ciudad de Zaragoza en fiestas, da para muchas imágenes curiosas, puntos de vista que muchas veces pasan desapercibidas entre tanta multitud de gente. El día del Pilar fue un día gris de brillos pulidos y morros graciosos.
La calle fue tomada literalmente por la gente, que ocupaba carriles de coche y de tranvías fantasmas. Y mientras en la calle no había más que peatones, de vez en cuando te encontrabas con un cartel que te permitía el paso, bien es cierto, que los coches se reemplazaban por la marea de gente con flores que iba a dejarlas a su virgen.
Los niños siempre son los más graciosos en todas las fiestas, pero si ya los vistes con trajes regionales, cobran un encanto muy peculiar, parecen pequeños muñecos de otros tiempos, cargados de inocencia y belleza.
El Paseo Independencia estaba totalmente tomado por grupos de gente de todos los sitios vestidos con sus cachirulos y mantones, y armados con sus ramos de flores. La visión de una calle tomada por la gente por un fervor religioso, entristecía lo poco que somos capaces de salir y tomar la calle para reclamar otras cosas.
En la calle don Jaime, la Lotería el Rosario aguantaba largas colas de gente en espera de comprar un número de lotería de navidad, cola que llegaba hasta la iglesia de San Gil Abad. Todos aguantaban en silencio viendo pasar a la gente y soñando con ganar miles de premio. La gente los veía y muchos se paraban a hacer cola y a compartir sueños.
Pero la tristeza no andaba lejos, mientras unos lucían lo mejor de sus armarios y soñaban con ganar mucho dinero, otros lo pedían, de rodillas y a gritos. Algunos, profesionales pedigüeños, con esquinas en propiedad para pedir dinero, pero los más, con la necesidad al cuello para poder vivir.
En el recorrido de este año, no era raro toparse con tiendas cerradas, carteles de cerramos mañana o liquidaciones fantásticas por defunción de negocios. Calles que en otros tiempos ostentaban con orgullo negocios que venían de siglos, ahora muestran cristales sucios y negocios asiáticos de los que nunca cierran.
Los músicos se daban un descanso al final de la mañana, infiltrados entre la gente y con el violonchelo como un sedente más. Ahora la gente pasaba al lado de ellos como si fueran insignificantes, dentro de poco, cuando las cuerdas volviesen a vibrar, la misma gente, formará un corro para poderlos escuchar.
Al fondo ya se veía el manto de la virgen, y los pilares con focos que se enfrentan a un Pilar más grande y a un Ayuntamiento engalanado, se muestran con publicidad colorista. Me imagino el resto, con publicidad de Coca-Cola, El Corte Inglés o cualquier tele-tienda y aunque me estropea el paisaje, me produce cierta sonrisa.
Las puertas del templo se encontraban abiertas de par en par, dejando ver un lado y otro, de la multitud de gente, al árbol que flanquea el río Ebro, y la lámpara, de multitud de cristales y bombillas cálidas, justo en medio. Esta vista ciertamente empequeñece las dimensiones del templo y sólo el marco de la puerta nos vuelve a la realidad.
El manto de la virgen se iba formando poco a poco, entre la torre inclinada de San Juan de los panetes y los curiosos que nos parábamos a verlo. Lejos quedan ya los años en los que el manto se ponía frente a la escultura de Serrano en los muros del Pilar. Por la calle Alfonso llegaban oleadas de gente con claveles y peticiones en una ofrenda que se encontraba muy tranquila y escalonada. De fondo jotas y castañuelas ponían banda sonora a los murmullos de la gente.
A la vez el cámara aprovechaba para tirar una foto con su móvil desde su atalaya privilegiada, miraba que tal había quedado y aprovechaba rápido para lanzarla a las redes sociales.
La caballería lustrosa de la policía municipal se mostraba lustrosa y altiva, los caballos aguantaban las miradas de la gente, y el oficial avisaba a los que se ponían detrás por la posible coz de Talibán que parecía bien tranquilo. El día se acababa y pese al paso de los tiempos las estampas pilaristas cambian muy poco.
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