Los viernes había mercadillo en Posada. Llegados de diferentes puntos un montón de puestos colocan sus productos en un orden que es difícil de entender. De sus furgonetas parece que salen miles de productos, sin etiqueta, sin packaging y todos se distribuyen, unos con más acierto y otros con menos. Los vendedores carecen de indumentaria y de prestancia en su puesto de venta, eso sí, te aclaman a gritos las ventajas de sus productos, que siempre suelen ser o bragas o tangas.
Algunos colocan productos en cabeceras de góndola y colocan stoppers a modo de banderas o hierros que sobresalen de sus tenderetes. La gente circula por los pasillos y los zapatos de los viandantes se inclinan siempre hacia los mostradores, al igual que lo hacen los carros en los hipermercados. Familias y dependientes se mezclan, saliendo de debajo de las mesas infinidad de niños que se llevan algún golpe en la cabeza por su precipitada fuga.
Otros puestos no se caracterizan precisamente por el orden en la exhibición de sus productos, un montón de zapatos se vuelcan sobre la mesa. La gracia está en cuando alguien quiere un zapato encontrar su pareja, un auténtico puzzle muy difícil de lograr, pero donde ciertamente destaca la habilidad del tendero.
Por más que los puestos ofrecen importantes rebajas y claman al cielo de la plaza de Posada sus ventajas y beneficios, pocos compran, la alegría de otros tiempos, de gente que compraba ropas y complementos a discreción apenas se ve. Corren malos tiempos, hasta para el merchandising ambulante.
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