martes, 14 de mayo de 2013

1984: Crónica de un cómic, crónica de una juventud II



La espera a que nos condenaba cada mes 1984, convertía la compra de cada cómic en un rito, aunque salían del alma, era todo un placer pagar las 125 pesetas de los primeros números, hasta las 300 del número de despedida, se devolvían en una gratificación muy reconfortante al poder viajar a un mundo que se convertía en desbordante en una juventud que lo quería absorber todo y que tenía más preguntas que respuestas.


Enrique Breccia siempre me pareció un artista, un pintor, del comic. También era argentino, una gran cuna de los dibujantes de aquellos días. Venía de familia de dibujantes y se notaba, la influencia de su padre Alberto Breccia, gran maestro de maestros, y de sus hermanas que también continuaron la tradición familiar, hacía sus trabajos siempre interesantes. El cazador del tiempo era una de las obras que más recuerdo, además de las que realizó en posterioridad, como Alvar Mayor o El Sueñero, todas tocados de un surrealismo natural en él.



Fernando Fernández Sánchez era otro ilustrador barcelonés que participó desde el principio en la revista 1984. Prolífico desde su juventud y gran retratista, sabía conjugar con particular equilibrio partes muy acabadas con otras menos trabajadas, casi ausentes de nada más que línea. Trabajaba las composiciones de sus páginas como cuadros y eso se notaba en su resultado. Los guiones no eran especialmente lo suyo y su Drácula, publicado en Creepy, eran cuadros tras cuadros transformados en viñetas.


Había conocido su peculiar estilo ya con anterioridad en un comic que se llamaba Viaje alucinante y que nos habían regalado por aquellos ingresos que hacías en la caja el día del libro. Era toda una aventura fantástica trasladada al cuerpo humano, la recuerdo con mucho cariño y aprendí mucho con aquel libro, de dibujo y de sus contenidos, todavía conservo una palabra que aprendí de aquel libro en mis conversaciones cotidianas, que es fagocitar. Cuando la leí en el comic me hizo mucha gracia.


Otro dibujante que me llamaba mucho la atención era Josep María Bea, creador de historias de terror y fantásticas con un estilo muy peculiar, tocado de su enfermiza afición a los tebeos de niño que le llevó hasta un hospital por chupar la tinta de aquel entonces de las portadas de los tebeos. Creador de un universo muy peculiar y de monstruos con carácter propio, los reflejaba en sus Historias de la Taberna Galáctica o En un lugar de la mente.


Miguelanxo Prado era un historietista de un estilo muy personal y de gran sensibilidad. Su origen gallego aportaba una frescura al panorama de los dibujantes con los que convivía en la revista 1984. Era mucho más joven que todos ellos y su estilo de dibujo fluía más de las nuevas tendencias que de los dibujantes antiguos y de ahí salieron otros insignes dibujantes como Das Pastoras. Fragmentos de la Enciclopedia Délfica nos trasladaba a mundos imaginarios con un humor, casi rozando la caricatura, muy especiales y personales.


1984 nos acompañó durante muchos años, se inició en 1978 y concluyó en 1984, todo un periplo en los quioscos, en los que no siempre comprábamos el cómic. En primer lugar por no empezar desde el principio, yo creo que comenzamos a seguirla con más profusión a partir del número 20 o similar, y en segundo lugar dependía mucho de los dibujantes que aparecían en la revista para decidir si lo comprábamos o no.


Horacio Altuna fue otro de los dibujantes que descubrimos en aquella revista. Al principio con su blanco y negro potente que llenaba las páginas habitualmente acostumbradas al blanco de otros ilustradores. Es también Argentino y había visto algo antes de Las puertitas del Sr. López, del que me destacaba su estilo diferente de maquetación de viñetas, las líneas justas para definir los personajes y los espectaculares cuerpos femeninos que dibujaba.


En 1984 destacó con la serie Ficcionario, todo unos relatos de un mundo apocalíptico, en los que él es guionista y dibujante, y lo hace a un alto nivel en los dos aspectos. Su forma de contar las historias todavía me asombra, sus planos parecen secuencias de una película y los bocadillos ocupan el lugar justo en la escena, evitando la parte superior, únicamente, para contar siempre la mejor historia.


A Horacio Altuna lo he seguido desde entonces hasta hoy, y por descontado con sus series eróticas que publicó para la revista Playboy, donde a su blanco y negro incorpora el color de la acuarela de una forma brillante, al igual que su compatriota Juan Giménez, y donde todas las viñetas tienen su importancia sin sobrar ninguna, ni faltar otras. Todo un maestro.


También recuerdo que en fechas especiales se hacían ediciones limitadas o diferentes, que coincidían con las fechas de navidad o verano, y en las que la revista incrementaba su precio, pero también aumentaban las historietas de su interior. Los almanaques y o las colecciones seriadas en un sólo número eran otros de sus productos, pero la paga semanal no daba para tanto.


José Ortiz era uno de los dibujantes valencianos que más me gustaba. Su forma peculiar de sombrear y trabajar las zonas oscuras con rayado, le daban un peculiar aspecto a sus historietas. Después de trabajar mucho para fuera y en proyectos para Ediciones Metropol que agrupaba a dibujantes como Leopoldo Sánchez, que era su sobrino, Jordi Bernet, Mariano Hispano o Manfred Sommer, dio el gran salto popular con historias posteriores como Hombre o Las mil caras en Jack el Destripador.


En mayo de 1984, el comic de la fantasía y la ciencia ficción para adultos ponía fin a una etapa, que justificaba su nombre, pero este final ya tenía un principio, se llamaría Zona84, a diferencia de la versión americana de la revista que se llamó 1994. La nueva revista nacía con aspecto renovado y acogiendo las nuevas tendencias del cómic que se quedaban demasiado modernas en la veterana 1984, pero eso ya es otra historia.

1984: Crónica de un cómic, crónica de una juventud I

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