Mostrando entradas con la etiqueta museo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta museo. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de octubre de 2013

La ciudad se oscurece



Por delante me aguarda una noche larga de trabajo y creatividad. Por detrás todo un día de duro trabajo y cansancio. En medio una ciudad que se despereza entre las luces de las farolas y un sol que se esconde disimuladamente entre las nubes. En las casas pocas luces, o todo el mundo está fuera o ya duermen entre los abrazos de sus televisiones que todo lo adormecen. Algún coche circula despacio como para no hacerse protagonista de la noche incipiente.


El cielo recorta la silueta de una ciudad, el museo Pablo Serrano desdibuja sus formas y se convierte en algo más compacto como el resto de los edificios. En los pisos puntos amarillos sobre negro como cuando dibujaba de niño la noche llena de estrellas. Antenas y grúas desafían al silencio. Por un momento la naturaleza y la vida son más fuertes que mi día a día, me relajan y me atraen a partes iguales.


Poco a poco, coincidiendo con el adiós del sol, las luces intensas surgen de las casas, algunas con gran potencia, casi como si fueran un escenario en la noche. Unas amarillas, otras blancas, otras verdes-azuladas, el resto grises casi negras. Fachadas que se desdibujan, familias que descansan, habitaciones que no duermen, sueños que comienzan y un cielo que se apaga.


Mientras la ciudad se oscurece y empieza a dormitar, yo me despierto y recuerdo lo que me queda por delante y lo de menos es el sueño. Dejo la ciudad libres de mis pensamientos y vuelvo a la vida virtual, que la real, la he tenido por un momento delante mío.

viernes, 18 de enero de 2013

La lluvia gris y la senda en Gasteiz



Cuando un manto de fina lluvia cae sobre Gasteiz, una magia especial lo cubre todo, el cielo gris inunda de color plomizo las calles y los reflejos de las gotas que caen en un manto fino reparten brillos que devuelven los colores más intensos de la mañana. Las ramas de los árboles, secas de hojas, se dejan bañar y alargan sus ramas para abrazar a unas nubes a las que nunca alcanzarán.


Sobre el parque del Prado las hojas alfombran el césped, esconden caminos y lo tiñen todo de un mosaico de piezas que no encajan pero que siempre quedan bien. La antigua dehesa respira historia de pasto de animales en otros tiempos, de otras vidas y de muchas lluvias, tiempos diferentes de naturalezas iguales.


Los bancos descansan arropados de los árboles centenarios que taladran el parque mientras los runners recorren su perímetro apartando la lluvia de la frente y salpicando tras sus grandes zancadas.


Frente a mi paseo Francisco de Vitoria, con su pose de justicia y su tez pétrea blanca reposando sobre las piedras húmedas de la lluvia que borraban lo que la placa decía a quien tanto honró su nombre. Nos miramos y seguí los pasos de su mirada a sabiendas de que me llevaría por un buen camino.


La lluvia paraba y arrancaba por momentos, y la gente como los caracoles, aprovechaba los descansos, plegaba los paraguas y se lanzaba paseo arriba, paseo abajo, custodiados por los árboles y jalonados por las casas que susurran historia a cada paso.


En uno de los lados sobre una negra verja se abre el Museo de Bellas Artes, la lluvia ha mojado sus baldosas y las hojas del otoño se han retirado plenamente de los jardines dejando todo en su sitio, ordenado, como las obras costumbristas que aloja.


La mansión neo-renancentista se muestra radiante, el agua de lluvia ha potenciado el color de la piedra, el palacio Augustín-Zulueta construido entre 1912 y 1916 bajo la dirección de los arquitectos Javier de Luque y Julián de Apraiz en el entonces afamado ensanche vitoriano y que en la actualidad se sigue denominando el paseo de la Senda. En su interior descansan Solanas y Zuloagas al resguardo de la lluvia.


Salgo fuera, no sin fijarme en las dos caras húmedas que adosadas a la verja de la puerta miran lateralmente a todos los que caminamos por la senda. Guerrero y dama, mirada desafiante y mirada caída, frío metal que dice mucho mientras el agua vuelve a caer.


De la vida vegetal que surge entre las verjas y las casas, surgen gotas que se agarran a los tallos y se niegan a caer. Las piedras acompañan a las mansiones que atraen las vistas de los nuevos y se pierden entre los que pasean a diario y se olvidan de mirar hacia los lados.


A un lado un colegio de aspecto terrorífico y gótico, los árboles parece que compiten en tenebrismo y las hojas tan sólo quedan en un lado, como si las de un lado se hubieran asustado de lo que ven durante el día. La lluvia arrecia y la senda brilla más que nunca.


Al final la mañana acaba, húmeda con una alfombra de hojas que aguantan desde el otoño y marcho en busca de una senda que me lleve a un lugar y no me siento capaz de iniciar nueva vida sin más.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

¡A mi las armas!



Dentro del patio del Museo Arzobispal de Zaragoza, la fiesta del Mercado medieval prosigue, guiando nuestros pasos como los de unos zombies que todo lo quieren ver. El patio se encontraba jalonado de columnas y esculturas, al fondo el bar con la gente sentada y disfrutando de una merecida sombra, y justo al lado, un tenderete con armaduras, espadas, yelmos, morriones, cascos, guanteletes, escarpes, quijotes, alabardas, ballestas y diferentes armas de guerra se ponían a los ojos de mi sobrino Unax, pasado un segundo ya lo estaban vistiendo como en el mejor de sus sueños.


Lo primero que le colocaron fue una capucha de tela o crespina sobre la cabeza, para luego ponerle el almófar. A Unax en cuanto se lo colocaron le sorprendió su peso, sobre su mente de niño se imaginaba como el mejor de los guerreros, pero nunca había pensado lo que podía pesar lo que llevaban encima esos valientes soldados.


Aguantando como podía su cabeza en alto, le dejaron elegir casco para su aventura medieval, de entre los que veía, eligió el menos brillante, pero el que le parecía más temerario. Su ansia crecía, con la ilusión del que hace algo por primera vez y tal vez única, se encontraba emocionado, vibrante.


Le colocaron el casco sobre su cabeza y el niño desapareció, para cobrar vida un niño guerrero al que le habían dado una espada de duro hierro. Sus ojos infantiles se vislumbraban a duras penas entre las oquedades del casco. Por dentro el lo veía todo oscuro, apenas tenía ángulo de visión, pero se sentía mejor que nunca.


Pero la espada pesaba y mucho, su ligero cuerpo se cimbreaba entre el peso del casco y el de su tizona. Jamás hubiera pensado que era tan dura la vida de esos caballeros medievales a los que veía en las películas saltando y atravesando armaduras con una facilidad pasmosa.


Por unos segundos ahí se quedó, disfrutando de un sueño infantil, en el que mirándolo fijamente, yo no hacía otra cosa que tener mucha envidia. Lejos quedaban mis espadas y cascos de pequeño realizadas en cartón ondulado de cajas, que se quebraban al primer ataque. Le miraba y ciertamente, sentía mucha, pero que mucha envidia.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Mercados medievales, placeres mundanos



Desde hace unos años se ha puesto de moda tunear los cascos históricos de las ciudades y transformarlas en unos mercados medievales, un poco artificiales, pero efectistas y divertidos. Es todo un placer ver las puertas de las iglesias y monumentos recuperar el gentío a sus puertas de antaño, y que sus paredes recuperen los viejos ecos de unas ciudades vivas, que últimamente han dejado paso a los ruidos de coches y al paso de la gente con prisa.


Este verano pude ver la que realizaron en Zaragoza, aunque hace varios años que se realiza, nunca había tenido posibilidad de visitarla. El día acompañaba con un sol de justicia, que sumado a la cantidad de gente que había, obligaba a hidratarse a menudo. La gente vagaba entre los puestos coloristas a los pies de la catedral de la Seo y el Palacio Arzobispal, escondiendo museos y fuentes entre tanta algarabía.


El Mercado se repartía por toda la zona del casco histórico de la ciudad, el arco del Deán, que en otro tiempo sirviera para dar paso de la catedral a la casa del religioso dentro del cabildo catedralicio. Las ventanas moriscas de fusión plateresca-mudéjar miraban a la gente que bullía de un lado a otro.


Los ventanales de los museos y las casas públicas se engalanaban con banderas abarrotadas de cruces de malta y plateadas flores de lis, sobre fondos rojos y amarillos. Todas con un regusto a batallas pasadas y pendones de otros tiempos.


A los pies de la plebe, puestos que comercializan productos modernos con un gusto a lo antiguo, perfumes, esencias y aromas, que nos trasladan a palacios de emires y odaliscas orientales cubiertas de velos y collares de monedas de oro.


Para los niños dragones voladores y cuadernos de artesanía, todo con un olor a cuero y madera lijada. Los pequeños se sienten atraídos por sus colores y por la vestimenta de sus vendedores, de túnicas blancas y espadas a la cintura. Sus ojos brillan mirando lo que tienen enfrente, mientras sueñan todo lo que harían con dragones a los que dan vida con sus pequeños dedos y grandes fantasías.


El olor se reparte por las calles, y atrae a la gente como un imán con sus olores a chorizo, parrilla, costillares y criollos, hechos poco a poco al calor de la leña, para sudor de los fogoneros. El calor incita poco al comer, pero el olor es demasiado fuerte para aguantar la tentación.


Cafecitos y licores aguardan después, con mesoneras y mesoneros que a gritos llaman al pueblo, implorando la sed de los presentes. Las calles se hacen eternas, y el barullo de gente dificulta el paso, el sudor se abre camino por la frente y la ciudad respira a otros tiempos más mágicos. Por un momento tuneamos la memoria y nos engañamos con un mundo mejor.

viernes, 1 de junio de 2012

Reencuentro X: Catedral de Jaén II



Salimos del museo y nos dirigimos hacia el interior del templo, grandes puertas nos abren el camino y como fichas de ajedrez vamos hacia dentro del mismo. Los grandes muros de piedra ocultan un tesoro de estilos bien iluminados y que parecen no defraudar al igual que el exterior.


Dos pasos más y la vista se muestra espectacular, las columnas altivas y en formación de a cuatro se levantan por todos los lados acabando en capiteles corintios y pechinas labradas con esculturas barrocas de influencia manierista con los relieves de San Miguel, San Eufrasio, Santiago y Santa Catalina, que sostienen una luminosa cúpula de crucero, obra del arquitecto Juan de Aranda Salazar, formada por una diámetro de 12,5 metros y 50 metros de altura.


Por los laterales el templo se muestra igual de impresionante, la planta de salón que tiene el templo de la Catedral de la Asunción de Jaén incorpora una amplia amalgama de estilos por todos los lados, predominando el renacentista, barroco y neoclásico en toda su arquitectura. Los arcos de medio punto surgen de todos los sitios y crean pasillos y capillas en los laterales, y además unos balcones interiores se mueven por todo el perímetro de la catedral.


Nos movemos por dentro del templo hacia la fachada principal, detrás de la puerta de los fieles, la cúpula sobre los arcos de medio punto labrada con formas geométricas, una vidriera en la parte alta, el balcón que continuamente discurre por los laterales y las grandes columnas cruciformes. Sobre el dintel de la puerta un relieve que se muestra casi tan impresionante como el del exterior.


El relieve refleja la escena de las Bodas de Caná, y es obra de Lucas González.


A nuestras espaldas el coro que se encuentra parapetado por gruesas paredes a media altura, que permiten dejar pasar la luz y mostrar otro recinto interior, decorado con ángeles en la parte superior de extraordinaria belleza.



Sobre la puerta del Perdón o puerta central un relieve del Niño Jesús entre los doctores de Pedro Roldán, el escultor barroco sevillano aprendiz de Alonso de Mena. Por las paredes continúan las rectas y formas geométricas propias del estilo renacentista. El cuidado equilibrio de sus líneas da una configuración clásica al conjunto que además de proporción, consigue una notable armonía.


Y finalmente a la derecha la trasera de la puerta del clero, que es gemela a la de los fieles, con vidriera sobre ventana serliana y balcón reforzando el aire civil del templo, y sobre el dintel de la puerta un relieve de la Huida de Egipto, obra también de Pedro Roldán.


Volvemos sobre nuestros paso y ahora nos fijamos mucho más en el imponente órgano que surge desde el interior del coro que se muestra grandioso. El órgano fue creado pro fray Jayme de Begoños, destaca su caja barroca obra de José Garcia y de Manuel López realizada en 1780 presentando las fachadas exterior e interior hacia el coro. Se cuenta que durante la guerra civil española los tubos del órgano fueron sacados del órgano y colocados en el Castillo de Santa Catalina y en la propia catedral para simular defensas antiaéreas, lo que obligó a restaurarlo completamente en 1941.


La parte superior del coro continúa con el estilo neoclásico del templo, todo configurado en líneas y formas geométricas puras, combinadas con armonía y geometría en busca de la armonía y el equilibrio.


Sobre un marco de puerta curvo, surgen dos puertas también curvas, que permiten el paso hacia el interior del coro. Sobre las paredes exteriores una profusa decoración de almohadillado y volutas de capitel que es rematada por una balaustrada de florones y máscaras.


Ya dentro del coro uno se impresiona por sus proporciones, siendo uno de los más grandes de España, ya que consta de 148 sitiales. Se acabó de construir en el siglo XVIII, y siempre fue criticado por su enorme proporción, ya que resta un montón de espacio a la planta de crucero a diferencia de otros templos. La obra del coro se comenzó en 1730 a cargo de José Gallego Oviedo, y se terminó en 1736 y en el suelo del mismo están enterrado numerosos obispos cuyas tumbas se señalan con sus nombres bajo nuestros pies. Al fondo se aprecia la enorme cruz del trascoro, y arriba sobre las pechinas dos de los cuatro Evangelistas que sostienen un doble anillo superior con ocho figuras de ángeles músicos para rematar con el altorrelieve de la Asunción de la Virgen.


La sillería de madera de nogal impresiona en la corta distancia, fue mandada bajo el mandato del obispo Alonso Suárez de la Fuente del Sauce y ejecutada por los tallistas López de Velasco, Jerónimo Quijano y Gutierre Gierero durante el siglo XVI. Aunque en 1736 se ampliaron las sillas y sus autores fueron Julio Fernández y Miguel Arias, siguieron tanto el estilo de los anteriores que resulta casi imposible distinguir las dos etapas en la sillería del coro.


Sobre la sillería alta escenas de la vida de cristo, contada en una secuencia cronológica, y de la Salvación, y sobre esta sillería a modo de dosel 62 tablas que muestran escenas del Antiguo Testamento, en un concepto agustiniano de paralelismo entre el antiguo y el nuevo testamento. En la sillería baja 53 sitiales dedicados a la vida y milagros de los santos continuando la historia de la Salvación.


En las esquinas de los sillares se encuentran remates sobre los posamanos con diferentes escenas o figuras animales, talladas al aire que encierran un gran tesoro sobre la madera de nogal.


El órgano nos vuelve a aparecer, ahora desde dentro, desde donde se colocaba el polifonista Francisco Guerrero, considerado el principal compositor español de música clásica de la segunda mitad del siglo XVI que fue nombrado a los 17 años y que estuvo tan sólo 3 años más, a causa de negarse a dar lecciones de música a los niños cantores de la catedral de Jaén.


Volvemos a salir del coro por sus laberínticas puertas curvas, mientras angelotes de caras dulces nos despiden desde el dintel de las mismas, con su labrada decoración siempre geométrica y equilibrada.


Vamos pasando por las diferentes capillas, y justo enfrente del coro nos espera la de San Miguel, de puro estilo barroco en un marco de cuadro que se encuentra altamente decorado en oro brillante siguiendo la forma ovalada del cuadro. El arcángel vestido con coraza, escudo y manto rojo lucha contra Lucifer y los demonios, el cuadro es obra de Francisco Pancorbo en el siglo XVIII.


Un poco más adelante en el lateral de la zona del crucero y la cúpula un monaguillo de pega con limosnero en mano, preside la figura de un cristo crucificado sobre una tela de un rojo cárdeno.


Un poco más a la derecha de un panel con fondo de tela roja cuelgan fotos y ex votos de la gente en sus peticiones dentro de la Catedral, sueños y deseos que allí esperan ser atendidos, todos mezclados, viejos, jóvenes y niños, fotos de carné con lazos y figuras que reflejan deseos.


Al fondo de la catedral, a la derecha de la capilla mayor, se encuentra la capilla de San Fernando, el retablo es obra de Manuel López de formas muy puras y en madera imitando mármol y cuyo objeto es principalmente enmarcar dos cuadros. El principal el del propio San Fernando, vestido de rey y atribuido a Juan de Valdés Leal, con espada en una mano y en la otra el orbe, al igual que en la figura escultórica de la fachada. En la hornacina superior un cuadro que representa la consagración de la mezquita mayor de Jaén como Catedral dedicada a la Asunción de la Virgen, una escena en la que también participa el propio rey Fernando.


En la capilla de San Eufrasio de estilo neoclásico y obra de Gregorio Manuel López en 1790 con las esulturas de Juan Adán y Miguel Veriguier, destaca una escultura del descendimiento de cristo a sus pies, junto con la urna que se encuentra en el altar con el cuerpo de San Pío mártir.


Por uno de los laterales se accede a la Sacristía diseñada por Andrés de Vandelvira, con unas proporciones de 25 por 14 metros, se articulan arcos y columnas que se suceden en ritmo y armonía al igual que lo hacían en las naves del templo. El templo posee ochenta columnas corintias de las cuales 36 son exentas y de una sola pieza de piedra sobre amplios pedestales, los arcos de medio punto se suceden unos encima de otro en perfecta armonía.


En la cabecera central se conserva un relicario obra de Alonso de Mena, de principios del siglo XVII, con reliquias de once mil Vírgenes de Colonia, San Víctor y San Mauricio, coronadas por los escudos episcopales de Sancho Dávila Toledo y más arriba el escudo del obispo Francisco Delgado López. Sobre las hornacinas figuras y rostros de nobles y obispos de la época.


Al otro lado dos armarios y las cajoneras laterales que recorren toda la sacristía y en la basa de las columnas que recorren toda la sala, donde se guardan los ornamentos que se emplean en las liturgias.


Saliendo de la sacristía nos encontramos con la Capilla de San Benito, entre otras muchas, con la imagen del santo en la parte central y rodeado de amplio barrioquismo, la obra es de Pedro Duque Cornejo que reparte por los laterales escenas de la vida del santo.


En la Capilla de las Angustias, se sitúa en la hornacina central la imagen de la Virgen de las Angustias, obra de José de Mora del siglo XVII, a la que custodian dos angeles llorones que reflejan la leyenda del escultor Antón y la pena de sus hijos al arrebatarles junto a su madre el amor de su padre.


Las vidrieras recorren el templo en la parte superior, algunas con grabados y otras sin nada, en muchas de ellas se cuentan historias alusivas a la Asunción de la virgen y escenas de su vida, dotando de color las partes altas de la Catedral.


Ya finalmente después de recorrer la Catedral con más prisa de la que siempre nos gustaría, ya que Rafa y yo seríamos capaces de pasarnos horas deambulando por sus pasillos y descubriendo nuevos detalles, me asombro con la majestuosidad del templo y el equilibrio entre tanto adorno y volutas.


Salimos del templo rumbo de nuevo a una ciudad, contemplando por última vez la mole que supone la catedral, que resulta imponente hasta desde la parte trasera.


Mientras el sol ya ha tomado la ciudad, Andrés de Vandelvira desde uno de los muros de la Catedral contempla Jaén, disfrutando de la obra que dejó para todos los jienenses.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...