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jueves, 26 de diciembre de 2013

El indomable abuelo Esteban



El abuelo Esteban nacía tal día como hoy, 26 de diciembre, de 1919. Nacía después de Nochebuena y Navidad en Anguiano, un pueblo de noche oscura y con el frío tiritando por las paredes. Llegó entre olor a brasas, perolas de agua caliente, paños blancos y mujeres que iban de un lado a otro. Era el día de San Esteban y su nombre estaba claro. Nacía al calor de otros hermanos pero con el miedo que aquellos partos incorporaban. Aquella noche Esteban durmió arropado entre sábanas, sin casi poder moverse al costado de su madre, agotada, pero feliz al ver a su niño.


Era un viernes que albergaba el comienzo de los años 20, en la prensa la resaca de la Navidad todavía se dejaba notar entre sus noticias. La reina Victoria Eugenia de Battenberg, esposa de Alfonso XIII, visitaba a los niños de los hospitales, mientras su marido seguro que encorría a alguna de sus criadas por los salones de palacio. Entre las noticias de aquel día ya se hablaba de la obstinación catalanista y de las numerosas huelgas que azotaban a España pidiendo unos derechos que se les querían negar, como la de los tranviarios de Zaragoza, y en Madrid, los gasistas y electricistas amenazaban con parar en estos días de Navidad.


Numerosas tiendas sacaban sus mejores productos a la venta y entre otras cosas ofrecían Veuve Chicot "legítimo" (aunque escribían Chicot y no Clicquot) a 21 pesetas la botella, frente a las 1,40 pesetas de la Sidra el Gaitero. Otros ofrecían cosas tan curiosas como el jabón de hiel de vaca al que apuntaban una serie de poderes que casi parecían mágicos. Raquel Meller arrasaba en los teatros de Madrid y en la cárcel de Barcelona se había producido un motín de lo más tonto tras un plante de unos presos que poco a poco fue a más.


Los juguetes también inundaban la prensa de aquel 26 de diciembre de 1919, y las reinas sin duda eran las muñecas, en este anuncio invitaban a los infantiles lectores a que adivinaran cuál era el nombre de las muñecas asociándolas con cualquiera de los cinco números, los nombres eran a cual mejor: Juanita, Conchita, Carmencita, Luisita y Maruja para cerrar el círculo.


Al abuelo Esteban no le tocó una infancia fácil, como a tantos de aquella generación. Dedicado junto a su padre a intentar sacar del campo todo lo que daba, poco le preocupaban los movimientos políticos convulsos que se vivían en España. Desde Argentina la familia que había emigrado parecía ir bien y eso aliviaba. Con 16 años le pilla la guerra civil española a la que se tuvo que incorporar en los años finales como soldado de comunicaciones, encargándose de cablear la primera línea con el cuartel de mando para que pudieran estar comunicados por teléfono. Formó parte de la batalla del Ebro y por suerte, acabada la guerra volvió a su pueblo para continuar trabajando como siempre supo hacer.


Allí junto con su mujer Rufina creó una familia a la que luego llegaron dos varones y la más pequeña una niña. El abuelo Esteban apenas se quitaba la boina, si lo hubiera hecho se hubiera sentido más desnudo que quitándose la ropa. Cuando lo conocí, reconocí en él, ese aspecto de riojano curtido, trabajador fino, de poco comer y poco parar. Parecía siempre serio, pero si le tirabas un poco de la lengua siempre conseguías sacar de él una buena sonrisa. Hoy habría cumplido 94 años, pero la vida se lo llevó demasiado pronto. En lo poco que lo conocí se quedó en mi recuerdo y en muchos momentos lo recuerdo volviendo con su mula a su casa de Eras después de un día de trabajo, para sentarse luego en una silla junto al balcón y dejarse iluminar por la penumbra del comienzo de la noche.

Felicidades Esteban.


miércoles, 25 de diciembre de 2013

A las 8 en el Arrantza



Así comenzaban las tardes de viernes de muchos años en Vitoria-Gasteiz. Así el grito de quedada con mis amigas de Vitoria para prepararnos antes de quemar a risas las calles del casco viejo. A esa hora mágica, unas antes y otras después, todas acudían a la pared de ese bar que servía de parapeto de sueños y albergue de devenires. En los días de frío la espera siempre se hacía larga, las manos se encogían y los abrazos entre abrigos se agradecían.


En frente la ciudad y la torre del Celedón, la noche incipiente que en invierno era plena y desde donde se veía pasar a las almas perdidas que buscaban en la noche amparo y derecho de pernada. Había días en que la humedad lo llenaba todo y la fachada del Arrantza se convertía más en un refugio que en una parada esperando la salida. Me encantaba ese sabor a la noche que comienza y que nunca sabes como puede acabar. De los bares comenzaba a salir música a borbotones.


Poco a poco las amigas comenzaban a llegar. Saludos y risas, intercambios de historias breves para ponernos al día, anécdotas semanales y repaso de lo que vendrá. Era la magia de las 8, esa hora pura de transición entre la tarde y la noche, el momento de comenzar algo y acabar lo anterior. Me sentía arropado entre rizos, palestinos y cazadoras hasta la nariz. Me sentía acompañado antes de empezar la ruta de zuritos y kalimotxitos.


Curiosamente aunque a las 8 quedábamos en el Arrantza, pocas veces tomábamos algo dentro. Nunca lo entendí, pero había cosas que no había que entender, la mayoría mandaba y bastante me aguantaban siendo el único chico que iba en su grupo. A las 8 en el Arrantza comenzaba siempre una nueva noche.

martes, 22 de octubre de 2013

Adiós, coleta, adiós



Hay días en los que toca dejar atrás algunas cosas. A Unax le tocó antes del verano. Había conseguido dejarse una gran coleta durante bastantes años que había trenzado y cuidado con esmero. Sin quererlo, me vi reflejado en él, yo también me dejé coleta como él, aunque no tan joven, eran otros tiempos. Mi pelo rizado la convertía en un tirabuzón curioso y para nada se parecía a la de Miguel Bosé que era el que la puso de moda en aquellos años.


La de Unax trenzada evitaba el último giro revoltoso del pelo. Unax la lucía con orgullo, habría matado por ella, pero un día dijo basta, y se la cortó. Sin mayor historia, creando un antes y un después. Todos vamos dejando historias físicas por el camino, pelos largos, barbas, perillas, bigotes,… el caso es experimentar y probar para luego quedarnos como más nos gustamos.


Desde ahora, Unax ya sólo puede decir: adiós, coleta, adiós.

jueves, 17 de octubre de 2013

Felicidades hada madrina



Aunque un poco tarde, no quiero dejar de felicitar a mi tía Loli, en un año tan especial como este en el que por fin se jubila y en unos tiempos en los que esa palabra suena con un retintín de miedo muy particular. En septiembre llegaba a esa cifra que algunos jóvenes de hoy en día sueñan y otros temen, y para a los que les llega simplemente supone un punto final a una etapa en la que nada más cambia, pero se rompen todas las rutinas que antes parecían odiosas y después se convierten en maravillosas.


Mi tía Loli siempre fue de un carácter muy peculiar, para mi encantador, ella siempre ha tenido cierta debilidad por mi humor y no en vano fue mi hada madrina el día de mi bautizo. Nació en Leache y siempre fue la pequeña de casa Matías, un padre al que pudo disfrutar poco y al que seguro hecho mucho de menos. Se crió a la sombra y a la luz de sus hermanos. Maribel, mi madre, era la mayor, y era los pies en el suelo. Jesús, el de en medio, los sueños y las puertas abiertas a un mundo distinto. Cuando se instalaron en Zaragoza su vida cambió, dejó atrás un pueblo por el que nunca ha sentido ni la más mínima atracción, habría que saber que recuerdos infantiles dejó allí enterrados.


Se casó, tuvo tres hijos y nunca paró. Su energía y dinamismo siempre le han acompañado. Las ideas claras y voz de mando nunca le han faltado, al igual que un odio terrible a que le toquen el pelo. Muchos años han pasado ya desde que nos conocemos, pero siempre la he sentido igual, con su media sonrisa, con sus ganas de reírse, pero no de parecerlo, con ese brío acompañado de una queja, y con esas ganas de saber cosas, mientras no para de hacer otras.


Pasa el tiempo, las fotografías lo recuerdan, pero dentro de uno mismo siempre se tiene la sensación de que las cosas tampoco cambian tanto, y que en mi tía que hace poco ha cumplido años y jubilación, queda mucho todavía de aquella niña que aguantaba la sonrisa con su pelo bien peinado con una trenza por detrás. Pasará el tiempo, pero no para tí hada madrina.

martes, 3 de septiembre de 2013

Agua del pozo y las rancheras del verano



Ciertamente en estos días de primeros de septiembre no me dejan de llegar, por un lado o por otro, recuerdos de los veranos de la infancia y la juventud. El otro día, por casualidad, por necesidad o por que sí, volvía a oír los ecos de una ranchera que me encantaba bailar en las fiestas de Leache o en las de cualquier pueblo de Navarra que frecuentábamos todos los fines de semana. La ranchera era Agua del pozo.


A mi recuerdo llegaron las orquestas prehistóricas que subidas a un remolque ponían música a las noches de fiesta en el cálido agosto. Las rancheras estaban en todos los sitios, la Ribera siempre rinde un gran homenaje a la música mexicana. Más de uno han sido los conciertos que hemos visto del Duo Gala en la Géminis de Sangüesa. Al compás del acordeón, Óscar de Salaverri se encargaba de ponernos las notas de un verano teñido al calor de las rancheras de la Dúrcal.

Aquí os dejo la canción que despertó mis recuerdos:



lunes, 2 de septiembre de 2013

Ese sabor a final de verano



Ahora que los tiempos lo cambian todo por ese látigo sadomasoquista llamado tecnología que nos mantiene conectados al trabajo y a nuestro mundo, durante ese sacro período que llamábamos vacaciones, me viene ese sabor lejano, teñido de olor a infancia y juventud que era el final del verano. Las vacaciones siempre empezaban renqueantes, les costaba arrancar, el punto en el que se habían quedado el año anterior se había borrado y las amistades veraniegas cambiaban aunque las personas seguían. Conforme se llegaba al final del verano todo parecía acelerarse, como si lo que no se hubiera hecho había que hacerlo con prontitud, con celeridad y surgían los días más maravillosos del verano, los últimos, los que no se debían acabar nunca.


Era en esos días donde surgían los besos a escondidas, los amores insospechados, los amigos eternos, las noches con sabor a alcohol y mucho sudor, los abrazos llenos de promesas, las aventuras que no parecían reales, los descubrimientos soñados, las cenas eternas que la luna ilumina, la oscuridad buscada de lo prohibido, los corazones que no paran de seguir a las olas, y tantas, tantas cosas que llegaban en los últimos días como punto final de unos días que no deberían acabar.


El último día sentenciaba la tragedia, mientras los padres apretaban las maletas encerrando los sueños del verano, a uno se le encogía el alma, buscaba en los primeros rayos de sol de la mañana que ese día no acabara, que se alargara lo más posible, casi hasta hacerse eterno. La infancia y la juventud permitían esa ignorancia. Pero aquellas maletas llegaban arrastradas hasta el coche, igual que mi cuerpo que se negaba a dejar ese sabor a final de verano.


El camino de vuelta era como el recorrido de un coche fúnebre, la alegría del día anterior teñida con aroma de despedida se había transformado en tristeza, en pena de no querer soltar lo que se alejaba con cada curva. Al llegar a casa, tocaba reencontrarse con lo cotidiano, con las cartas de amor que escondían perfume entre sus extremos rotos de un cuaderno, volver con los viejos amigos que en su cara, todavía muy morena, reflejaban un final de verano que tampoco hubieran querido olvidar.


Ahora que miro a la gente llegando de vuelta a la ciudad, mirando sus caras morenas y el brillo de sus ojos, me he acordado de ese adiós al verano que tenía ese sabor tan especial que después de tanto tiempo todavía me seguía poniendo los pelos de punta.

martes, 18 de junio de 2013

Las zapatillas colgadas y su significado oculto



Caminas por la ciudad y de repente atravesando la verticalidad de los edificios, sobre la horizontal de un cable de luz, te encuentras unas zapatillas colgadas. La primera sensación es de curiosidad, no haces más que pensar cuánto tiempo se habrá entretenido un interfecto para conseguir colgar ahí unas zapatillas y dejarlas justo en el centro. Después uno se pregunta para qué.


Como casi todo, parece una moda importada de otros países, y que de ellos ha importado sus leyendas e historia oscura. A la acción de colgar unas zapatillas sobre un cable de luz se llama shoefiti, fusionando la palabra en inglés shoe (zapato) y grafiti como forma de expresión urbana. Existen hasta páginas webs y páginas de facebook que se dedican a este tema y recopilan fotografías de todo el mundo con esta práctica.


Las leyendas urbanas dicen que su ubicación puede simbolizar el lugar de un asesinato entre bandas rivales o el lenguaje secreto con que las bandas sitúan el lugar de venta y suministro de drogas. Para otros más lights simboliza un momento de celebración, el final de un curso o simplemente una despedida de soltero. Sea lo que sea, yo miro esas zapatillas colgadas en una calle de Vitoria-Gasteiz y no les encuentro la gracia, más allá, de seguirme preguntando cómo habrán podido acertar para dejarlas tan bien y en el centro.

viernes, 14 de junio de 2013

Mitad y mitad



Hoy, en la casi mitad del mes. Hoy, en la casi mitad del año. Hoy, en la casi mitad de mi vida, es mi cumpleaños. A mi espalda, 45 años. En frente, espero que lo mismo, por lo menos. Podría ser el momento de hacer balance, pero es la mitad de acuerdo. Una mitad me dice que desde el niño que fui al que soy hay poco que contar y mucho que disfrutar. La otra mitad me dice la vida se hace poco a poco y que no he hecho más que empezar.

En la mitad de la mitad, me encuentro tan soñador como apasionado, tan triste como payaso, tan padre como hijo, tan feliz como una infinita sonrisa. Tan sólo una media persona que tiene media vida por delante para conseguir el amor que he conseguido en la otra mitad.

Amigos, amigas, compañeros de camino, padres, hermano, familia y más familia, y a mis tres amores, os regalo la mitad de un abrazo, la otra mitad será un abrazo de los de verdad, de los de piel con piel, de los que no se cuentan, se sienten.

Gracias por estar ahí, por verme y escucharme, a pesar de estar aún a medias de hacer, a mitad y mitad, pero intentando hacer un todo, que cada día, me ayude a ser un poquito mejor persona.

lunes, 3 de junio de 2013

Mami, mamá, madre, la abuela



Ayer mi mami, mi mamá, mi madre, la abuela cumplía 72 años. Con tanta vida detrás y las muchas ganas que tiene de mirar hacia adelante. Mirándola mientras nos preparaba la comida familiar de domingo en la mesa de siempre, repleta de platos y comida, y cada vez con más gente que le llenan la sonrisa, veía a la madre que no me ha fallado desde el día en que nací y hasta unos meses antes de conocerme. Ella repartió su corazón entre todos y todavía le quedan trozos para el nieto y las nietas que llegan a iluminar su vida. Pero esa abuela, antes, mucho antes fue mi mami, mi mamá y mi madre.


Mi mami apenas se había acostumbrado a los llantos de un niño pequeño como era muy hermano, cuando a los 18 meses llegué yo, agobiándolo todo, haciéndola dormir mucho menos y robándole días y noches para cuidarnos. Ella era la mami que nos abrazaba y dormía entre sus brazos cantándonos melodías que acunaban nuestros oídos. Le quitamos años de su juventud, pero ella nos los regaló sin pedirnos nada, tan sólo disfrutando cuando nos miraba dormidos en la cuna.


Mi mamá llegó un poco más tarde, le tocó ser nuestra domadora. Dos niños traviesos y pillos que saltaban dando volteretas por el sofá, el mismo sofá que era víctima de unos pinchos que contenía uno de esos recuerdos que se traen de la playa y que acababan clavados sobre los reposabrazos. La poníamos a prueba en todo momento y muchas veces le hacíamos perder los nervios, pero mamá siempre estuvo ahí, ayudándonos, obligándonos a aprender el padrenuestro y el credo a cachetazos para no cambiar el orden de las palabras. Cuidaba de la casa mientras nosotros jugábamos a baloncesto en los pasillos o utilizábamos la estufa como medio de transporte.


Mi madre apareció años después, tras vernos crecer y hacernos personas, aguantar nuestros disgustos y disfrutar de las alegrías. Nos dejó ser, pero siempre veló por nosotros, y al final de todo no faltaba una palabra de cariño en una madre que nunca ha sido muy besucona. La muerte de su madre y los dolores de su rodilla cambiaron un poco su gesto, su humor, su dolor al tener que decirnos adiós cuando marchamos de casa para emprender nuestras propias vidas. La dejamos en casa, con mi padre, recordando nuestras correrías y travesuras, viviendo como madre nuestros problemas y disfrutando de las cosas que nos iban bien. Era la madre que siempre llama para saber que has llegado bien.


Y el tiempo la hizo abuela, multiplicó su sonrisa y rejuveneció. Sus dolores desaparecieron, o al menos no los quería recordar. Se dejó llevar por sus sentimientos, se volvió niña para entender a sus nietos. Sus ojos se hicieron más grandes y sus arrugas no delataban su ánimo. Ahora, mi mami, mi mamá, mi madre es la abuela. Miro a mis niñas y jamás les podré contar todo lo que quiero a la que me dio la vida y me ayudó a ser quien soy. Felicidades madre. Te quiero.

martes, 14 de mayo de 2013

1984: Crónica de un cómic, crónica de una juventud II



La espera a que nos condenaba cada mes 1984, convertía la compra de cada cómic en un rito, aunque salían del alma, era todo un placer pagar las 125 pesetas de los primeros números, hasta las 300 del número de despedida, se devolvían en una gratificación muy reconfortante al poder viajar a un mundo que se convertía en desbordante en una juventud que lo quería absorber todo y que tenía más preguntas que respuestas.


Enrique Breccia siempre me pareció un artista, un pintor, del comic. También era argentino, una gran cuna de los dibujantes de aquellos días. Venía de familia de dibujantes y se notaba, la influencia de su padre Alberto Breccia, gran maestro de maestros, y de sus hermanas que también continuaron la tradición familiar, hacía sus trabajos siempre interesantes. El cazador del tiempo era una de las obras que más recuerdo, además de las que realizó en posterioridad, como Alvar Mayor o El Sueñero, todas tocados de un surrealismo natural en él.



Fernando Fernández Sánchez era otro ilustrador barcelonés que participó desde el principio en la revista 1984. Prolífico desde su juventud y gran retratista, sabía conjugar con particular equilibrio partes muy acabadas con otras menos trabajadas, casi ausentes de nada más que línea. Trabajaba las composiciones de sus páginas como cuadros y eso se notaba en su resultado. Los guiones no eran especialmente lo suyo y su Drácula, publicado en Creepy, eran cuadros tras cuadros transformados en viñetas.


Había conocido su peculiar estilo ya con anterioridad en un comic que se llamaba Viaje alucinante y que nos habían regalado por aquellos ingresos que hacías en la caja el día del libro. Era toda una aventura fantástica trasladada al cuerpo humano, la recuerdo con mucho cariño y aprendí mucho con aquel libro, de dibujo y de sus contenidos, todavía conservo una palabra que aprendí de aquel libro en mis conversaciones cotidianas, que es fagocitar. Cuando la leí en el comic me hizo mucha gracia.


Otro dibujante que me llamaba mucho la atención era Josep María Bea, creador de historias de terror y fantásticas con un estilo muy peculiar, tocado de su enfermiza afición a los tebeos de niño que le llevó hasta un hospital por chupar la tinta de aquel entonces de las portadas de los tebeos. Creador de un universo muy peculiar y de monstruos con carácter propio, los reflejaba en sus Historias de la Taberna Galáctica o En un lugar de la mente.


Miguelanxo Prado era un historietista de un estilo muy personal y de gran sensibilidad. Su origen gallego aportaba una frescura al panorama de los dibujantes con los que convivía en la revista 1984. Era mucho más joven que todos ellos y su estilo de dibujo fluía más de las nuevas tendencias que de los dibujantes antiguos y de ahí salieron otros insignes dibujantes como Das Pastoras. Fragmentos de la Enciclopedia Délfica nos trasladaba a mundos imaginarios con un humor, casi rozando la caricatura, muy especiales y personales.


1984 nos acompañó durante muchos años, se inició en 1978 y concluyó en 1984, todo un periplo en los quioscos, en los que no siempre comprábamos el cómic. En primer lugar por no empezar desde el principio, yo creo que comenzamos a seguirla con más profusión a partir del número 20 o similar, y en segundo lugar dependía mucho de los dibujantes que aparecían en la revista para decidir si lo comprábamos o no.


Horacio Altuna fue otro de los dibujantes que descubrimos en aquella revista. Al principio con su blanco y negro potente que llenaba las páginas habitualmente acostumbradas al blanco de otros ilustradores. Es también Argentino y había visto algo antes de Las puertitas del Sr. López, del que me destacaba su estilo diferente de maquetación de viñetas, las líneas justas para definir los personajes y los espectaculares cuerpos femeninos que dibujaba.


En 1984 destacó con la serie Ficcionario, todo unos relatos de un mundo apocalíptico, en los que él es guionista y dibujante, y lo hace a un alto nivel en los dos aspectos. Su forma de contar las historias todavía me asombra, sus planos parecen secuencias de una película y los bocadillos ocupan el lugar justo en la escena, evitando la parte superior, únicamente, para contar siempre la mejor historia.


A Horacio Altuna lo he seguido desde entonces hasta hoy, y por descontado con sus series eróticas que publicó para la revista Playboy, donde a su blanco y negro incorpora el color de la acuarela de una forma brillante, al igual que su compatriota Juan Giménez, y donde todas las viñetas tienen su importancia sin sobrar ninguna, ni faltar otras. Todo un maestro.


También recuerdo que en fechas especiales se hacían ediciones limitadas o diferentes, que coincidían con las fechas de navidad o verano, y en las que la revista incrementaba su precio, pero también aumentaban las historietas de su interior. Los almanaques y o las colecciones seriadas en un sólo número eran otros de sus productos, pero la paga semanal no daba para tanto.


José Ortiz era uno de los dibujantes valencianos que más me gustaba. Su forma peculiar de sombrear y trabajar las zonas oscuras con rayado, le daban un peculiar aspecto a sus historietas. Después de trabajar mucho para fuera y en proyectos para Ediciones Metropol que agrupaba a dibujantes como Leopoldo Sánchez, que era su sobrino, Jordi Bernet, Mariano Hispano o Manfred Sommer, dio el gran salto popular con historias posteriores como Hombre o Las mil caras en Jack el Destripador.


En mayo de 1984, el comic de la fantasía y la ciencia ficción para adultos ponía fin a una etapa, que justificaba su nombre, pero este final ya tenía un principio, se llamaría Zona84, a diferencia de la versión americana de la revista que se llamó 1994. La nueva revista nacía con aspecto renovado y acogiendo las nuevas tendencias del cómic que se quedaban demasiado modernas en la veterana 1984, pero eso ya es otra historia.

1984: Crónica de un cómic, crónica de una juventud I

lunes, 13 de mayo de 2013

1984: Crónica de un cómic, crónica de una juventud I



En los años 80 toda una juventud nos criamos sin internet. Ni sabíamos lo que podía ser. Pero nuestros cuerpos, que iban mutando con pelos que nos nacían por cualquier sitio de la cara, estaban ávidos de conocerlo y de descubrir todo. El quiosquo de la plaza San Francisco se convertía en nuestro particular portal de google y sobre sus estanterías buscábamos todo el conocimiento que a través de las portadas podíamos extraer de sus revistas, libros y comics.


Junto con mi hermano, o a solas, nos pasábamos largo rato mirando todo lo que tenían, ojeábamos hojeando revistas y comics para ver lo que había salido nuevo esa semana o mes. Juntábamos nuestros ahorros y compartíamos de una forma muy peculiar los comics que nos gustaban. Uno de ellos era 1984, una revista de ciencia ficción que agrupaba a nuestros dibujantes favoritos. Esperábamos con ansiedad el nuevo número y nos lo llevábamos a casa como quien lleva un tesoro del que lo necesita saber todo.


Individualmente lo leíamos, un día tenía derecho a su uso uno, y al otro día el otro, así todo el mes. La primera semana el intercambio del 1984 del mes era delicado y cuidado al segundo, la última semana de ese mes, acababa archivado con el resto de números anteriores. Cuando lo leíamos por primera vez había una sensación de hormigueo en el estómago al continuar las historias que se iban desarrollando de un número a otro, y de las que memorizábamos viñetas e historias, hasta casi sabérnoslos de memoria. 1984 era una versión española de la edición americana realizada por Josep Toutain y Luis Vigil que supieron tomar el tirón de los grandes dibujantes españoles de aquel momento.


Juan Giménez era uno de los grandes. Su forma de dibujar máquinas, aviones y vehículos en general, todos rodeados de múltiples cables y con una imaginación desbordada y repleta de detalles. Juan Giménez es argentino y su temática fantástica y de ciencia ficción ligaba perfectamente con el contenido de la revista 1984.


Entre las historias seriadas que se veían en sus páginas, recuerdo "Cuestión de tiempo" sobre el año 1985, y anteriormente "Estrella Negra" y "Basura", aunque no recuerdo si estas salieron en la revista 1984. Sus viñetas eran todo un prodigio en el manejo de la acuarela y las tonalidades desaturadas con tonos grises, verdes y marrones.


Me quedaba maravillado con su forma de dibujar, copiaba sobre el papel su forma de trabajar las caras y las manos, no llegándole ni a igualar en la copia. A través de estas historias descubrí posteriormente una serie que había realizado en 1976 junto con Ricardo Barreiro, "As de pique", un cómic bélico de los aviones en la segunda guerra mundial, que asombra por su frescura y detalle técnico realizándola con tan sólo 23 años.


Las portadas nos decían mucho, suponían un anticipo de lo que nos íbamos a encontrar en el interior, y Toutain lo sabía muy bien, muchas de las portadas tenían la mano de Richard Corben, portadas que ilustraba con su magnífico manejo del aerógrafo y de los fotolitos que retocaba personalmente. Era para nosotros un auténtico autor de culto y muchas series pudimos seguir desde las páginas de la revista 1984: Mundo Mutante y Den entre muchos episodios sueltos, en los que las historias en blanco y negro eran casi tan buenos como los de color.


Historias de la mafia en las que los personajes aunque se exageraban hasta la caricatura producían un terrible miedo y crudeza. Corben no se cortaba a la hora de mostrar la violencia y el erotismo, en aquellos años de juventud, ambas cosas, se esperaban con ansiedad desmesurada. Todavía recuerdo como una cara se rasgaba por una navaja con el efecto tridimensional y de volumen que sabía aportar a sus dibujos, y también los enormes pechos con los que dibujaba a todos sus personajes femeninos.


Aunque la ciencia ficción y la fantasía eran sus principales temáticas para sus viñetas, el terror también es uno de sus preferidos, y en una revista paralela de Toutain, Creepy, que también comprábamos editaban algunas de sus historias llenas de hombres lobo y monstruos terroríficos.


La parte sexual de sus personajes nos llevaba a otros mundos repletos de acné juvenil, en aquellos tiempos en que el sexo se vivía como algo casi oculto y todos los descubrimiento se hacían como a escondidas, encontrar este tipo de historias hacían que te fijaras más que nunca en las viñetas de los dibujos.


Richard Corben siempre fue y será uno de los grandes, después de consagrarse y evolucionar poco a poco en su arte, en el que siempre ha reivindicado la lucha de las clases sociales reprimidas, su crítica al ejército y una renuncia en la actualidad al erotismo en sus dibujos. Todo un placer volver a releer aquellos comics y las sensaciones que me aportaban.

1984: Crónica de un cómic, crónica de una juventud II

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