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martes, 24 de diciembre de 2013

Tardes de Nochebuena



Después de unas semanas de duro trabajo que me han robado alguna hora más de sueño de las pocas que suelo usar, tomo aire y escribo con sonidos a villancicos, olor a marisco, frío en la calle y sudor en las casas. Así son las tardes de nochebuena, desde la calle silencio y gente abrigada; pescaderías que cierran tarde y pillan despistados de los que nunca tienen prisa de nada; apenas sucede nada, todo lo que tiene que pasar se fragua dentro de las casas, dentro de las cocinas y gran parte de los salones. Todos empiezan a llegar al calor de buenos deseos, algo de hambre y preparados a calentarse con buen vino y cava para olvidar y repetir las discusiones de sentido.


De niño recuerdo estas tardes dejando trabajar, en soledad pero en paz, a mi madre en la cocina. Mi padre ejercía de guía por una ciudad que provocaba vaho de las bocas y donde las luces de colores rellenaban los escaparates y las calles. La trenca abrigaba pero nunca parecía suficiente y sólo la velocidad del paso paterno aliviaba un frío húmedo que se calaba hasta los huesos. Visitábamos a nuestro tío en la pensión y le invitábamos a cenar, eran tiempos sin móviles y la gente se volcaba en las calles con bolsas y deseando pasar una noche buena, tal vez el mejor nombre para los deseos de una noche que más que buena, suele acabar llena.

Feliz nochebuena y Navidad a todos.

martes, 3 de diciembre de 2013

Carteles y mensajitos 033: Casas y casos



En el barrio de la Magdalena de Zaragoza, en una pared triste de manchas y sombras reza esta leyenda de la que poco se puede comentar: —"Ni gente sin casa. Ni casas sin gente"—. Así aguanta la frase, sobre una pared, donde más sentido tiene. Todo un mensaje que va mucho más allá del mundo que nos ha tocado vivir.


Barrio de la Magdalena / Zaragoza


miércoles, 13 de noviembre de 2013

Nunca esperes sentado



A ti que esperas sentado que las cosas cambien o a que alguien se arriesge por ti. A ti que esperas sentado que los demás hagan algo, ese gesto al que poder agarrarte. A ti que esperas sentado aún a sabiendas de que el agujero se hace más grande y los problemas tienen peor solución. A ti que esperas sentado a un golpe de suerte, a si pasa una mariposa me levanto, sólo te perseguirán las malas rachas. A ti que esperas sentado a que otro te diga lo que hay que hacer, para luego no hacerlo. A ti que esperas sentado soñando con el mundo que te gustaría y no haces nada por crearlo poquito a poco.


A ti que esperas sentado, impasible, dispuesto a aguantar el chaparrón para luego volver a sentarte. A ti que esperas sentado mientras juzgas que los demás no hacen nada y se quejan de todo. A ti que esperas sentado mientras pides que los demás hagan cosas y luego no te sientes valorado. A ti que esperas sentado diciendo yo no sé hacer eso sin pensar que nadie nació aprendido. A ti que esperas sentado a que el volcán reviente, te arrastre lo menos posible para volver a asentarte. A ti que esperas sentado diciendo que haces lo que sabes que no hay que hacer y te autojustificas para seguir sentado.


 A ti que esperas sentado te digo que saltes. Salta y equivócate, para volver a saltar. A ti que esperas sentido te digo que pienses, que la autocompasión sólo te conduce a no hacer, o hacer lo incorrecto. Piensa, si quieres sabes el camino. A ti que esperas sentado te digo que no te canses, llevas mucho rato sentado y te agotas en el primer intento, encuentras la excusa perfecta detrás de cualquier cosa para justificar lo que no haces. A ti que esperas sentado te digo que los trenes pasan e igual que vienen, se van. A ti que esperas sentado te digo que en el camino me puedes encontrar andando.

miércoles, 16 de octubre de 2013

María y Mikel, la vida un regalo



María y Mikel, Mikel y María. Ninguno de los dos se conocía, y ni yo conocí a ninguno de los dos, pero no me eran desconocidos. No hablé con ellos nunca, pero sentía sus palabras muy cercanas. No les miré jamás a los ojos, pero siempre percibí una mirada cálida en sus rostros. No conocí a María más allá de lo que una televisión puede proyectar, pero siempre acepté una conexión especial con sus palabras. No conocí a Mikel más allá de lo que su madre me contaba entre palabras cálidas y silencios que no necesitan frases, pero siempre supe que había un amor de madre especial más allá de lo que se puede contar.


El viernes 11 de octubre los dos se marcharon, sin ponerse de acuerdo, sin conocerse, una mucho más popular, el otro entre el dolor del miedo al futuro de una familia. María de Villota se marchó temprano, en el silencio de la cama de un hotel. Mikel a las 10,15 entre tubos de una UCI y en estado de coma. A la familia de María le pilló de sorpresa, pero no tanta, ellos sólo pensaban en el año y algunos meses que habían disfrutado de su vida extra después del accidente. A la familia de Mikel les pilló como un alivio, a su lado, con la intimidad que da un cristal de por medio, y la maldita satisfacción que da un mal peor.


María hasta hace un año para mi, a no ser por su apellido era una gran desconocida. Mujer piloto de fórmula I, en un mundo de hombres, ya decía mucho de ella. Toda una vida preparándose para un sueño y cuando lo estaba tocando con los dedos un accidente casi mortal la trasladó a una realidad mucho más profunda, más cruel pero más humana. El despertar fue terrible, por dentro todo removido, por fuera un mundo sin perspectiva. Pasaron tan sólo unos meses y todo cambió, clínicamente parecía que todo se había arreglado y sentía y pensaba mejor que nunca, por fuera veía la mitad, pero jamás había visto tanto amor con tan pocos ojos.


Se dedicó desde entonces a compartir su descubrimiento, a decir que la vida es maravillosa cuando se mira todo con nuevos ojos, aunque sea con sólo uno, y lo decía todo con su dulce voz, con su tono amable que hacía más verdad lo que salía de su corazón. De conferencia en conferencia, de amigos en amigos y hablando de seguridad en los previos de Fórmula I, comía sus ganas de vivir la nueva vida que le había tocado disfrutar. Un día antes de que su corazón dijera basta en esa habitación de un hotel de Sevilla, María no había faltado a su cita con su amigo Manuel, al que descubrió una tarde de conversación franca perdida en busca de la catedral de Sevilla. Para Manuel María no se ha ido, para mi tampoco.


Mikel hasta hace un año no era nada para mi, la casualidad de una madre activa y sensible, que a través de la red, un pueblo como Anguiano y la casualidad, quiso compartir conmigo lo que sentía de mis palabras y el amor de su familia que le rodeaba. Me contó de su vida, de su arca de Noé particular, su caserío de Mendibe, lleno de animales, algunos sin suerte, que gracias a ella recobraban un nuevo sentido a la vida. Me habló de su familia, de sus padres, de Anguiano, de su hija Irantzu y de su hijo Mikel. Hablaba siempre de todo con apretado amor y orgullo.


Compartió conmigo en mayo la hospitalización de Mikel por una neumonía grave, y el otro día tuvo valor y tiempo para comentarme que Mikel se encontraba en muerte cerebral tras haberse atragantado con una miga de pan en el colegio. Los médicos auguraban un negro futuro, con muerte cerebral poco se podía hacer, sus padres tan sólo no querían verlo sufrir. Y Mikel finalmente tomó su decisión y se marchó sin dar ningún mal y repartir mucho amor. Para Sonia, su madre, Mikel no se ha ido, para mi tampoco.


María lleno de lágrimas mi corazón. Mikel también. Sentí la ausencia de dos desconocidos que sentía cercanos, mucho más que algunos conocidos. Sus sonrisas me acompañan, al igual que sus miradas, pero todavía más sus lecciones de vida, esas que no se olvidan nunca. María y Mikel se han ido, pero seguro que a Mikel le hubiera gustado pilotar un coche de fórmula uno más rápido que nadie o ponerse el parche en el ojo para ser un pirata malo, y seguro que a María le hubiera encantado conocer al burrito de las Encartaciones que cuidaba Mikel y que le recordara el nombre de todos sus perros.

Mikel lleno de lágrimas mi corazón. María también. Pero los dos me han ayudado a entender el camino para intentar ser cada día un poco mejor persona y comprender que la vida es el mejor regalo. Allí donde estéis, gracias.


miércoles, 9 de octubre de 2013

Abrazos que lo son todo



Ahora que el tiempo me devora y apenas me deja huecos para descansar las neuronas. Ahora que he necesitado volcar todas mis madrugadas, abandonando lecturas y diálogos en mis blogs, por causa de un trabajo que cada vez exige de más esfuerzos. Ahora que veo poco a lo que más quiero, que sueño en la distancia de mis amigos y que ni pájaros ni libros me logran consolar. Ahora que llego a casa reventado de reuniones y con la cabeza tejiendo marcas y estrategias. Ahora que abro la puerta y mi niña me viene a abrazar desde lo lejos con las manos abiertas y se queda en silencio agarrada a mis piernas mascullando "papá, papá,…". Ahora me doy cuenta que los abrazos lo son todo.


Son ese mecanismo que te hace desconectar, esa sensación que te obliga a contener una lágrima que le gustaría viajar por entre los que se abrazan. Siento ese abrazo infantil como una de las sensaciones más intensas de mi vida, como la razón que lo justifica todo. Y ahora que sus manos sin soltarme todavía me dan cachetes en los muslos para sentirme más, creo que no podría vivir sin ellos. Sacar un segundo para compartir, por pequeño que sea siempre merece la pena. Ahora que sé que los abrazos lo son todo, dejarme entrar en vuestros corazones de nuevo que os espero con los brazos abiertos.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Carteles y mensajitos 031: Comproro



Hay escaparates que entienden que repitiendo las cosas una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis veces, dejan claro cual es su servicio y lo que ofrecen, y no seré yo el que diga que no tienen razón, pero a mi no me gustaría que me vieran entrando en esta tienda, y no por avergonzarme de vender algo de oro, que no tengo, para conseguir algo de dinero, sino por la vergüenza de entrar a un negocio que me provoca una contaminación visual importante.


Si lo que buscaban con los carteles es atraerme a mi me consiguen repeler y me fiaría antes de una joyería que de un negocio así, del que entiendo que precisamente muy profesionales no son, y es que los escaparates hablan de nosotros mismos. Pero que quede claro: comproro, comproro, comproro, comproro, comproro…

lunes, 9 de septiembre de 2013

Madrid 2020: la Botella medio llena o medio vacía



Madrid tendrá que esperar a ser olímpica. Desde Buenos Aires llegaban malas noticias en un viernes y sábado cargados de euforia y hasta un poco de arrogancia, que se convirtieron en perplejidad, incredulidad y algo de injusticia para todos los que esperábamos que Madrid por fin tuviera sus juegos olímpicos, pero si siempre las historias se pueden contar desde dos puntos de vista en esta ocasión más que nunca se podía ver quienes querían ver la botella medio llena o medio vacía, y entre medio de las dos puede que haya más de un interés puramente deportivo.


Buenos Aires se convertía en el punto final de un viaje en el que ya casi estaban todas las cartas echadas. Según los medios de comunicación españoles España partía como clara ganadora y aunque intentaban sosegar sus palabras dejando algún resquicio a la duda, aportaban datos con todos los apoyos que tenía nuestra delegación dentro de los miembros del Comité Olímpico Internacional. La lluvia torrencial que cayó en el momento de la presentación española parecía convertirse en una metáfora del despertar de una realidad.


La batalla por el tercer intento de ser olímpico había comenzado desde las cenizas de las dos derrotas anteriores, y eso guste o no, se nota. En Madrid 2012 pasó el corte olímpico por detrás de París, pero al final ganó Londres. En Madrid 2016 pasó el corte olímpico por detrás de Tokio, pero al final ganó Río de Janeiro que casi queda eliminada en la primera votación. De esos restos nació Madrid 2020, intentando organizar un proyecto olímpico low-cost y centrando en este valor su principal fuerza. Así se comenzó con una discutida elección de la marca que a muy pocos gustó y que sólo por su poca inversión económica teórica se pretendía justificar, y digo teórica ya que luego una agencia se encargó de cobrar lo que no se había hecho en primera estancia alegando mejoras y otras cosas.


Todo el proyecto se presentaba como sin casi gasto para los ciudadanos madrileños o españoles, el factor de tener casi el 80% de las instalaciones construidas parecía ser el gran valor de nuestra candidatura. Claro error estratégico nacido de los propios miedos internos, en lo que se quería hacer virtud venía escrita la pena. A un Comité Olímpico Internacional que quiere la mayor proyección mediática de unos juegos cargados de espectáculo, pabellones espectaculares y todo lo que contribuya a ingresos publicitarios les puede interesar promover una candidatura low-cost. Pero nuestros políticos y los medios de comunicación seguían creyendo que ese era un valor importante.


Y no quiero decir que no sea importante, pero los valores de nuestra sociedad actual, nos gusten o no nos gusten potencian valores como el espectáculo antes que el esfuerzo personal, aunque todo se pretenda liar y enmarañar para enmascarar los verdaderos objetivos. Un deportista espectáculo acapara casi todo el prime time de las televisiones y los que se esfuerzan pero quedan últimos sin casi medios se convierten en vídeos que se comparten en las redes sociales para aquellos que no quieren ver sólo lo que nos quieren vender desde la caja tonta, que no desde la Caja Mágica.


Por eso si se decide ir en una apuesta ganadora para ganar unas votaciones, nunca se puede ir desde un punto de vista contenido y low-cost, y menos cuando los que lo eligen no tienen ese problema, ya que como he dicho antes, lo que uno considera virtud se puede acabar convirtiendo en nuestra losa. Pero claro está, que lo que no es bueno para unos, era muy bueno como discurso para todos los madrileños y españoles, que después de tanto ajuste y recorte, entendían esta estrategia como la más válida, a la que se sumaba la del propio ego de no ser derrotados por tercera vez.


Pero mientras en España, políticos y medios de comunicación nos querían hacer ver lo que sólo ellos veían, en el resto del mundo lo tenían mucho más claro, y es que desde fuera las cosas se entienden mucho mejor. Imaginemos por ejemplo que sin gastar nada de nuestro dinero tenemos que organizar una fiesta por todo lo alto para vender los valores de la amistad y se nos presentan dos presupuestos, uno ajustado de precio, en el que nos dicen que van a reciclar el 80% de las cosas que van a poner y que lo hacen así porque están en crisis, a poco de ser invertidos y ya era el tercer presupuesto que nos pasaban sin haberles elegido; el segundo presupuesto, por contra, se llena de ilusión, de carteras llenas de dinero y con todo nuevo por construir. ¿Cuál elegiríais?


Por eso fuera de España las apuestas estaban muy claras, Tokio era la clarísima ganadora y Madrid sólo en alguna pequeña ocasión y por muy poco se pudo poner segunda, aunque ocupó casi siempre la tercera posición de las tres candidatas. Alguien puede creer que en este tipo de votaciones importa realmente las emociones, la nostalgia o las buenas intenciones, en detrimento de la repercusión económica y de los negocios añadidos alrededor de unas olimpiadas. ¿Se gana más con una sede reciclada o con una sede por construir?


Además de estos factores, las intervenciones de nuestros políticos fueron penosas, quitando la del príncipe Felipe que parecía más técnico que muchos ellos, las declaraciones y el nivel tan bajo de nuestros representantes, dudo yo que hubieran cambiado cualquier decisión de los miembros del comité a no ser que fuera a cambiar a peor.



Justificar como se puede ver en este vídeo que somos muy majos y muy simpáticos, aunque algunos no, parecen argumentos de muy poco peso para alguien que quiera de verdad conseguir una candidatura olímpica. Cuando algo se quiere se puede conseguir, pero cuando se asiste como convidado de piedra a algo que desde fuera tenían claro que si nos hubiera tocado sería un auténtico problema económico, y para resolverlo se confía en la improvisación y en el bla, bla, bla sin ningún tipo de estrategia pasa lo que pasa.


Y que puedo decir de la alcaldesa Ana Botella, su forma de presentar una candidatura olímpica hace que cualquier trabajo por muy bueno que esté planteado y ejecutado se quede en la anécdota y en un deseo de que no hubiera sucedido. Diversas ruedas de prensa previas la iban dejando como una representante que no tenía categoría para abanderar el proyecto que quería llevar adelante.



Su pronunciación en inglés y el detalle del café con leche en Madrid dejan un claro ejemplo de dónde no hay que llevar una presentación que quiera ser ganadora. Recuerda el discurso a los de la niña de Rajoy o a otros, donde el chascarrillo se come a todo lo bueno que se hubiera podido contar. Sinceramente lamentable.


Y así, con todos estos antecedentes pasó lo que tenía que pasar. Mientras en Buenos Aires se veía muy claro por todos los medios que no eran españoles que Madrid sería la última y Tokio la primera, en España todos se encargaban de hacer crecer una bola y un sueño que sólo veían los que lo querían ver, posiblemente potenciados por otras cúpulas que precisan de otros focos de atención para evitar que se siga poniendo el foco de la noticia donde tal vez interese mucho menos. La pena fue ver la ilusión convertida en desilusión de todos los que al calor de las noticias esperaban algo casi imposible.


Y finalmente, ganó Tokio, una lógica ganadora que aporta seguridad, nuevas instalaciones y valores olímpicos para justificar los verdaderos objetivos económicos del negocio que suponen las olimpiadas. Poco importaba para su elección el factor emocional de que para Tokio sean sus segundas olimpiadas y ni Madrid, ni Estambul han celebrado ninguna, y además, Estambul se ha presentado en cinco de las últimas seis convocatorias, pero los negocios son así. A nadie en el mundo le sorprendió su elección, salvo en España, un dato para reflexionar, sin duda.


A pesar de ello, la delegación madrileña se mostraba contrariada y fuera de cámara indignada. Normal, en todos aquellos que habían ido a apoyar y que encima de la mesa sólo ponían los valores deportivos como gran factor de victoria, pero de la misma forma que en el deporte no siempre gana el mejor, así hay que entender esta nueva derrota. Las palabras vacías y los discursos que defienden mentiras que sostienen a un gobierno que vive del desconocimiento de los ciudadanos, tiene en lo que ha pasado en Buenos Aires su más claro ejemplo.



Por suerte, ante las cámaras el Principe Felipe aguantaba el tipo y deportivamente aceptaba una derrota. Por pena, seguro que a la vuelta se intentan minimizar las verdaderas razones de la elección perdida, y como nos tienen acostumbrados nuestros políticos a no asumir errores y achacárselos a los demás.


No quiero acabar esta reflexión sin felicitar a todos aquellos que de corazón creen en el espíritu olímpico y que ajenos a los compadreos que se ejecutan en los despachos, no entenderán nunca como pueden suceder todas estas cosas. Sus valores son los que no debemos perder nunca y con ello y una buena estrategia y decisión se podrá conseguir ver a Madrid como sede de unas olimpiadas.



De todas formas, después de ver este vídeo uno puede sacar unas conclusiones muy claras del por qué no hemos ganado una vez más la sede olímpica de Madrid, y es que tal vez, haya una persona que es gafe en todos estos asuntos. Habría que reflexionarlo para la próxima vez.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Carteles y mensajitos 030: Anti cartel en blanco



Algunas veces hay carteles anónimos en la calle que deparan sorpresas muy gratas. Paseando por la calle hace un tiempo me tope con este cartel que por ausencia de su cartel original se había quedado anónimo y en blanco. Pero alguien no pudo contenerse y en un lenguaje muy ácrata dividía la palabra antidroga en tres sílabas y dejaba un mensaje muy claro para todos los viandantes.



viernes, 2 de agosto de 2013

En un segundo, la muerte



Era el día de Santiago, un día de aniversarios que se convirtió en un día de carreteras, de mañanas de partida y de tardes de encontrar destino. Fue un día de calor, de los que levantan el asfalto mientras la gente conduce a sus destinos, unos en los trabajos del día a día, y otros en los placeres que les aguantan sus bolsillos. Desde Zaragoza hasta Anguiano viajé con la soledad que dan cuatro asientos vacíos y la compañía de mis canciones. Cada kilómetro pasaba al compás de versos y guitarras que acaban con estribillos que eran imposibles de no ser chafados por mi maltrecha voz de cantante. En el cuentakilómetros, mesura, principalmente la que da el ser padre, aunque también el miedo a salir en alguna foto donde uno nunca quiere ser protagonista.


Llegaba a Anguiano cuando el sol se encontraba en lo más alto, aunque su calor se hacía sentir bien cerca, el pueblo se notaba resacoso, tras el último día de fiestas. El sol golpeaba sobre las paredes de las casas, todas las ventanas permanecían calladas, mudas, como ignorando el día que había llegado. Fuera el silencio era raro, desconocido en un día normal. Por las cunetas restos de batallas con sabor alcohol. Me abría paso por las calles de un pueblo entre su silencio mientras la música me seguía acompañando para ir a recoger a mis chicas que se habían quedado descansando, o intentándolo, unos días en el pueblo. Después de reponer un poco fuerzas y con el corazón subido por los gritos de alegría y de emoción de mi hija recibiéndome a los gritos de —"Papiii, papiiii, papi,…""—, y con el sabor del café con hielo todavía en la boca, cargamos el coche rumbo a nuestra Asturias.


El sol seguía pegando, si cabe, con más fuerza, lo que obligaba a gestionar la carga del maletero con celeridad. Todos montados, bien atados y ahora sin música, lanzábamos besos por la ventanilla mientras decíamos adiós a los abuelos que se quedaban. Salíamos de Anguiano bastante antes de dar las tres de la tarde, y lo dejábamos como lo había encontrado en silencio y con un sol que te hace apartar la vista allá donde mires. Empezábamos un camino con las curvas de siempre y acunando a mis niñas al son de las vueltas y el ruido del coche. Pasamos Nájera rumbo hacia Cenicero para coger la autopista a Bilbao. Las dos niñas ya dormían sobre sus sillas de viaje. Fuera parecía existír un infierno, pero dentro del coche el aire acondicionado todo lo perdonaba.


Al tomar la curva que marca el desvío en Cenicero, a media distancia ví a un agente de la Guardia Civil en moto, e instintivamente levante el pie del acelerador, aunque iba bien, pero el gesto es inevitablemente automático. Le seguí con la mirada por ver que ruta llevaba, y era nuestro camino, pero lo perdí cuando adelantó a un coche, y mientras miraba esto, en la misma milésima de segundo, se paró el tiempo, una llamarada inmensa como la de las películas brotó desde donde estaba mirando, la acompañaron dos explosiones de fuego que como crecían se desvanecían. Todos que estábamos allí nos quedamos congelados durante unos segundos, apretando las manos a los volantes y pisando el freno, —"¡La moto, la moto!"— grité con una posesa voz de desesperación. Ana a mi lado se asustó y casi comenzó a temblar, y mientras justo atinaba a coger el móvil para llamar al 112, yo apartaba el coche al final de una gasolinera que estaba 200 metros antes del accidente.


Dejé a Ana gritando con desesperación a los de emergencias pidiendo ayuda y bajé del coche corriendo hacia el accidente, al igual que todos los que estábamos allí, que un principio apenas éramos cuatro coches y algún camión. Al llegar a la escena me encontré con una furgoneta blanca de una fábrica de maderas o cerramientos, con todo el frontal derecho destrozado, la puerta abierta, el airbag desinflado, cristales, fuego y gotas de sangre que marcaban la tragedia. Un humo blanco incesante surgía del motor, el fuego se propagaba por las zarzas del lateral que por suerte un medio murete, que separaba las vías del tren de la carretera, protegía de un incendio mayor. Di la vuelta a la furgoneta buscando la moto, pero no la veía, no parecía ser el amasijo de hierros que se había fundido con la furgoneta, pero otras partes se encontraban hechas añicos por toda la carretera y la cuneta. No pude evitar gritar —"¿La moto? ¡Había una moto!"—, a lo que alguno de los que había llegado antes a la escena me respondieron que había saltado el muro. Sorteé como pude el quitamiedos y me subí sobre el muro.


Lo que vi me dejó helado, sobre las vías del tren el cuerpo del Guardia Civil de Tráfico yacía desvencijado, hecho un ovillo de miembros rotos. De su chaqueta de verdes fluorescentes y verdes oscuros todavía salía alguna llama. El silencio de los segundos era eterno, —"está muerto, está muerto"— decían algunos mientras movían la cabeza de un lado a otro con claro gesto de pesimismo. Algunos habían conseguido sortear el muro por otro lado y se acercaban al cuerpo del agente, uno de ellos le buscó el pulso en el cuello, y no lo encontró, el otro intentaba apagar el fuego de su cuerpo. Los primeros que habían llegado a la escena se preguntaban dónde estaba el otro agente motorizado que había pasado antes y no volvía al no ver la presencia de su compañero. Yo seguía helado, como sin sangre, había visto como en un segundo había llegado la muerte delante de mis ojos, había sido sólo un segundo, el suficiente para que le cambie la vida a una persona, a una familia. Los que habían llegado a su lado lo taparon y lo apartaron de las vías del tren, recogieron su pistola e intentaron tocar lo menos posible el cuerpo del agente muerto.


Cada vez comenzaba a llegar más gente y el barullo era mayor, algún idiota pitaba al fondo creyendo que era un atasco. Atiné a moverme, aunque lentamente, me bajé del muro y sorteé de nuevo el quitamiedos. La furgoneta seguía igual, cerca estaba el conductor que con ropa azul de trabajo y la cabeza y la mano ensangrentadas hablaba desesperadamente por el móvil. Cada vez se acercaba más gente, la curiosidad es osada y yo emprendí camino de vuelta para tranquilizar a mis chicas. En el camino de regreso, todavía seguía afectado, la gente llegaba, algunos con preguntas absurdas que pasaba de contestar, otros bajaban corriendo desde la gasolinera con extintores para sofocar el fuego. En la carretera la gente se asombraba de la escena, a los que les llegaba la noticia de la muerte del agente se sobrecogían y sus ojos se volvían acuosos, una mujer sudamericana aporreaba su desesperación al que estaba al otro lado del móvil, hablándole de un gravísimo accidente y de muchos muertos. Llegué al coche como un zombie, pero aparentando tranquilidad, consolé a June que con sus dos años no entendía bien el alboroto, pero notaba el nerviosismo de su madre.


Después de unos segundos y ya más tranquilo pero todavía sobrecogido, decidí volver a la escena, cada vez había más gente, muchos de ellos pegados a un móvil y narrando a sus familiares lo que estaban viviendo. De lejos ya veía que había llegado el compañero motorizado del agente muerto, vagaba sin rumbo intentando entender lo sucedido, aventuraba a poner algo de orden cuando ya llegó la primera ambulancia. Me crucé con un montón de gente que en sus miradas lo decían todo, no todos los días se asiste a vivir los segundos y minutos posteriores a una muerte. Un enfermero se dio cuenta de la situación del Guardia Civil que había perdido a su compañero y le invitó a controlar el tráfico de la carretera para así controlar su nerviosismo.


En segundos comenzaron a llegar nuevos agentes de la Guardia Civil que se quedaban impactados con lo que veían, también llegaron los bomberos y todos se movían con agilidad por el escenario lúgubre. El conductor de la furgoneta yacía ahora sobre la inclinación de la cuneta, doliéndose de sus heridas y juzgado por las miradas de todos que no sabían si era inocente o culpable. Nos pidieron los enfermeros taparlo, darle sombra, para evitar el sol directo del que ya nos habíamos olvidado todos. Herido grave fue trasladado con rapidez al hospital de San Pedro en Logroño. Los bomberos apagaron los últimos fuegos y los enfermeros se empezaron a hacer cargo de la situación.


Era el momento de irse, de darle la espalda a la muerte y de llevar con uno mismo la horrible visión de un accidente en directo. Al llegar a la altura de nuestro coche otros conductores ya se daban la vuelta y nosotros hicimos lo mismo. Un chico que subía y bajaba nos pidió si teníamos agua para el conductor herido y le dimos una de las botellas de la niña. Volvimos a Nájera para tomar desde más arriba el desvío a la autopista a Bilbao. A Ana se le escapan todavía algunas lágrimas y las imágenes revoloteaban en nuestras cabezas, será difícil olvidar lo que vimos. June enseguida se volvió a quedar dormida. Continuamos nuestro viaje como siempre, pero la carretera en cada curva me recordaba que en un segundo, siempre está la muerte esperando.


Al día siguiente busqué en internet algo sobre el accidente, siempre te queda la duda de qué había pasado, aunque ya de nada servía saberlo. Las noticias hablaban de José Javier Rubio Ezquerro, un agente de la Guardia Civil de 44 años, natural y vecino de Logroño, casado y con un hijo de doce años, levanté la vista y pensé en ellos, pensé en esa llamada que les contaba el resultado de ese segundo fatídico en el kilómetro 429 de la carretera N-232 a las 15,10 horas, pensé en su tristeza, pensé en su desconsuelo ante algo inesperado.


Pensé en sus caras, en su perplejidad, en sus nuevas vidas y no pude evitar sentirme triste, muy triste. Tal vez, ellos se pregunten cómo fue, cómo pasó, y yo que lo vi, se que fue en un segundo, en un mal gesto, en un error sin marcha atrás. Un segundo maldito que marca el futuro de muchos segundos sin la presencia de un padre y un marido. En un segundo, siempre está la muerte esperando.

viernes, 14 de junio de 2013

Mitad y mitad



Hoy, en la casi mitad del mes. Hoy, en la casi mitad del año. Hoy, en la casi mitad de mi vida, es mi cumpleaños. A mi espalda, 45 años. En frente, espero que lo mismo, por lo menos. Podría ser el momento de hacer balance, pero es la mitad de acuerdo. Una mitad me dice que desde el niño que fui al que soy hay poco que contar y mucho que disfrutar. La otra mitad me dice la vida se hace poco a poco y que no he hecho más que empezar.

En la mitad de la mitad, me encuentro tan soñador como apasionado, tan triste como payaso, tan padre como hijo, tan feliz como una infinita sonrisa. Tan sólo una media persona que tiene media vida por delante para conseguir el amor que he conseguido en la otra mitad.

Amigos, amigas, compañeros de camino, padres, hermano, familia y más familia, y a mis tres amores, os regalo la mitad de un abrazo, la otra mitad será un abrazo de los de verdad, de los de piel con piel, de los que no se cuentan, se sienten.

Gracias por estar ahí, por verme y escucharme, a pesar de estar aún a medias de hacer, a mitad y mitad, pero intentando hacer un todo, que cada día, me ayude a ser un poquito mejor persona.

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