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miércoles, 6 de junio de 2012

Reencuentro XIII: el regreso



Amanecía el día temprano con un sol radiante en Jaén, las primeras antenas y las esquinas de los áticos de los edificios que tenía enfrente del hotel se iluminaban en triángulos de sol que peleaban con las sombras. Mientras repasaba lo vivido en los últimos días preparaba una maleta que se cerraba para la vuelta, al compás que la ducha se prestaba a despejarme. El último desayuno en el hotel tenía el sabor a aceite de Jaén, y apurando la tostada con un café más negro que sabroso, degustaba las primeras horas de un día que me llevaba de regreso a Zaragoza.


Con un camino ya conocido de la llegada me marché andando a la estación de tren, en las aceras la poca gente que paseaba, todavía se desperezaba con carpetas pegadas a sus pechos, rumbo a institutos en los que les esperaban exámenes que harían todo lo posible por evitar, otros marchaban hacia sus puestos de trabajo con el olor en sus caras de un afeitado de antaño. En la estación apenas había gente, ni ruido, ni nada que le hiciera parecer un sitio de llegadas y de salidas, su tamaño pequeño también reducía las emociones.


Mientras daba tiempo, miraba a los andenes en los que los trenes esperaban la marcha, prestos al viaje. El eco traía voces que sólo el silencio hacía grandes. Repaso de móviles, repaso de correos, repaso de la vida cotidiana, todo de paso.


Comprobé el billete por penúltima vez antes de subir al tren, pensando en qué hacer cuando llegáse a Madrid para que no me pasase lo mismo que en la llegada, me tocaba parar en Chamartín y yo salía desde Atocha de nuevo, confiaba en que previamente parase en Atocha, pero para descubrirlo todavía me faltaban unas horas de viaje.


Sentado y apostado junto a la ventana el tren comenzaba a ponerse en marcha, sobre el andén más gente de la que había en un comienzo llegó de repente, despedidas de amor que apretaban brazos contra cuerpos y donde los besos tenían menos importancia que las miradas, convertidas ahora en ojos con vista perdida, que todo lo quieren ver, y nada pueden retener. Las manos se agitan en forma de despedida y aunque tienen otros destinatarios, yo me siento también halagado por esos brazos que giran y me dicen adiós, al compás de las ventanas que desaparecen simétricamente en el andén.


Comienza la parte más dura del viaje, mientras la gente se acaba de acomodar y en la pantalla del televisor en lugar de películas nos anticipan la siguiente parada. El silencio de la gente que todavía bosteza con las marcas de la almohada pegadas en la cara, hace que todavía el tren sea más protagonista, y su ruido se convierte en un monótono son que todo lo adormece.


Sin compañía, todo lo miro y nada veo, ojeo las noticias del día en el iPad, para leer titulares que me hablan de un país extraño que creía el mío, de un sitio donde ocurren cosas extrañas que no comparto y que me hacen sentir extranjero en mi propia casa. Entre primas de riesgo, corrupción y dedocracia, levanto la mirada, buscando en el pasaje respuestas.


Del pasaje, me voy al paisaje para encontrar lo mismo, árboles que se mueven y olivos que se clavan a una tierra que han hecho suya, montecitos que bajan y montecitos que suben, acompasados por un tren que anuncia una nueva parada, una nueva estación como si fuera Semana Santa.


Por fin llegamos a Madrid y el tren, efectivamente, primero paró en Atocha, así que sabedor del truco me bajé y aún me dio tiempo para adelantar mi billete de vuelta, así que prisas en la taquilla y prisas para subir a un tren abarrotado de ejecutivos con ordenadores y comerciales pegados a un móvil, desde el que despachan trabajos, sin el pudor de que se oigan sus conversaciones.


En un visto y no visto el Ave para en Zaragoza, todos los que bajan como autómatas toman sus maletas y hacen colas organizadas frente a la puerta que se va a abrir, algunos abuelos turistas, no la respetan y avanzan hasta la misma puerta entre la mirada atónita de la gente que respetuosamente hacía fila, pero la  ignorancia sale una vez más victoriosa. La puerta se abre y todos salimos sabedores de nuestros destinos.


Tomo el billete para el tren de cercanías que me llevará hacia la estrenada estación de Goya del tranvía, y espero, espero en una ciudad en la que se me hacía difícil imaginar tomar un tranvía para llegar al centro. La gente se va acumulando a la espera de un tren que hemos visto pasar en la otra dirección y del que sólo nos queda volverlo a ver aparecer.


El tren tarda, cuando te bajas del Ave, todo parece que tarda más de lo normal. Unas abuelas agradecen que les ceda el asiento de espera en el andén, y sus parejas de abuelos agradecen por ellas con gentil sonrisa de boca arreglada, buscando conversación por nada. En otros andenes otros trenes dejan y toman gente repitiéndose el proceso una y otra vez, con tal paralelismo que parecen siempre los mismos viajeros los que bajan y los que suben.


Por fin viene el tranvía o tren de enlace, que tomo por primera vez en Zaragoza, por unos segundos me parece estar de nuevo en Madrid, aunque me despierto de mi ensoñación al oír a una voz metálica que anuncia la parada en el Portillo, un minuto más y el tren para en la Avenida Goya, asciendo unas escaleras metálicas y contemplo mi ciudad de Zaragoza, aunque todavía guardo entre mis aromas los olores a flor de la ciudad de Jaén.

martes, 5 de junio de 2012

Reencuentro XII: Conferencia y Universidad de Jaén



Pasamos a recoger a Luis, el hijo de mi amigo Rafa, por su colegio, y fue conocerlo y querer llevármelo a casa, sus improvisadas preguntas, su lucidez infantil, su inocencia brillante, su amor por el Castillo de Santa Catalina y los barcos y su singular acento jienense, me convertían en su más querido admirador.  Comimos todos juntos en una terraza cerca de la Universidad, con viento y sol, pero con muchas risas y acertijos que bailaban entre lonchas de jamón y ricas tostadas. Después un poco de descanso en el Hotel y la conferencia en la Universidad que era el objetivo de mi viaje, a la que tuve la suerte que asistiera Luis en primera fila, convirtiéndose en el universitario más joven del mundo.


Sobre un nutrido grupo de estudiantes de Filología repasé mi experiencia desde la Creatividad y el Diseño con mis conocimientos de la carrera, les enseñé mi primer anuncio y los orígenes de una profesión en la que ya llevo más de 23 años de oficio, lo que se puede hacer con las palabras y cómo una imagen puede resolver mil frases.


Repasamos figuras literarias, el ritmo de los spots y el concepto de algunas campañas que he desarrollado, todo visto desde el prisma de la filología. Pudimos ver bastantes trabajos ya que Juan Casamayor, otro compañero de facultad y editor de Paginas de Espuma, no pudo asistir, así que durante casi dos horas estuvimos viendo y hablando de la comunicación, la publicidad y la filología, pese a competir con un partido del Barça en la televisión. Al final, tímidas preguntas y la satisfacción de pasar un buen rato en mi reencuentro con la Universidad.


Después con Rafa y Luis dimos un paseo por la acogedora y joven Universidad de Jaén, heredera de la antigua Universidad ubicada en el Real Convento de Santo Domingo. A pesar de que la tarde quería llegar a su fin, la gente todavía recorría los paseos y entraba y salía de las diferentes facultades. El viento hacía un poco más desapacible la tarde, pero el sol la reponía con creces.


Al ser una Universidad creada en 1993, todo se percibe como nuevo y bien hecho, pensado a conciencia, con edificios de zonas comunes y múltiples servicios para los alumnos, un anfiteatro recogido en el suelo daba cabida a un concierto de guitarras eléctricas sobre el que algunos jóvenes se repartían indiscriminadamente. Paseábamos por jardines muy cuidados, edificios curiosos y un ambiente muy relajado.


En la biblioteca Rafa me mostró el legado de Cesáreo Rodríguez-Aguilera, el juez con vocaciones artísticas gran conocedor de ilustrados, filósofos y artistas de su momento, de los que guarda buen número de obras y dedicatorias. En una sala anexa a la biblioteca pude ver grabados y recuerdos de Camilo José Cela, Tharrats, Tapies y de tantos otros de la vanguardia desde los años 50, fruto de su pasión por la crítica artística, aspecto que le acercó al conocimiento y trato directo con las figuras artísticas del siglo XX.
Dibujo de Joan Ponç, sin título, 1966. Tinta sobre papel 44 x 63 cms.


El día acababa y me refugiaba en el Hotel después de comer amablemente en casa de Rafa con su familia, dibujarle un barco vikingo a Luis, ya sólo en la habitación me dormía releyendo algunos versos de un libro que me regaló Rafa que había presentado el día anterior, dando las gracias al trato recibido y repitiendo estos versos leídos de José Moreno Villa: "Me duele hablar y me duele callar. / Escribo bajo el mandato del silencio. / Él es lo dominante / en esta hora de infernal estruendo". (Elegía del silencio).

lunes, 4 de junio de 2012

Reencuentro XI: por las calles de Jaén



Salíamos de la catedral rumbo a una ciudad jalonada de calles empinadas y cuesta abajo, todo dependiendo desde donde se mirase, veredas de casas anaranjadas y blancas que llevan hasta los olivos y el cerro de Santa Catalina. Todo a un paso, entre miradas de balcones y trocitos de historia que se tocan con los dedos de las manos.


Justo enfrente, todavía en la plaza de Santa María, junto a la Catedral, se encuentra el Palacio Episcopal, construido sobre otro palacio del siglo XV, con numerosas ampliaciones y añadidos, del que conserva la fachada y reformado a finales del siglo XX. La puerta de la fachada se alza sobre una escalinata, custodiada por dos columnas que aguantan un dintel. En 1862 cuando la reina Isabel II visitó Jaén, se hospedó en el Palacio Episcopal, que por aquel entonces era el único edificio digno de acoger a una reina, A su lado el Ayuntamiento, inspirado en el palacio de la Diputación se presenta con una fachada en tres cuerpos verticales y posee cierto aspecto colonial.


Al lado del Palacio Episcopal como del Ayuntamiento comienzan a surgir las calles de vida de la ciudad, calles peatonales que irrumpen en la plaza con gentes que llegan de otros sitios. Las casas se adosan pared con pared, como hermanas pequeñas que se aguantan las unas a las otras en fachadas estrechas de balcones estirados y tiendas de otros tiempos que se rematan en su totalidad.


Justo en la esquina con la calle Maestra una relojería antigua llama mi atención, la casa Heras, un edificio diminuto que entre ladrillos rojos y blancos, entre un estilo modernista y neomudéjar proyectado por Antonio Merlo en 1906 para el industrial don Eugenio Heras Molina, un jaenés que alcanzó notoriedad por su habilidad en la modalidad de tiro deportivo. La casa se muestra ahora abandonada a su suerte, lejos del esplendor de otros tiempos pero aún así, luce altiva con sus torretas de ladrillo apuntando a un lejano cielo.


Bordeando la Catedral nos volvemos a encontrar con la Diputación de Jaén y el bello Palacio Provincial, una obra del XIX, que se edificó sobre el solar del Real Convento de Nuestro Seráfico Padre San Francisco de Asís derribado en 1867, que había sido residencia de Fernando III de Castilla tras la conquista de la ciudad. El Palacio es obra de Jorge Porrua y Moreno marcando unas balconadas en las que predominan las líneas horizontales.


El techado rematado con esas buhardillas que parecen ojos destaca principalmente sobre el edificio, tejas naranjas y blancas que se adosan al tejado como una piel, entre ribetes de piedra y canaletas que surcan el edificio.


La parte central se remata con un templete de hierro para la campana, dentro del resalte de triple vano de la fachada principal, sobre la que destaca un reloj justo encima del escudo de la provincia, al que acompañan banderas y florituras sobre el cielo azul.


Entramos para ver el patio interior, y tras la odisea de saltar cordones de seguridad y la posibilidad de hacer fotos pudimos ver el luminoso patio que entrega luz a todas las oficinas laterales, y la fuente que se encuentra en el centro con una virgen, proveniente todo el conjunto del Antiguo Convento de Santo Domingo de la Guardia de Jaén. Alrededor de la fuente, un jardín bien cuidado da una nota de color entre tanta piedra.


Muy cerca se encuentra un edificio sencillo en colores naranjas pálidos y blancos, sobre el que cuelga el nombre de Casa Almansa, obra del arquitecto gienense Luis Berges Martínez en 1934, claro representante del Movimiento Moderno en Jaén. Sus formas curvas y redondeadas se muestran tan simples como efectivas.


Un último vistazo a los pies de Andres de Vandelvira, cuya escultura custodia la trasera de la catedral y obra del escultor Ramiro Megías López, sobre la que se puede leer una cita del Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés que dice: "…todos los hombres sabios enderezan sus obras a ganar fama en este mundo y gloria en el otro; buena fama digo, no por vanagloria suya, más para que Dios sea honrado con el buen ejemplo que de su vida y obras podrán tomar los que después vendrán".


Sobre alguna pared restos de un combate de palabras, poetas que pelean con palabras en tres minutos desde el que se escupen palabras entre comparaciones imposibles y metáforas creadas en servilletas de cafetería, todos peleando con más humor o con más vocabulario entre sonoridades y ritmos que siempre se agradecen.


Abandonamos las calles del centro, pero la Catedral siempre nos sigue allá por donde vayamos, su altura y sus imponentes torres surgen al mínimo recoveco que se abre entre las calles. Mientras el calor ya aprieta caminamos rumbo hacia el coche, entre la gente que camina entre deberes cotidianos y vulgares recados de los que memorizan las listas y repiten entre labios para no olvidarlos.


Casi junto al garaje, otra casa llama mi atención, también rematada en ladrillos naranjas contrastados con tonos beige, se encuentra abandonada, al igual que la Casa Heras y muy lejos quedan sus días de esplendor, cuando en la calle era la reina de todas las casas. Sus balcones tapiados le dan todavía más aire de soledad, abandonados a su destino, nueve balcones sueñan con volver a mirar.


Por las calles el tranvía fantasma las cruza y serpentea, con una larga alfombra verde que cruza la ciudad, de unos lados hacia otros. Sueños de políticos, sueños de tiempos confusos en los que poderoso caballero era don dinero, sueños que se han tornado en pesadillas dejando sus heridas en la ciudad.


Algunos edificios parecen torres de castillos de otro tiempo, que lucen al sol con revoques de cementos antiguos y publicidades de otros tiempos donde cada palabra tenía su verdadero sentido. Volvimos a coger el coche y cruzamos la ciudad, abandonando sus casas para ir en busca de Luis, el hijo de Rafa que salía del colegio en breve.


Al paso rotondas con pavos reales construidos de señales y otros objetos que dan color al mediodía, frente a un sol que se ha hecho dueño y ha tomado ya la ciudad. Vamos rumbo al colegio como los niños buenos.


Sobre un corte en la carretera apreciamos la obra de Miguel Ángesl Belinchón y José Ríos, autor de los pavo reales, que aprovechando la obra civil del Distribuidor Norte, han recreado y reconstruido en ella los restos del lagarto que en otros tiempos cuentan las leyendas había en Jaén.



No os perdáis el vídeo de cómo se hizo, merece la pena el ver como nace un lagarto de donde antes no había más que piedra y hormigón.

viernes, 1 de junio de 2012

Reencuentro X: Catedral de Jaén II



Salimos del museo y nos dirigimos hacia el interior del templo, grandes puertas nos abren el camino y como fichas de ajedrez vamos hacia dentro del mismo. Los grandes muros de piedra ocultan un tesoro de estilos bien iluminados y que parecen no defraudar al igual que el exterior.


Dos pasos más y la vista se muestra espectacular, las columnas altivas y en formación de a cuatro se levantan por todos los lados acabando en capiteles corintios y pechinas labradas con esculturas barrocas de influencia manierista con los relieves de San Miguel, San Eufrasio, Santiago y Santa Catalina, que sostienen una luminosa cúpula de crucero, obra del arquitecto Juan de Aranda Salazar, formada por una diámetro de 12,5 metros y 50 metros de altura.


Por los laterales el templo se muestra igual de impresionante, la planta de salón que tiene el templo de la Catedral de la Asunción de Jaén incorpora una amplia amalgama de estilos por todos los lados, predominando el renacentista, barroco y neoclásico en toda su arquitectura. Los arcos de medio punto surgen de todos los sitios y crean pasillos y capillas en los laterales, y además unos balcones interiores se mueven por todo el perímetro de la catedral.


Nos movemos por dentro del templo hacia la fachada principal, detrás de la puerta de los fieles, la cúpula sobre los arcos de medio punto labrada con formas geométricas, una vidriera en la parte alta, el balcón que continuamente discurre por los laterales y las grandes columnas cruciformes. Sobre el dintel de la puerta un relieve que se muestra casi tan impresionante como el del exterior.


El relieve refleja la escena de las Bodas de Caná, y es obra de Lucas González.


A nuestras espaldas el coro que se encuentra parapetado por gruesas paredes a media altura, que permiten dejar pasar la luz y mostrar otro recinto interior, decorado con ángeles en la parte superior de extraordinaria belleza.



Sobre la puerta del Perdón o puerta central un relieve del Niño Jesús entre los doctores de Pedro Roldán, el escultor barroco sevillano aprendiz de Alonso de Mena. Por las paredes continúan las rectas y formas geométricas propias del estilo renacentista. El cuidado equilibrio de sus líneas da una configuración clásica al conjunto que además de proporción, consigue una notable armonía.


Y finalmente a la derecha la trasera de la puerta del clero, que es gemela a la de los fieles, con vidriera sobre ventana serliana y balcón reforzando el aire civil del templo, y sobre el dintel de la puerta un relieve de la Huida de Egipto, obra también de Pedro Roldán.


Volvemos sobre nuestros paso y ahora nos fijamos mucho más en el imponente órgano que surge desde el interior del coro que se muestra grandioso. El órgano fue creado pro fray Jayme de Begoños, destaca su caja barroca obra de José Garcia y de Manuel López realizada en 1780 presentando las fachadas exterior e interior hacia el coro. Se cuenta que durante la guerra civil española los tubos del órgano fueron sacados del órgano y colocados en el Castillo de Santa Catalina y en la propia catedral para simular defensas antiaéreas, lo que obligó a restaurarlo completamente en 1941.


La parte superior del coro continúa con el estilo neoclásico del templo, todo configurado en líneas y formas geométricas puras, combinadas con armonía y geometría en busca de la armonía y el equilibrio.


Sobre un marco de puerta curvo, surgen dos puertas también curvas, que permiten el paso hacia el interior del coro. Sobre las paredes exteriores una profusa decoración de almohadillado y volutas de capitel que es rematada por una balaustrada de florones y máscaras.


Ya dentro del coro uno se impresiona por sus proporciones, siendo uno de los más grandes de España, ya que consta de 148 sitiales. Se acabó de construir en el siglo XVIII, y siempre fue criticado por su enorme proporción, ya que resta un montón de espacio a la planta de crucero a diferencia de otros templos. La obra del coro se comenzó en 1730 a cargo de José Gallego Oviedo, y se terminó en 1736 y en el suelo del mismo están enterrado numerosos obispos cuyas tumbas se señalan con sus nombres bajo nuestros pies. Al fondo se aprecia la enorme cruz del trascoro, y arriba sobre las pechinas dos de los cuatro Evangelistas que sostienen un doble anillo superior con ocho figuras de ángeles músicos para rematar con el altorrelieve de la Asunción de la Virgen.


La sillería de madera de nogal impresiona en la corta distancia, fue mandada bajo el mandato del obispo Alonso Suárez de la Fuente del Sauce y ejecutada por los tallistas López de Velasco, Jerónimo Quijano y Gutierre Gierero durante el siglo XVI. Aunque en 1736 se ampliaron las sillas y sus autores fueron Julio Fernández y Miguel Arias, siguieron tanto el estilo de los anteriores que resulta casi imposible distinguir las dos etapas en la sillería del coro.


Sobre la sillería alta escenas de la vida de cristo, contada en una secuencia cronológica, y de la Salvación, y sobre esta sillería a modo de dosel 62 tablas que muestran escenas del Antiguo Testamento, en un concepto agustiniano de paralelismo entre el antiguo y el nuevo testamento. En la sillería baja 53 sitiales dedicados a la vida y milagros de los santos continuando la historia de la Salvación.


En las esquinas de los sillares se encuentran remates sobre los posamanos con diferentes escenas o figuras animales, talladas al aire que encierran un gran tesoro sobre la madera de nogal.


El órgano nos vuelve a aparecer, ahora desde dentro, desde donde se colocaba el polifonista Francisco Guerrero, considerado el principal compositor español de música clásica de la segunda mitad del siglo XVI que fue nombrado a los 17 años y que estuvo tan sólo 3 años más, a causa de negarse a dar lecciones de música a los niños cantores de la catedral de Jaén.


Volvemos a salir del coro por sus laberínticas puertas curvas, mientras angelotes de caras dulces nos despiden desde el dintel de las mismas, con su labrada decoración siempre geométrica y equilibrada.


Vamos pasando por las diferentes capillas, y justo enfrente del coro nos espera la de San Miguel, de puro estilo barroco en un marco de cuadro que se encuentra altamente decorado en oro brillante siguiendo la forma ovalada del cuadro. El arcángel vestido con coraza, escudo y manto rojo lucha contra Lucifer y los demonios, el cuadro es obra de Francisco Pancorbo en el siglo XVIII.


Un poco más adelante en el lateral de la zona del crucero y la cúpula un monaguillo de pega con limosnero en mano, preside la figura de un cristo crucificado sobre una tela de un rojo cárdeno.


Un poco más a la derecha de un panel con fondo de tela roja cuelgan fotos y ex votos de la gente en sus peticiones dentro de la Catedral, sueños y deseos que allí esperan ser atendidos, todos mezclados, viejos, jóvenes y niños, fotos de carné con lazos y figuras que reflejan deseos.


Al fondo de la catedral, a la derecha de la capilla mayor, se encuentra la capilla de San Fernando, el retablo es obra de Manuel López de formas muy puras y en madera imitando mármol y cuyo objeto es principalmente enmarcar dos cuadros. El principal el del propio San Fernando, vestido de rey y atribuido a Juan de Valdés Leal, con espada en una mano y en la otra el orbe, al igual que en la figura escultórica de la fachada. En la hornacina superior un cuadro que representa la consagración de la mezquita mayor de Jaén como Catedral dedicada a la Asunción de la Virgen, una escena en la que también participa el propio rey Fernando.


En la capilla de San Eufrasio de estilo neoclásico y obra de Gregorio Manuel López en 1790 con las esulturas de Juan Adán y Miguel Veriguier, destaca una escultura del descendimiento de cristo a sus pies, junto con la urna que se encuentra en el altar con el cuerpo de San Pío mártir.


Por uno de los laterales se accede a la Sacristía diseñada por Andrés de Vandelvira, con unas proporciones de 25 por 14 metros, se articulan arcos y columnas que se suceden en ritmo y armonía al igual que lo hacían en las naves del templo. El templo posee ochenta columnas corintias de las cuales 36 son exentas y de una sola pieza de piedra sobre amplios pedestales, los arcos de medio punto se suceden unos encima de otro en perfecta armonía.


En la cabecera central se conserva un relicario obra de Alonso de Mena, de principios del siglo XVII, con reliquias de once mil Vírgenes de Colonia, San Víctor y San Mauricio, coronadas por los escudos episcopales de Sancho Dávila Toledo y más arriba el escudo del obispo Francisco Delgado López. Sobre las hornacinas figuras y rostros de nobles y obispos de la época.


Al otro lado dos armarios y las cajoneras laterales que recorren toda la sacristía y en la basa de las columnas que recorren toda la sala, donde se guardan los ornamentos que se emplean en las liturgias.


Saliendo de la sacristía nos encontramos con la Capilla de San Benito, entre otras muchas, con la imagen del santo en la parte central y rodeado de amplio barrioquismo, la obra es de Pedro Duque Cornejo que reparte por los laterales escenas de la vida del santo.


En la Capilla de las Angustias, se sitúa en la hornacina central la imagen de la Virgen de las Angustias, obra de José de Mora del siglo XVII, a la que custodian dos angeles llorones que reflejan la leyenda del escultor Antón y la pena de sus hijos al arrebatarles junto a su madre el amor de su padre.


Las vidrieras recorren el templo en la parte superior, algunas con grabados y otras sin nada, en muchas de ellas se cuentan historias alusivas a la Asunción de la virgen y escenas de su vida, dotando de color las partes altas de la Catedral.


Ya finalmente después de recorrer la Catedral con más prisa de la que siempre nos gustaría, ya que Rafa y yo seríamos capaces de pasarnos horas deambulando por sus pasillos y descubriendo nuevos detalles, me asombro con la majestuosidad del templo y el equilibrio entre tanto adorno y volutas.


Salimos del templo rumbo de nuevo a una ciudad, contemplando por última vez la mole que supone la catedral, que resulta imponente hasta desde la parte trasera.


Mientras el sol ya ha tomado la ciudad, Andrés de Vandelvira desde uno de los muros de la Catedral contempla Jaén, disfrutando de la obra que dejó para todos los jienenses.

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