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martes, 5 de noviembre de 2013

Uxue de mi vida



Me encantan tus ojos negros. Me encandila esas chispas que nacen dentro de ellos. Me pirro por tu sonrisa y tus dientes tan graciosos. Me gusta como empiezas cada frase. Me abrumo con tu inocencia y tus risas dubitativas con mis bromas. Me fascina cuando me das un abrazo de los que me traspasan. Me encanta hacerte reír y sentir tu profunda risa aunque sea por teléfono.


Eres mi sobrina preferida, la niña dulce que me da mucho más de lo que yo le doy. El 2 de noviembre cumpliste 7 años, y no sabes lo cortos que se me han hecho. Me hubiera gustado estar contigo y tirarte de las orejas, sin hacerlo de forma virtual, pero ya lo haré. Felicidades mi niña, tu eres la Uxue de mi vida.

martes, 29 de octubre de 2013

Adiós Ricardo, adiós majo



El otro día, agotado físicamente sobre la cama de un hospital el tío Ricardo dijo adiós. Un cáncer de páncreas le había consumido su cuerpo aunque el espíritu nunca le faltó. Lo fuimos a ver en septiembre, en una mañana de domingo de Vitoria de las que el sol se pelea por traspasar las hojas de los árboles, caminar hacia su casa por Adurtza nos llevó al recuerdo de su hermana que vivía justo enfrente y que hace ya unos años se la llevó lo mismo que le estaba consumiendo a Ricardo. Pero en ese momento no queríamos pensar en esas cosas, lo pasado siempre es pasado.


Llamamos al timbre y subimos a verle con las dos niñas, el portal estaba muy cambiado, hacía muchos años que no pisaba esa casa y ahora tenía hasta ascensor. Llamamos al timbre y Ricardo nos salió a recibir diligente, con esa energía que se gastaba él, de toda la vida, como si la vida fuese maravillosa por el simple hecho de serlo. —¡Hola Ana! ¡Hola David! ¡¿Qué tal majo?!— oyéndole parecía que no había pasado el tiempo, de siempre lo recuerdo empleando esas tres expresiones, y la que más me encantaba era la de "majo", la decía con ese cariño con el que se regalan las palabras cuando quieren decir algo más que simples fonemas o sílabas.


Mientras contestábamos con el cariño que se merecía su cuerpo nos devolvía la realidad del sufrimiento de una enfermedad que se te va comiendo por dentro, pero su mirada delataba la mentalidad del que es fuerte de espíritu. Respondía a todo con resignación animada, como si no pasara nada, como no queriendo ser el protagonista, algo que nunca le había gustado. Miraba a las niñas y sonreía, mientras hablaba con una voz gutural que le había acompañado siempre fruto de muchos años de tabaco, hasta que un día hace ya bastantes años, decidió que no fumaba más y así lo hizo, sin darse importancia ni pedir ayuda, así era Ricardo.


Jubilado ya, siempre le había gustado pasear, ir de aquí para allá, lo recuerdo en verano bien afeitado, con los cuatro pelos que le quedaban peinados hacia atrás, el cinto visible, pantalón de pinzas y su camisa de manga corta de bolsillo abultado del que salían algún boleto de lotería o de la ONCE. Te lo encontrabas y te entretenía poco, como para no molestar, con su voz ronca me decía —¡¿Qué tal majo?!— en un tono entre interrogativo y exclamativo, y tras unos cortos minutos muy afables, volvía a emprender su ruta como si tuviera un destino que no podía abandonar.


Tan sólo había cumplido 74 años, le faltaba poco para los 75, pero el 26 de octubre no se quiso alargar hasta primeros de noviembre. El domingo nos juntamos toda la familia en Vitoria para decirle adiós, y lo hicimos como a él le hubiera gustado, con tristeza contenida y apariencia de buen ánimo, que no se viera la pena que iba por dentro. Fue un placer conocerte Ricardo, y tan sólo me queda decir un —"adiós, majo"— con un fuerte abrazo de los que a ti te gustaba dar. Hasta siempre.

martes, 22 de octubre de 2013

Adiós, coleta, adiós



Hay días en los que toca dejar atrás algunas cosas. A Unax le tocó antes del verano. Había conseguido dejarse una gran coleta durante bastantes años que había trenzado y cuidado con esmero. Sin quererlo, me vi reflejado en él, yo también me dejé coleta como él, aunque no tan joven, eran otros tiempos. Mi pelo rizado la convertía en un tirabuzón curioso y para nada se parecía a la de Miguel Bosé que era el que la puso de moda en aquellos años.


La de Unax trenzada evitaba el último giro revoltoso del pelo. Unax la lucía con orgullo, habría matado por ella, pero un día dijo basta, y se la cortó. Sin mayor historia, creando un antes y un después. Todos vamos dejando historias físicas por el camino, pelos largos, barbas, perillas, bigotes,… el caso es experimentar y probar para luego quedarnos como más nos gustamos.


Desde ahora, Unax ya sólo puede decir: adiós, coleta, adiós.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Timbre 030: Dos clásicos y el medio moderno del ático



030/ Timbres para clásicos y medio modernos: Sobre el marco de madera repintado y repintado una y otra vez sin descanso por las diferentes juntas de tres vecinos destacan dos tipos de timbre para tres vecinos. El de la planta baja y el primero son unos clásicos redomados, con espíritu de nobleza perdida y añeja colocan sus pulsadores sobre una placa con forma que ha perdido el esplendor de otros tiempos y donde hasta los nombres y los marcos de los mismos casi han perdido su espacio.


Encima de ellos el vecino díscolo, el joven semi moderno, que así lo bautizan sus vecinos, que ha llegado nuevo a la casa y con toda su arrogancia ha colocado un timbre distinto con un cable que ha tirado desde su ventana, sin preguntar ni pedir opinión a nadie. Los nobles clásicos venidos a menos se confabulan y se vienen a más insultando el poco gusto de su vecino y la poca maña eléctrica que tiene sin fijarse mucho en ellos mismos.


Por suerte, se frotan las manos, pronto habrá junta de vecinos y propondrán pintar el marco de la puerta y ya se jactan viendo el timbre díscolo perdiendo su inocente color blanco por una capa de pintura marrón de las que no dejan casi ni pulsar el timbre. Cosas que pasan.

Casco viejo de Vitoria-Gasteiz

jueves, 12 de septiembre de 2013

Carteles y mensajitos 031: Comproro



Hay escaparates que entienden que repitiendo las cosas una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis veces, dejan claro cual es su servicio y lo que ofrecen, y no seré yo el que diga que no tienen razón, pero a mi no me gustaría que me vieran entrando en esta tienda, y no por avergonzarme de vender algo de oro, que no tengo, para conseguir algo de dinero, sino por la vergüenza de entrar a un negocio que me provoca una contaminación visual importante.


Si lo que buscaban con los carteles es atraerme a mi me consiguen repeler y me fiaría antes de una joyería que de un negocio así, del que entiendo que precisamente muy profesionales no son, y es que los escaparates hablan de nosotros mismos. Pero que quede claro: comproro, comproro, comproro, comproro, comproro…

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Timbre 029: Un punto rojo



029/ Un timbre con un punto rojo: por fuera es un aparente timbre de clase alta, los denominados porteros automáticos, además de los buenos, de los que tienen tejadillo y todo. Hasta aquí, todo correcto, pero en lugar de un pulsador aparecen dos pulsadores. A la derecha el original del portero automático, blanco e impoluto, a su izquierda la zona con una banda azul donde debería poner el nombre del dueño del hogar. Pero sin venir a cuento un pulsador rojo, nace desde su centro adueñándose del portero.


Seguro que cuando alguien quiera llamar se lo pensará dos veces, tal vez el botón rojo sea el interruptor de autodestrucción o tal vez no, y el inocente pulsador blanco sea una trampa y cuando abres la puerta sale un cocodrilo de más de 3 metros y con no muy buenas intenciones. Siempre que veo estas cosas no puedo evitar pensar el por qué cuando las cosas parecen estar bien, la gente se empeña en cambiarlas, aunque seguro que hay un motivo que lo justifica y lo del cocodrilo tiene mucho que ver con ello.

Vitoria-Gasteiz

viernes, 2 de agosto de 2013

En un segundo, la muerte



Era el día de Santiago, un día de aniversarios que se convirtió en un día de carreteras, de mañanas de partida y de tardes de encontrar destino. Fue un día de calor, de los que levantan el asfalto mientras la gente conduce a sus destinos, unos en los trabajos del día a día, y otros en los placeres que les aguantan sus bolsillos. Desde Zaragoza hasta Anguiano viajé con la soledad que dan cuatro asientos vacíos y la compañía de mis canciones. Cada kilómetro pasaba al compás de versos y guitarras que acaban con estribillos que eran imposibles de no ser chafados por mi maltrecha voz de cantante. En el cuentakilómetros, mesura, principalmente la que da el ser padre, aunque también el miedo a salir en alguna foto donde uno nunca quiere ser protagonista.


Llegaba a Anguiano cuando el sol se encontraba en lo más alto, aunque su calor se hacía sentir bien cerca, el pueblo se notaba resacoso, tras el último día de fiestas. El sol golpeaba sobre las paredes de las casas, todas las ventanas permanecían calladas, mudas, como ignorando el día que había llegado. Fuera el silencio era raro, desconocido en un día normal. Por las cunetas restos de batallas con sabor alcohol. Me abría paso por las calles de un pueblo entre su silencio mientras la música me seguía acompañando para ir a recoger a mis chicas que se habían quedado descansando, o intentándolo, unos días en el pueblo. Después de reponer un poco fuerzas y con el corazón subido por los gritos de alegría y de emoción de mi hija recibiéndome a los gritos de —"Papiii, papiiii, papi,…""—, y con el sabor del café con hielo todavía en la boca, cargamos el coche rumbo a nuestra Asturias.


El sol seguía pegando, si cabe, con más fuerza, lo que obligaba a gestionar la carga del maletero con celeridad. Todos montados, bien atados y ahora sin música, lanzábamos besos por la ventanilla mientras decíamos adiós a los abuelos que se quedaban. Salíamos de Anguiano bastante antes de dar las tres de la tarde, y lo dejábamos como lo había encontrado en silencio y con un sol que te hace apartar la vista allá donde mires. Empezábamos un camino con las curvas de siempre y acunando a mis niñas al son de las vueltas y el ruido del coche. Pasamos Nájera rumbo hacia Cenicero para coger la autopista a Bilbao. Las dos niñas ya dormían sobre sus sillas de viaje. Fuera parecía existír un infierno, pero dentro del coche el aire acondicionado todo lo perdonaba.


Al tomar la curva que marca el desvío en Cenicero, a media distancia ví a un agente de la Guardia Civil en moto, e instintivamente levante el pie del acelerador, aunque iba bien, pero el gesto es inevitablemente automático. Le seguí con la mirada por ver que ruta llevaba, y era nuestro camino, pero lo perdí cuando adelantó a un coche, y mientras miraba esto, en la misma milésima de segundo, se paró el tiempo, una llamarada inmensa como la de las películas brotó desde donde estaba mirando, la acompañaron dos explosiones de fuego que como crecían se desvanecían. Todos que estábamos allí nos quedamos congelados durante unos segundos, apretando las manos a los volantes y pisando el freno, —"¡La moto, la moto!"— grité con una posesa voz de desesperación. Ana a mi lado se asustó y casi comenzó a temblar, y mientras justo atinaba a coger el móvil para llamar al 112, yo apartaba el coche al final de una gasolinera que estaba 200 metros antes del accidente.


Dejé a Ana gritando con desesperación a los de emergencias pidiendo ayuda y bajé del coche corriendo hacia el accidente, al igual que todos los que estábamos allí, que un principio apenas éramos cuatro coches y algún camión. Al llegar a la escena me encontré con una furgoneta blanca de una fábrica de maderas o cerramientos, con todo el frontal derecho destrozado, la puerta abierta, el airbag desinflado, cristales, fuego y gotas de sangre que marcaban la tragedia. Un humo blanco incesante surgía del motor, el fuego se propagaba por las zarzas del lateral que por suerte un medio murete, que separaba las vías del tren de la carretera, protegía de un incendio mayor. Di la vuelta a la furgoneta buscando la moto, pero no la veía, no parecía ser el amasijo de hierros que se había fundido con la furgoneta, pero otras partes se encontraban hechas añicos por toda la carretera y la cuneta. No pude evitar gritar —"¿La moto? ¡Había una moto!"—, a lo que alguno de los que había llegado antes a la escena me respondieron que había saltado el muro. Sorteé como pude el quitamiedos y me subí sobre el muro.


Lo que vi me dejó helado, sobre las vías del tren el cuerpo del Guardia Civil de Tráfico yacía desvencijado, hecho un ovillo de miembros rotos. De su chaqueta de verdes fluorescentes y verdes oscuros todavía salía alguna llama. El silencio de los segundos era eterno, —"está muerto, está muerto"— decían algunos mientras movían la cabeza de un lado a otro con claro gesto de pesimismo. Algunos habían conseguido sortear el muro por otro lado y se acercaban al cuerpo del agente, uno de ellos le buscó el pulso en el cuello, y no lo encontró, el otro intentaba apagar el fuego de su cuerpo. Los primeros que habían llegado a la escena se preguntaban dónde estaba el otro agente motorizado que había pasado antes y no volvía al no ver la presencia de su compañero. Yo seguía helado, como sin sangre, había visto como en un segundo había llegado la muerte delante de mis ojos, había sido sólo un segundo, el suficiente para que le cambie la vida a una persona, a una familia. Los que habían llegado a su lado lo taparon y lo apartaron de las vías del tren, recogieron su pistola e intentaron tocar lo menos posible el cuerpo del agente muerto.


Cada vez comenzaba a llegar más gente y el barullo era mayor, algún idiota pitaba al fondo creyendo que era un atasco. Atiné a moverme, aunque lentamente, me bajé del muro y sorteé de nuevo el quitamiedos. La furgoneta seguía igual, cerca estaba el conductor que con ropa azul de trabajo y la cabeza y la mano ensangrentadas hablaba desesperadamente por el móvil. Cada vez se acercaba más gente, la curiosidad es osada y yo emprendí camino de vuelta para tranquilizar a mis chicas. En el camino de regreso, todavía seguía afectado, la gente llegaba, algunos con preguntas absurdas que pasaba de contestar, otros bajaban corriendo desde la gasolinera con extintores para sofocar el fuego. En la carretera la gente se asombraba de la escena, a los que les llegaba la noticia de la muerte del agente se sobrecogían y sus ojos se volvían acuosos, una mujer sudamericana aporreaba su desesperación al que estaba al otro lado del móvil, hablándole de un gravísimo accidente y de muchos muertos. Llegué al coche como un zombie, pero aparentando tranquilidad, consolé a June que con sus dos años no entendía bien el alboroto, pero notaba el nerviosismo de su madre.


Después de unos segundos y ya más tranquilo pero todavía sobrecogido, decidí volver a la escena, cada vez había más gente, muchos de ellos pegados a un móvil y narrando a sus familiares lo que estaban viviendo. De lejos ya veía que había llegado el compañero motorizado del agente muerto, vagaba sin rumbo intentando entender lo sucedido, aventuraba a poner algo de orden cuando ya llegó la primera ambulancia. Me crucé con un montón de gente que en sus miradas lo decían todo, no todos los días se asiste a vivir los segundos y minutos posteriores a una muerte. Un enfermero se dio cuenta de la situación del Guardia Civil que había perdido a su compañero y le invitó a controlar el tráfico de la carretera para así controlar su nerviosismo.


En segundos comenzaron a llegar nuevos agentes de la Guardia Civil que se quedaban impactados con lo que veían, también llegaron los bomberos y todos se movían con agilidad por el escenario lúgubre. El conductor de la furgoneta yacía ahora sobre la inclinación de la cuneta, doliéndose de sus heridas y juzgado por las miradas de todos que no sabían si era inocente o culpable. Nos pidieron los enfermeros taparlo, darle sombra, para evitar el sol directo del que ya nos habíamos olvidado todos. Herido grave fue trasladado con rapidez al hospital de San Pedro en Logroño. Los bomberos apagaron los últimos fuegos y los enfermeros se empezaron a hacer cargo de la situación.


Era el momento de irse, de darle la espalda a la muerte y de llevar con uno mismo la horrible visión de un accidente en directo. Al llegar a la altura de nuestro coche otros conductores ya se daban la vuelta y nosotros hicimos lo mismo. Un chico que subía y bajaba nos pidió si teníamos agua para el conductor herido y le dimos una de las botellas de la niña. Volvimos a Nájera para tomar desde más arriba el desvío a la autopista a Bilbao. A Ana se le escapan todavía algunas lágrimas y las imágenes revoloteaban en nuestras cabezas, será difícil olvidar lo que vimos. June enseguida se volvió a quedar dormida. Continuamos nuestro viaje como siempre, pero la carretera en cada curva me recordaba que en un segundo, siempre está la muerte esperando.


Al día siguiente busqué en internet algo sobre el accidente, siempre te queda la duda de qué había pasado, aunque ya de nada servía saberlo. Las noticias hablaban de José Javier Rubio Ezquerro, un agente de la Guardia Civil de 44 años, natural y vecino de Logroño, casado y con un hijo de doce años, levanté la vista y pensé en ellos, pensé en esa llamada que les contaba el resultado de ese segundo fatídico en el kilómetro 429 de la carretera N-232 a las 15,10 horas, pensé en su tristeza, pensé en su desconsuelo ante algo inesperado.


Pensé en sus caras, en su perplejidad, en sus nuevas vidas y no pude evitar sentirme triste, muy triste. Tal vez, ellos se pregunten cómo fue, cómo pasó, y yo que lo vi, se que fue en un segundo, en un mal gesto, en un error sin marcha atrás. Un segundo maldito que marca el futuro de muchos segundos sin la presencia de un padre y un marido. En un segundo, siempre está la muerte esperando.

viernes, 28 de junio de 2013

Timbre 028: Cuéntame



028/ El timbre cuéntame: Sobre su carcasa de metal desgastado un único pulsador cuadrado, desgastado como todo el conjunto que le rodeaba. Pero este timbre era especial, mientras en los de siempre tu pulsabas y esperabas acontecimientos, en éste, pulsabas y una voz surgía desde el interior de su mecanismo. De sus rejillas paralelas a modo de código de barras, una voz de ultratumba preguntaba por quién era el que llamaba.


Ciertamente, se pierde el encanto del grito desde la ventana pidiendo saber quién era el que llamaba, pero la tecnología también se había abierto paso en la ciudad, los porteros automáticos habían sido una revolución hacía muchos años, pero en este caso solitario de un único piso, también tenía sentido. La pena es que no se pulsara y una voz desde dentro me dijera: —"Cuéntame"—.

Vitoria-Gasteiz

martes, 18 de junio de 2013

Las zapatillas colgadas y su significado oculto



Caminas por la ciudad y de repente atravesando la verticalidad de los edificios, sobre la horizontal de un cable de luz, te encuentras unas zapatillas colgadas. La primera sensación es de curiosidad, no haces más que pensar cuánto tiempo se habrá entretenido un interfecto para conseguir colgar ahí unas zapatillas y dejarlas justo en el centro. Después uno se pregunta para qué.


Como casi todo, parece una moda importada de otros países, y que de ellos ha importado sus leyendas e historia oscura. A la acción de colgar unas zapatillas sobre un cable de luz se llama shoefiti, fusionando la palabra en inglés shoe (zapato) y grafiti como forma de expresión urbana. Existen hasta páginas webs y páginas de facebook que se dedican a este tema y recopilan fotografías de todo el mundo con esta práctica.


Las leyendas urbanas dicen que su ubicación puede simbolizar el lugar de un asesinato entre bandas rivales o el lenguaje secreto con que las bandas sitúan el lugar de venta y suministro de drogas. Para otros más lights simboliza un momento de celebración, el final de un curso o simplemente una despedida de soltero. Sea lo que sea, yo miro esas zapatillas colgadas en una calle de Vitoria-Gasteiz y no les encuentro la gracia, más allá, de seguirme preguntando cómo habrán podido acertar para dejarlas tan bien y en el centro.

jueves, 13 de junio de 2013

Timbre 027: El capado



027/ El timbre capado: Al principio de los principios era un bonito timbre formado por piezas modulares que se iban incorporando conforme la gente entraba a vivir en la casa. En la parte de arriba la peluquera colocó su cartelito orgulloso de Peluquería. Cuando llegó el del cuarto, los señores Ibáñez compraron un pulsador blanco inmaculado. El del tercero quiso ser menos y lo compró blanco pero pequeñito. El del segundo quería llamar la atención y compró un pulsador negro. Y el del primero pensó que si todos eran hacia fuera, él lo haría hacia dentro y negro por no ser igual a ninguno de sus vecinos.


Ante esta situación vecinal el problema era obvio, en la primera reunión de vecinos decidieron pintar la puerta. El primer presidente, pintó de gris todo, hasta el embellecedor de madera del timbre, y le dio una capa generosa de negro a todos los timbres alegando que era para que no tuvieran óxido. Cuando fue presidente el del segundo se quiso vengar ya que su nombre ni se leía, y dio otra capa generosa de pinturas. Al tocarle la presidencia al del tercero, sin decir nada lo pintó, estaba cabreado ya que su nombre había desaparecido. Cuando les tocó a los Ibáñez las capas y capas de pintura eran evidentes. El resultado, un timbre totalmente capado de pintura.


Vitoria-Gasteiz

lunes, 10 de junio de 2013

Cristo perdido



Los escaparates de las tiendas de los chinos tienen en ocasiones curiosidades muy "frikis". Esta tienda con la que me topé no era para menos. En uno de sus escaparates una figura de Cristo competía escena con diferentes hadas y duendes, que no ángeles y demonios. Dejaba la situación un poco perdido a Jesucristo que parecía pedir clemencia ante tan estrambótica situación.


Era un cristo perdido, con cara de grunge y camiseta de tendencia, túnica fucsia y barba bien recortada. Así de mono, pero perdido en un mundo celestial de hadas y duendes de falsa porcelana y mucho plástico. Las tentaciones de Cristo a sus espaldas.


Jesucristo miraba el escaparate de enfrente, de una papelería que en uno de sus escaparates agrupaba a personajes de dibujos animados, todos felices y con aire de fiesta. Los veía con envidia, de un lado a otro de la calle, tal vez un día se podría reencarnar en la tienda de enfrente o alguna beata se lo llevaría de compañía para la mesilla de su cuarto, tal vez no estaba todo perdido.

viernes, 7 de junio de 2013

Sin y con



Pedro y Maite, son grandes, y más ahora. Por fin, después de algún tiempo uno es sin y otra es con. Pedro Ignacio acaba hace poquitos días de volver a quirófano para quitarse una hernia, los últimos años no han sido muy agradables para él y los hospitales, pero por fin ya es un sin hernia y sin hospitales. Maite recientemente ha empezado a currar, después de un largo período en el paro, que no es agradable para nadie, pero el tiempo todo lo recupera y ahora ya es una con trabajo y con ilusión.


Una pareja que se lo merece, y a la que nos unen unos cuantos años ya de conocernos como novios, como profesora, como camarero, con hijos, sin hijos, compartiendo curro o con el corazón en la mano en un quirófano. Todo pasa y todo llega, y ya es hora de disfrutar de los sin y de los con.


Seguro que pronto nos vemos y podemos recuperar celebraciones perdidas en los huecos en los que nos dejen nuestros cuatro infantes, pero hay mucho que celebrar. Prometo mucho con y espero que sin resaca, que ya no somos tan jóvenes.

jueves, 6 de junio de 2013

Tres tiendas y un mismo mundo



Las ciudades cada vez se han convertido en un espacio más cosmopolita, tanto por sus gentes, como por sus costumbres, y cada vez más por sus negocios. Por eso no es extraño encontrarte con un negocio de nombre tan sencillo como: "Bazar Río de Amarillo de Jin", un nombre que parece traducido de google del chino al español. Un nombre sin mucho sentido y menos por lo que se intuye, justo debajo del nombre pone: Artículos de fiestas, ropa, regalos, bisutería, ferretería, calzados, etc…, nada que ver con los melones y las naranjas que tienen en la entrada que más tiene que ver con el letrero que se oculta en el toldo de Alimentación Fran.


En otro lado te encuentras una frutería que lleva hasta el fondo su especialización, ni más ni menos que Peras & Manzanas, con el detalle de casa fundada en 2006, toda una honra de veteranía. La pena es que luego en la frutería venden de todo, desde melones a naranjas al igual que en el Bazar Río de Amarillo de Jin, tal vez pronto se montará la competencia: Naranjas & Melones.


Y en otra calle no muy lejana nos encontramos con una tienda que podría estar en la misma Jamaica, Sin Fronteras Records, una tienda tuneada con unos códigos muy reggae y africanos. En definitiva, tres tiendas y un mismo mundo en un paseo por las calles de Gasteiz.

martes, 7 de mayo de 2013

La auténtica marca blanca



Las marcas blancas o marcas genércias son aquellas que pertenecen a una cadena de distribución, especialmente en los hipermercados y los supermercados, y con ellas se camuflan los productos de los fabricantes a un mejor precio. Hasta ahora, de todas formas, no había visto tan visiblemente lo que era una marca blanca hasta que me topé con este cartel de una cervecería en la calle Herrería de Vitoria-Gasteiz.


La marca de Mahou ha perdido todos sus colores como podéis ver en el cartel de abajo de otro bar. Las jarras de cerveza se han quedado sin el líquido amarillo, en la marca de Mahou el color rojo ha desaparecido, al igual que las letras de "Cervezas" de abajo. Sin duda una auténtica marca blanca.


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