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sábado, 14 de diciembre de 2019

Y la astilla se hizo tronco




Prólogo:


Hace ya casi seis años que deje de escribir en este blog. Seis años de silencio público, de silencio mudo y sincero, de un silencio negro tan parecido a la muerte que en ella tiene su origen. A mi alrededor comenzaban a dejarme parte muy importante de la generación que me precede, se marchó gente magnífica en este tiempo y me rompía por dentro cada vez que tenía que escribir por su adiós. Cuando las palabras nacen desde este dolor algo se oscurece por dentro que tiñe la hoja en blanco en puro negro que se convierte en silencio.

Ayer volví a perder a alguien por el que tenía algo más que aprecio, y aunque la tristeza apedrea a los pensamientos, las palabras que me nacían de dentro debían de tener una salida, sincera y justa. Así que he vuelto a afilar mis dedos con el sacapuntas del tiempo, he desempolvado el teclado de mis pensamientos y me lanzo a cerrar la puerta al olvido que no es otra cosa que el silencio durante todo este tiempo. Tan solo espero que aunque me toque de nuevo volver a escribir sobre un episodio triste, consiga esbozar en aquel que me lea, esa sonrisa que quiero que quede de recuerdo, esa sonrisa que cambié un adiós por un hasta pronto o un gran hasta siempre. 


En el haber, toda una vida:
José, el tío José, dicen que se ha ido, pero no me lo creo. El otro día, parece ser que su cuerpo dijo basta, pero él, estoy seguro que no. El tío José es de esa clase de gente que entienden la vida de forma muy diferente a los demás, como si fuera un don que no quieren abandonar, en un puro vitalismo en el que vivir, disfrutar del día con las pequeñas cosas, hace grande lo más pequeño. Dicen que cuando nacemos ya tenemos que empezar a decir adiós, o al menos a prepararnos para ello, pues si algo está claro es que desde el momento en que nacemos, se crea una nueva casilla preparada para rellenar con la fecha en que moriremos, como si fuera un asiento contable, entre el “debe” y el “haber”, unidos de por vida, y los que lo dicen, lo dicen bien, pero el tío José no se merecía la casilla del “debe” por todo lo que tenía en la del “haber”.  Si desde que nacemos hay que decir adiós, él no pronunció ni la “a”, para qué pensar en irte, cuando tienes tanto que hacer y quehacer cada día.



La maldita contabilidad que es la vida, puro tiempo que gastamos y malgastamos, en muchos casos, en el tío José, no tuvo nunca efecto. El día es la unidad de su tiempo y la estacionalidad de sus alubias y sus tierras le marcan las fechas más señaladas. Habla de tú a tú a la tierra, a los chopos, a sus montes, al Najerilla, a los caminos que tantas veces recorrió, les hablaba y los dos se contestaban. La vida les juntó de nacimiento en su pueblo, Anguiano, y la vida no les separará jamás.


Posiblemente hoy los caminos, las huertas, los campos de tierras rojizas estén un poco más tristes, como yo. Estoy completamente seguro que la gota de rocío que esta mañana, entre brumas y un frío húmedo, ha despertado a las hojas, más que gota, ha sido una lágrima sentida, muy sentida. Tu pueblo, ese que mira a la montaña y se refleja en un río oculto a las miradas, estrechado en sus calles por casonas de escudos blasonados y casas barrigudas de adobes, ese pueblo con ecos de zancos que dan vueltas y tamboriles y dulzainas de melodías añoradas, ese pueblo hoy también te llora y te hecha de menos, y difícilmente te olvidará.



El tío José, de los Quintanares de toda la vida, Piñarra de pro, nunca tiene tiempo para pensar en tonterías, es de los que todo lo dan y nada piden. Así fue desde pequeño, le tocó ser el segundo que fue primero, el segundo de los hijos de Justo y Matilde, el primero de los varones, después vinieron unos y unas cuantas más, y todos se hicieron hueco en una casa de paredes poco lisas, con olor a cocina de leña por la mañana, sabor a sopa de pan y frío en los huesos. Sus ojos siempre vivos y sinceros, sin malicia, cargados de bondad, se acostumbraron pronto a trabajar duro, a salir a los caminos, a trabajar en el campo, de sol a sol entre la bruma de la mañana y con la única recompensa de cuando sus hermanas venían con el almuerzo para compensar un merecido descanso en el duro día de trabajo.


Un día la vida les cambió, Matilde, su madre, tiño de negro sus ropas, y la vida se les hizo a todos un poco más cuesta arriba. Los pequeños desde la ingenuidad, los mayores desde la responsabilidad, pero ninguno dio un paso atrás, ni la madre coraje, ni ninguno de esos hijos a los que arropó, se olvidó de mirar para atrás y todos empujaron para superar lo malo y comerse la vida día a día. Seguro que no fue fácil, pero nadie lo dijo, nadie se quejó, la vida trae los problemas de serie, y solo nosotros somos los culpables de hacerlos más grandes.

El tío José, fue creciendo hasta que en su vida se cruzó otra mirada sincera y clara, la de su mujer Laura, desconozco como fue su noviazgo, como se conocieron, como se amaron, pero me lo puedo imaginar, de la misma forma que me los imagino paseando por las calles de Anguiano, vigilados por mil ojos esperando una mano indiscreta y traviesa de la que poder hablar, seguro que no la encontraron. No faltarían los chismorreos de las hermanas, las risas de los hermanos y todo bañado con las bromas de sus quintos. Me los imagino bailando al compás de los músicos del pueblo, alrededor de alguna bombilla de 25 vatios y con la luz y taquígrafos de todos los vecinos, pero era la única forma de saber si con aquella persona a la que pegabas tu cuerpo, lo más que podías, eso sí, era la persona con la que compartirías toda tu vida, y lo fue, y vaya si lo ha sido. 

El tío José y la tía Laura, pronto se pusieron a la labor, y crearon una familia maravillosa, llena de machotes, eso sí, pero que se va a hacer, a falta de tractores buenos eran brazos fuertes. Uno detrás de otro, según su rango de edad, como si fueran los Dalton, le acompañaron en el trabajo de su día a día, en ese aprendizaje por saber que las pequeñas cosas que hay que hacer todos los días son las que nos hacen grandes, siempre teñidas de generosidad y humildad, ya que el tiempo es lo único que pone nombre con mayúsculas a lo que somos o lo que hacemos.


Así llegamos al momento en que te conocí y puse nombre a ese hombre al que siempre había visto que saludaba mi padre, con ese saludo que solo se dan aquellos que se conocen bien como personas, con esos manotazos en la espalda sincronizados a una sonrisa y unos ojos abiertos de dos personas que saben que pueden confiar el uno del otro, confianza basada en la capacidad de ser buen trabajador y por lo tanto sinónimo de buena persona. Pasaste así, a ser el tío José, y más de una vez te provoqué una sonrisa con mis tonterías, a las que solías responder con un monosílabo y tres carcajadas. Era llegar al pueblo y saber que podías aparecer por cualquier esquina, siempre de paso eso sí, por ir a hacer esto o a hacer lo otro, era encontrarte y topar con ese hombre gentil por fuera y duro por dentro, y digo duro ya que era tocarlo, chocar su mano, y te dabas cuenta que estaba forjado a hierro, pero siempre era un abrazo sincero, cargado de bondad.


El tío José es de los que si te necesitan te tienen, de los que hay que tener cuidado con lo que dices, pues ya te está ayudando. Apasionado de sus cosas, de sus tareas y por supuesto de sus caparrones. No le importa enseñar a todo el mundo todo lo que sabe, a él todo le parece tan fácil, que no tiene nada que esconder y todo por dar.


Detrás de sus gafas oscuras, franqueado por una visera y andando sobre los surcos de la tierra como quien surfea una ola, sonríe de vez en cuando para ponerse muy serio cuando habla de lo suyo, de lo que conoce, de lo que nadie él controla, pero nunca puede evitar una sonrisilla final, un poco picantona, y es que, como el bien dice, las alubias de Anguiano son muy buenas, pero hay que comerlas en plato de barro y con una guindilla. Y sabes que te digo José, que me apunto.


Así hemos pasado muchos años, compartiendo saludos, risas, fiestas, en las que te pegabas a la pared de la plaza para dar una vuelta, rodeado de quintos y amigos, mientras la orquesta sonaba a la luz de la luna, y tus hijos y tus nietos bailaban al son de los tiempos. Calle arriba, calle abajo, todo un gusto cruzarse contigo. El tiempo va pasando y aunque la vida te empezó a poner la zancadilla por el camino, eran más tus ganas de vivir, y la fuerza que te nace desde dentro, todo lo vencía.

Pese a que tu cuerpo se hacía más enjuto, tus ojos más pequeños, los huesos de tus manos más marcados, y tu poco pelo más blanco, seguías siendo el mismo, como si nada pasara, enfocado en tu día a día y pensando en todo lo que tenías que hacer mañana. Tuviste que dejar la moto y poco a poco tu cuerpo tampoco te dejaba hacer todo lo que te gustaría, pero ya encontrabas la forma de hacerlo a tu manera. La vida se habría paso siempre. Te conocí de padre, te conocí de abuelo, te conocí de bisabuelo.

Y ahora dicen que ya no te podré encontrar entre las callejuelas de tu pueblo, pero si no te importa te seguiré buscando en la vuelta de cada esquina, por si hay suerte y coincidimos, y en vez de preguntar qué cuando nos vamos en el momento de llegar, me puedas decir en lugar de un adiós, un hasta siempre.


Y es que si de tal palo tal astilla, en tu caso tu astilla se ha hecho tronco y te puedo asegurar que ha dado muy buenas ramas. Gracias por todo lo que nos has enseñado.



Os dejo con el vídeo maravilloso que grabó para España Directo en diciembre de 2016 y que es maravilloso poder verlo con toda su vitalidad.

Y también enlace a un anterior poste que le dediqué en 2012: El tío José, de oficio trabajador.

viernes, 27 de diciembre de 2013

A propósito del 2013



Ya quedan pocas horas de este año que nos tocó vivir, del 2013. Un año plagado de luces y sombras. Un año en el que he disfrutado como pocos de la vida en mayúsculas y un año en el que también he probado los sinsabores de la tristeza. Un año de contrastes, de risas y lágrimas, de verdades y mentiras, de firmeza y de dudas. Un año que acabado en 13 sólo podía traer buena y mala suerte a partes iguales.


Un año en el que nació Naia, mi asturianina. Un año en el que estudié y me formé como nunca para intentar dar un salto en mi camino profesional. Un año en el que pude cumplir el sueño de mi juventud de tener una moto. Un año en el que la gente me demostró que la solidaridad se lleva en la sangre. Un año abierto a la amistad de a pocos y en el que me reencontré con mi mejor pasado. Un año de sol, de pocos fines de semana de descanso y de poco sueño. Un año que no me gustaría olvidar.


Un año en el que también dejó huracanes y pobreza. Un año en el que las mentiras y la corrupción de los políticos taparon la verdad de la gente, negando el futuro lógico de un mundo mejor. Un año en el que se apagaron estrellas que sentía cercanas. Un año en el que los caminos no tenían una sola dirección. Un año que se acaba con tristezas y alegrías. Un año para no olvidar por lo bueno y por lo malo. Un año que acabando en 13 no podía ser de otra forma.

martes, 24 de diciembre de 2013

Tardes de Nochebuena



Después de unas semanas de duro trabajo que me han robado alguna hora más de sueño de las pocas que suelo usar, tomo aire y escribo con sonidos a villancicos, olor a marisco, frío en la calle y sudor en las casas. Así son las tardes de nochebuena, desde la calle silencio y gente abrigada; pescaderías que cierran tarde y pillan despistados de los que nunca tienen prisa de nada; apenas sucede nada, todo lo que tiene que pasar se fragua dentro de las casas, dentro de las cocinas y gran parte de los salones. Todos empiezan a llegar al calor de buenos deseos, algo de hambre y preparados a calentarse con buen vino y cava para olvidar y repetir las discusiones de sentido.


De niño recuerdo estas tardes dejando trabajar, en soledad pero en paz, a mi madre en la cocina. Mi padre ejercía de guía por una ciudad que provocaba vaho de las bocas y donde las luces de colores rellenaban los escaparates y las calles. La trenca abrigaba pero nunca parecía suficiente y sólo la velocidad del paso paterno aliviaba un frío húmedo que se calaba hasta los huesos. Visitábamos a nuestro tío en la pensión y le invitábamos a cenar, eran tiempos sin móviles y la gente se volcaba en las calles con bolsas y deseando pasar una noche buena, tal vez el mejor nombre para los deseos de una noche que más que buena, suele acabar llena.

Feliz nochebuena y Navidad a todos.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Dibujo by Goñi 021



Últimamente no tengo mucho tiempo para dibujar, así que aprovecho cuando tengo los sobrinos en casa y a June para dibujar en la medida que puedo con ellos. Primero me toca satisfacer sus demandas, les hago lo que me piden en línea y luego les propongo que lo coloreen como quieran. Mientras se hayan entretenidos en tal faena yo garabateo lo que puedo por mi cuenta, así nació este Frank Kafka el autor de mi novela ficticia: "La metalmorfosis contra la osteoporosis y otras cosas que acaban en osis".


Al principio, Daniel me pidió un monstruo de cuatro brazos, pero como parece ser que no le gustaba el que estaba haciendo ya que quería que fuera vampiro, lo usé luego para ir dibujando lo que me pedía June, así aparecían nenes, Vito nuestro gato, un mono, mariposas y hasta un dinosaurio. Todo un reto intentar plasmar sus peticiones.


La petición del monstruo vampiro de cuatro brazos se acabó convirtiendo por sus peticiones subrealistas en una patata vampira de cuatro brazos y cuatro pelos. Me encantan estos retos tan fantásticos.


Finalmente me pidió un Frankenstein al que no entiendo muy bien por qué, pero decoró de verde como si se tratase del increíble Hulk, la Masa para los que leíamos tebeos antiguos. Juntarme con ellos es la excusa perfecta para volverme a convertir en un niño. Por cierto, ellos no entendían mi dibujo, no era ni un monstruo, ni un gato. Deliciosos niños.


jueves, 28 de noviembre de 2013

Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona V: la salida



Me marchaba del archivo cansado pero con la cabeza dando vueltas y vueltas a lo que había visto. Fuera me esperaba una ciudad melancólica, había llovido y todo tenía un brillo especial. Las nubes no presagiaban nada bueno y por delante todavía me quedaba volver a Vitoria. Mientras me encaminaba hacia el coche miraba a los edificios y les lanzaba preguntas, para tal vez, conseguir las respuestas que no tenía.


Recorrí mis pasos en sentido inverso a mi llegada. Ahora había más gente en las calles, pero tampoco mucha. el tiempo no invitaba a tomar la calle y disfrutarla. Caminando anotaba en la agenda del iPhone cuando tenía que volver a pedir cita y me horrorizaba todo el tiempo que de nuevo tenía que esperar para conseguir respuestas. La ansiedad por devorar documentos y saber lo desconocido me impregnaba por todos los lados.


Mientras cruzaba la pasarela me quedé contemplando la ciudad de Pamplona. Me encontraba en ese punto en un sitio de mucha historia donde habían pasado un montón de cosas, al pie de las murallas y de los edificios históricos de la ciudad. Quién sabe si tal vez ahí estaban muchas de mis respuestas.


Arrancaba el coche y dejaba atrás Pamplona. Un viaje en el que iría reflexionando en soledad al compás de una buena música lo que había descubierto. Un viaje en el tiempo al que todavía le quedaba mucho camino por recorrer.

Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona I: la llegada
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona II: dando tiempo
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona III: sala de espera
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona IV: la búsqueda
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona V: la inclusa de Pamplona


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona V: la inclusa de Pamplona



La búsqueda empezó a dar sus frutos, pero de repente me encontré en un rincón sin salida, me topé con algo que no me esperaba. El origen del apellido Goñi en Leache tenía un mismo centro, pero no era ningún pueblo o ciudad de Navarra, el origen estaba en niños expósitos de la Inclusa de Pamplona. Mi primera reacción fue de perplejidad, la verdad que no me lo esperaba. Poco a poco empecé a recabar más datos y me topé con alguna conclusión muy interesante que esbozaré aunque todavía no dejan de ser meras conjeturas e hipótesis que tengo que contrastar.


La primera constancia del apellido Goñi en los libros parroquiales figura en el libro de velados de la parroquia de Leache y que nos habla del rito de las velas y el yugo que se realizaba en el mismo día del casamiento o con anterioridad. Así el 5 de noviembre de 1804, aparece citada Zoila Goñi de padres incógnitos casándose con Andrés Avinzano de Eslava. No consta ningún dato más de Zoila Goñi, por lo que entiendo que se trasladó a Eslava con su marido. Su fecha de nacimiento se podría situar entre 1780 y 1786.


La segunda constancia del apellido Goñi en los libros parroquiales data del 30 de agosto de 1830, fecha en la que María Goñi de padres incógnitos se casa con Joaquín Orzanco de Leache. Casi un año después, el 12 de agosto de 1831tiene a su primera hija, Teresa Clara Orzanco Goñi. Después encontramos el tercer dato de otro Goñi, el que tiene que ver realmente con mi genealogía, que no es otro que Matías Goñi, curioso nombre y apodo que ha continuado hasta el día de hoy en el que algunos en Leache me llaman a mi Matías, pero seguro que desconocen el origen. Por la edad de casamiento la fecha de nacimiento de María estaría entre 1808 y 1812 en plena Guerra de la Independencia.


Matías Goñi se casó con Petra Sos, oriunda de Leache, el 22 de octubre de 1832. En el registro también consta como de padres incógnitos, pero no tenemos ninguna referencia de si le unía algún parentesco con María de Goñi, en un principio podría parecerlo, pero aunque luego hay cruces entre familias no se ve una relación directa documentada. El 11 de mayo de 1834 inmersos en la primera guerra carlista, Matías y Petra tienen a su primer hijo entre otros muchos, Martín Goñi Sos nace en Leache. En 1862 ya se cita a Matías como difunto, Petra Sos falleció bastante más tarde, 29 años después, lo que situaría a Matías en una fecha aproximada de nacimiento de entre 1802 y 1814, con más probabilidad hacia 1808 en plena Guerra de la Independencia. En 1878 se menciona a Matías no como hijo de padres incógnitos, sino como niño expósito.


Hasta aquí podríamos establecer una teoría en diferentes líneas. Por un lado que María y Matías fueran hermanos y su apellido real fuera Goñi, fruto de la Guerra de la Independencia se pudieron quedar sin padres o bien éstos no los podían mantener y los donaron a la beneficiencia. Por otro lado podría ser que no eran hermanos, había una costumbre que he documentado desde la casa de beneficiencia de Zaragoza en la que se cita: «Hasta este momento (1870) era costumbre poner a los niños por apellido el nombre identificativo de su condición de expósito, usando de apellido la propia palabra "expósito", así como "de dios", "Goñi" en la Inclusa de Zaragoza, "de la Piedra" en la de Toledo u otros más peyorativos como "de la calle"». ¿Vendrían de la Inclusa de Zaragoza con motivo de los Sitios de la ciudad a la de Pamplona, o simplemente es una coincidencia?


Curiosamente años después, tampoco muchos se documentan dos personas también con el apellido de Goñi en Leache. La cuarta por aparición es Martina Goñi que el 1 de diciembre de 1843 se casa con Mariano Ayesa de Leache y con el que tiene el 3 de abril de 1845 su primera hija llamada Francisca Ayesa Goñi, y es en este dato documental donde encontramos una información muy valiosa: «Los padres de su marido, José Ayesa de Sada y Juana María Pérez de Leache, vecinos de Leache, la criaron (Martina) desde muy niña y la sacaron de la inclusa de Pamplona (o casa de beneficiencia como se cita en 1854)»


Desde Martina se abre una línea de investigación muy interesante, aunque la primera duda a resolver sería si tiene algo que ver con María y Matías Goñi, dato que desconocemos. Pero el origen del padre que adopta a Martina no es baladí. Sada es también el origen de Joaquín Xavier Uriz Lasaga que llegó a ser obispo de Pamplona y eso que venía del derecho y tomó los hábitos de forma tardía. En 1804 funda La casa de Maternidad e Inclusa de Navarra y fue un gran comprometido por la causa de los niños expósitos, causa que tomó como propia hasta el final de los días. Hasta su llegada a la inclusa la mortalidad infantil de los niños acogidos era muy alta, muchos morían en los traslados a la ciudad de Pamplona desde los pueblos y pocos llegaban al primer año de vida.


Joaquín Xavier Uriz Lasaga estableció pagos a madres que amamantaban a los niños de corta edad de la inclusa, lo potenció en los pueblos, y por tanto no sería raro que en Sada, su pueblo de origen, o en Leache por imitación al estar tan cercanos, esta fórmula fuera adoptada de una forma más natural que en otras zonas, por la implicación personal del obispo. Así estas familias en bastantes casos se quedaban con la criatura que habían criado como mozos o sirvientes en las propias casas. Así le debió de pasar a Martina Goñi que se acabó enamorando o lo que fuera de su hermanastro Mariano Ayesa.


Podemos intuir que Martina hacía funciones de servicio o similares ya que como padrinos de los muchos hijos que tuvo con Mariano figuran en muchas ocasiones miembros de la familia Moriones de gran nivel en aquellos años por los éxitos logrados por Francisco Moriones en la guerra de la Independencia y seguido de su hijos, y principalmente de Domingo Moriones, en la primera Guerra Carlista. Así entre sus padrinos constan el propio Francisco, su mujer Teresa Murillo de Ejea de los Caballeros o Teresa D'arcourt hija de una hermana de Francisco y de la que también salieron una casta de militares. Desconocemos si tenía relación con los anteriores, pero teniendo en cuenta que su fecha de nacimiento se podría establecer entre 1820 y 1825, parece difícil.


Todavía se documentan dos personas con el apellido Goñi en los libros parroquiales. Francisco Goñi originario de Sada, del que no he podido documentar todavía si sus orígenes están en la inclusa de Pamplona o tiene padres reconocidos. Francisco se casó el 5 de noviembre de 1855 con Hipólita Aldave de Leache. También y citado por el nacimiento de un nieto, aparece la figura de Nazario Goñi y que pudo estar sobre los años 50. Su nieto fue Gregorio Salaverri Goñi que nació el 24 de diciembre de 1878, fruto del matrimonio de Bábila Goñi nacida en Tafalla (en algún apunte se dice que nacida en Moriones) y residente en Leache que estaba casada con Miguel Salaverri. Bábila era hija de Nazario Goñi de la inclusa de Pamplona que se casó con Pía Baztán de Leache.


Es decir, me encuentro con seis personas que con el apellido Goñi consta que provienen de la Inclusa de Pamplona y desconozco sus fechas de nacimiento y si había algún parentesco entre ellos. A partir de ahora me tocará estudiar los libros parroquiales de Sada e investigar en el Archivo General de Navarra para ver si consta algún dato de ellos, como la fecha en la que fueron adoptados, o hasta si pudiera ser el motivo de su ingreso en la inclusa.


El tiempo se ha pasado volado, entre elucubraciones y pensamientos, nos avisan que el tiempo se ha acabado. Me maldigo por no tener más tiempo, pero comienzo a recoger. Todos nos hacemos un poco los remolones intentando ver una página más, pero al final acabamos siendo obedientes. Me dirijo a Juncal y le abono el precio correspondiente, hasta dentro de tres meses no podré pedir cita. El proceso es eterno, pero ciertamente merece la pena.

Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona I: la llegada
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona II: dando tiempo
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona III: sala de espera
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona VI: la salida

viernes, 22 de noviembre de 2013

Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona IV: la búsqueda



Puntualmente se abre la puerta de la sala de microfilm. Subimos todos por orden de llegada y como pasa habitualmente yo voy abriendo camino. Primero pasamos por la ventanilla en la que comprueban que tengamos hora, nos asignan un puesto y nos dan una hojita donde apuntar los rollos que necesitamos. Llega la hora de la verdad, me encuentro hasta ciertamente nervioso.


La sala tiene 6 ó 7 puestos, pero creo que alguno no funciona ya que nunca he visto ha nadie en ellos. Procedo a poner todo mi arsenal, el portátil, el cargador, el cuaderno y apagar el móvil. Todos vamos realizando un poco lo mismo, cada uno a su ritmo, yo con celeridad y otros, generalmente los más mayores, con la tranquilidad del que no tiene prisa para nada.


Una vez colocados en nuestro sitio hay que ir a las carpetas que tienen todas las fichas de los libros parroquiales de cada pueblo. Se busca por la inicial del mismo y a buscar lo que necesitas.


Por cada pueblo constan los diferentes libros de su parroquia o parroquias, los de nacimiento, los de casamiento, los de velados y difuntos. En Leache/Leatxe, por suerte, tan sólo tiene la iglesia de la Asunción, pero por desgracia no están microfilmados todos los libros, lo que dificulta mi investigación, ya que sé cuando nacieron algunos antepasados, pero no, cuanto vivieron o cuando murieron.


Después de solicitar el rollo que preciso, me preparo con mi ordenador a la derecha a tomar todos los datos que pueda. Ya de paso no sólo investigo el apellido Goñi, sino que tomo datos también de otros apellidos familiares como: Sola, Salinas, Zabalza, Gorraiz, Suescun, Moriones, …


Las horas van pasando y no paro, a veces cuesta mucho descifrar las caligrafías de los diferentes curas de la parroquia de Leache/Leatxe, cuando topas con uno que escribe sin parecer un médico, resoplas de alivio. Después de varios viajes a Pamplona he conseguido recopilar todos los datos de los apellidos que busco y pese a que me faltan los libros que no están microfilmados he conseguido interesantes datos.

Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona I: la llegada
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona II: dando tiempo
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona III: sala de espera
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona V: la inclusa de Pamplona
Buscando los orígenes en el Archivo Diocesano de Pamplona VI: la salida
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