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lunes, 14 de octubre de 2013

Fiestas de Gracias en Anguiano II: Piñarrada 2013



Una vez más los Piñarras se volvieron a reunir por Gracias, lo que comenzó como una petición graciosa al calor de una noche de verano en fiestas de julio, hace ya unos años, entre bar y bar, y cerveza y cerveza en una petición a José Félix como el más veterano de los Piñarras, todos nos volvimos a juntar con una sonrisa en la boca y con ganas de contarnos cosas y vernos las caras sin las prisas del día a día. Una buena excusa para juntarnos y recordar que todo lo bueno hay que cuidarlo.


No pudieron estar todos, pero es difícil juntar a un clan que precisamente pequeño no es. Nos juntamos en la Cabaña, nos prepararon un ambiente muy agradable y tranquilo, todo un salón para nosotros con una mesa que recordaba a la de una boda (que se lo digan a Pedro y Maite que parecían los novios) en forma de "U", pero luego ya nos encargamos todos de movernos de un lado a otro para vernos todos.


Además de las generaciones directas cada año, por suerte, se suman los más jóvenes y van haciendo piña o piñarra con los más veteranos. Así fue un placer contar este año con Raúl, Ana, Andrea y Elena, que se encargaron de tomar una de las esquinas de la mesa, reírse mucho y charrar de sus cosas.


Por el otro lado de la mesa José Félix, Magdalena, Tito, Maite, Richar, Raquel, Lucía y Lidia, entre otros. Todo un grupo donde las botellas de vino no faltaban y Richar no hacia otra cosa que mirar por la ventana aguantando la maldita lluvia que presagiaba una bajada de la cuesta complicada, aunque reconoció que haciendo pronósticos es mucho mejor Rapphel que él.


Por la otra esquina Lidia, Marino, Dani, Estela, Chini y Esteban cerrando la esquina. Les tocó aguantar un poco la ventana y el fresco que entraba por ella tras la lluvia que estaba cayendo. Esteban aguantaba como podía después de tener una inflamación considerable en la boca por las malditas muelas.


Justo en el centro de la mesa presidencial Maite y Pedro Ignacio, que aunque aquí parezcan algo separados pudieron disfrutar de una segunda celebración matrimonial, al grito de ¡viva los novios!, aunque los padrinos de las esquinas tampoco se pudieron librar.


En la otra esquina Chuchi, Justo Luis y Begoña todo un clan que junto con Pedro Ignacio hacían un cuarteto de miedo. De la comida como podéis ver tan sólo dejaron los restos, de una comida, que por cierto, estuvo muy bien y servida toda en su momento.


Justo enfrente mío y al lado de justo, para ser justos, Fernando custodiaba a David o al revés, junto a ellos la madre, Raquel y Ana con June y Naia. June duró poco, ya que como se aburría, me la llevé para dejarla con sus abuelos. Con Raquel tuvimos la suerte de poder charlar y comentar cosas que la distancia no nos permite.


Aquí podéis ver como los padrinos se besaron con mucho cariño y fervor, para desgracia de la muela de Esteban y calorcito de la nuca de Justo Luis. No os perdáis al pequeño David como se pica de envidia y le regala un besazo a Raquel.


Pasamos un gran rato juntos, entre platos que iban y venían, botellas de vino que se vaciaban y cotilleos, muchos cotilleos. No faltó la anécdota de ultramar y cómo las redes sociales a día de hoy no perdonan ni las mentiras ni los secretos, la pena es que al final se haga protagonista de una historia a gente que no tiene nada que ver con nada y no saben ni lo que es el "feisbus".


Otra de las grandes protagonistas de la comida fue Naia, la última incorporación de los Piñarras. Naia aguantó un buen rato dormida, pero cuando se despertó y tomó el menú particular de su madre, todos se peleaban por tenerla entre sus brazos, y ella con lo buena que es, no se quejaba para nada.


Raúl nos demostró que es capaz de tener un bebé entre sus brazos, aunque cuando le dijeron que se había cagado se encargó con rapidez de endosarle el paquete a otro, pero por suerte era una falsa alarma, esperemos que Naia no te lo tenga muy en cuenta en el futuro.


Elena también se dejó convencer por el instinto maternal y se hizo con Naia, para sorpresa y risas de sus compañeros de mesa. Por suerte, hechuras no le faltan.


Lucía, una anguianeja de pro, se hizo con Naia con su naturalidad y su sonrisa. Las dos parecían estar pasándoselo de maravilla.


Su tía Maite no se quiso quedar atrás y aunque parezca que su tío Esteban no hacía mucho caso, no es verdad, también le dedicó sus buenos mimos a su sobrina.


Y así pasamos un rato maravilloso, que como siempre se nos hizo más corto que largo, con un montón de Piñarras disfrutando de una herencia de la que pueden estar muy orgullosos, y en la que los nietos y los hijos de los nietos encuentran la excusa perfecta para pasar un buen rato juntos.


Ánimo que ya queda menos para el año que viene. Por suerte en esta última foto pudimos pillar a la pequeña Raquel, que encantadora con los niños, viajaba de un lado para otro y casi consigue no salir en ninguna foto, lo mismo que me pasó a mi, pero ese día los protagonistas son ellos, los Piñarras.

28/09/2013

Fiestas de Gracias en Anguiano I: danzando bajo la lluvia
Fiestas de Gracias en Anguiano III: una cuesta de vértigo

miércoles, 9 de octubre de 2013

Abrazos que lo son todo



Ahora que el tiempo me devora y apenas me deja huecos para descansar las neuronas. Ahora que he necesitado volcar todas mis madrugadas, abandonando lecturas y diálogos en mis blogs, por causa de un trabajo que cada vez exige de más esfuerzos. Ahora que veo poco a lo que más quiero, que sueño en la distancia de mis amigos y que ni pájaros ni libros me logran consolar. Ahora que llego a casa reventado de reuniones y con la cabeza tejiendo marcas y estrategias. Ahora que abro la puerta y mi niña me viene a abrazar desde lo lejos con las manos abiertas y se queda en silencio agarrada a mis piernas mascullando "papá, papá,…". Ahora me doy cuenta que los abrazos lo son todo.


Son ese mecanismo que te hace desconectar, esa sensación que te obliga a contener una lágrima que le gustaría viajar por entre los que se abrazan. Siento ese abrazo infantil como una de las sensaciones más intensas de mi vida, como la razón que lo justifica todo. Y ahora que sus manos sin soltarme todavía me dan cachetes en los muslos para sentirme más, creo que no podría vivir sin ellos. Sacar un segundo para compartir, por pequeño que sea siempre merece la pena. Ahora que sé que los abrazos lo son todo, dejarme entrar en vuestros corazones de nuevo que os espero con los brazos abiertos.

viernes, 2 de agosto de 2013

En un segundo, la muerte



Era el día de Santiago, un día de aniversarios que se convirtió en un día de carreteras, de mañanas de partida y de tardes de encontrar destino. Fue un día de calor, de los que levantan el asfalto mientras la gente conduce a sus destinos, unos en los trabajos del día a día, y otros en los placeres que les aguantan sus bolsillos. Desde Zaragoza hasta Anguiano viajé con la soledad que dan cuatro asientos vacíos y la compañía de mis canciones. Cada kilómetro pasaba al compás de versos y guitarras que acaban con estribillos que eran imposibles de no ser chafados por mi maltrecha voz de cantante. En el cuentakilómetros, mesura, principalmente la que da el ser padre, aunque también el miedo a salir en alguna foto donde uno nunca quiere ser protagonista.


Llegaba a Anguiano cuando el sol se encontraba en lo más alto, aunque su calor se hacía sentir bien cerca, el pueblo se notaba resacoso, tras el último día de fiestas. El sol golpeaba sobre las paredes de las casas, todas las ventanas permanecían calladas, mudas, como ignorando el día que había llegado. Fuera el silencio era raro, desconocido en un día normal. Por las cunetas restos de batallas con sabor alcohol. Me abría paso por las calles de un pueblo entre su silencio mientras la música me seguía acompañando para ir a recoger a mis chicas que se habían quedado descansando, o intentándolo, unos días en el pueblo. Después de reponer un poco fuerzas y con el corazón subido por los gritos de alegría y de emoción de mi hija recibiéndome a los gritos de —"Papiii, papiiii, papi,…""—, y con el sabor del café con hielo todavía en la boca, cargamos el coche rumbo a nuestra Asturias.


El sol seguía pegando, si cabe, con más fuerza, lo que obligaba a gestionar la carga del maletero con celeridad. Todos montados, bien atados y ahora sin música, lanzábamos besos por la ventanilla mientras decíamos adiós a los abuelos que se quedaban. Salíamos de Anguiano bastante antes de dar las tres de la tarde, y lo dejábamos como lo había encontrado en silencio y con un sol que te hace apartar la vista allá donde mires. Empezábamos un camino con las curvas de siempre y acunando a mis niñas al son de las vueltas y el ruido del coche. Pasamos Nájera rumbo hacia Cenicero para coger la autopista a Bilbao. Las dos niñas ya dormían sobre sus sillas de viaje. Fuera parecía existír un infierno, pero dentro del coche el aire acondicionado todo lo perdonaba.


Al tomar la curva que marca el desvío en Cenicero, a media distancia ví a un agente de la Guardia Civil en moto, e instintivamente levante el pie del acelerador, aunque iba bien, pero el gesto es inevitablemente automático. Le seguí con la mirada por ver que ruta llevaba, y era nuestro camino, pero lo perdí cuando adelantó a un coche, y mientras miraba esto, en la misma milésima de segundo, se paró el tiempo, una llamarada inmensa como la de las películas brotó desde donde estaba mirando, la acompañaron dos explosiones de fuego que como crecían se desvanecían. Todos que estábamos allí nos quedamos congelados durante unos segundos, apretando las manos a los volantes y pisando el freno, —"¡La moto, la moto!"— grité con una posesa voz de desesperación. Ana a mi lado se asustó y casi comenzó a temblar, y mientras justo atinaba a coger el móvil para llamar al 112, yo apartaba el coche al final de una gasolinera que estaba 200 metros antes del accidente.


Dejé a Ana gritando con desesperación a los de emergencias pidiendo ayuda y bajé del coche corriendo hacia el accidente, al igual que todos los que estábamos allí, que un principio apenas éramos cuatro coches y algún camión. Al llegar a la escena me encontré con una furgoneta blanca de una fábrica de maderas o cerramientos, con todo el frontal derecho destrozado, la puerta abierta, el airbag desinflado, cristales, fuego y gotas de sangre que marcaban la tragedia. Un humo blanco incesante surgía del motor, el fuego se propagaba por las zarzas del lateral que por suerte un medio murete, que separaba las vías del tren de la carretera, protegía de un incendio mayor. Di la vuelta a la furgoneta buscando la moto, pero no la veía, no parecía ser el amasijo de hierros que se había fundido con la furgoneta, pero otras partes se encontraban hechas añicos por toda la carretera y la cuneta. No pude evitar gritar —"¿La moto? ¡Había una moto!"—, a lo que alguno de los que había llegado antes a la escena me respondieron que había saltado el muro. Sorteé como pude el quitamiedos y me subí sobre el muro.


Lo que vi me dejó helado, sobre las vías del tren el cuerpo del Guardia Civil de Tráfico yacía desvencijado, hecho un ovillo de miembros rotos. De su chaqueta de verdes fluorescentes y verdes oscuros todavía salía alguna llama. El silencio de los segundos era eterno, —"está muerto, está muerto"— decían algunos mientras movían la cabeza de un lado a otro con claro gesto de pesimismo. Algunos habían conseguido sortear el muro por otro lado y se acercaban al cuerpo del agente, uno de ellos le buscó el pulso en el cuello, y no lo encontró, el otro intentaba apagar el fuego de su cuerpo. Los primeros que habían llegado a la escena se preguntaban dónde estaba el otro agente motorizado que había pasado antes y no volvía al no ver la presencia de su compañero. Yo seguía helado, como sin sangre, había visto como en un segundo había llegado la muerte delante de mis ojos, había sido sólo un segundo, el suficiente para que le cambie la vida a una persona, a una familia. Los que habían llegado a su lado lo taparon y lo apartaron de las vías del tren, recogieron su pistola e intentaron tocar lo menos posible el cuerpo del agente muerto.


Cada vez comenzaba a llegar más gente y el barullo era mayor, algún idiota pitaba al fondo creyendo que era un atasco. Atiné a moverme, aunque lentamente, me bajé del muro y sorteé de nuevo el quitamiedos. La furgoneta seguía igual, cerca estaba el conductor que con ropa azul de trabajo y la cabeza y la mano ensangrentadas hablaba desesperadamente por el móvil. Cada vez se acercaba más gente, la curiosidad es osada y yo emprendí camino de vuelta para tranquilizar a mis chicas. En el camino de regreso, todavía seguía afectado, la gente llegaba, algunos con preguntas absurdas que pasaba de contestar, otros bajaban corriendo desde la gasolinera con extintores para sofocar el fuego. En la carretera la gente se asombraba de la escena, a los que les llegaba la noticia de la muerte del agente se sobrecogían y sus ojos se volvían acuosos, una mujer sudamericana aporreaba su desesperación al que estaba al otro lado del móvil, hablándole de un gravísimo accidente y de muchos muertos. Llegué al coche como un zombie, pero aparentando tranquilidad, consolé a June que con sus dos años no entendía bien el alboroto, pero notaba el nerviosismo de su madre.


Después de unos segundos y ya más tranquilo pero todavía sobrecogido, decidí volver a la escena, cada vez había más gente, muchos de ellos pegados a un móvil y narrando a sus familiares lo que estaban viviendo. De lejos ya veía que había llegado el compañero motorizado del agente muerto, vagaba sin rumbo intentando entender lo sucedido, aventuraba a poner algo de orden cuando ya llegó la primera ambulancia. Me crucé con un montón de gente que en sus miradas lo decían todo, no todos los días se asiste a vivir los segundos y minutos posteriores a una muerte. Un enfermero se dio cuenta de la situación del Guardia Civil que había perdido a su compañero y le invitó a controlar el tráfico de la carretera para así controlar su nerviosismo.


En segundos comenzaron a llegar nuevos agentes de la Guardia Civil que se quedaban impactados con lo que veían, también llegaron los bomberos y todos se movían con agilidad por el escenario lúgubre. El conductor de la furgoneta yacía ahora sobre la inclinación de la cuneta, doliéndose de sus heridas y juzgado por las miradas de todos que no sabían si era inocente o culpable. Nos pidieron los enfermeros taparlo, darle sombra, para evitar el sol directo del que ya nos habíamos olvidado todos. Herido grave fue trasladado con rapidez al hospital de San Pedro en Logroño. Los bomberos apagaron los últimos fuegos y los enfermeros se empezaron a hacer cargo de la situación.


Era el momento de irse, de darle la espalda a la muerte y de llevar con uno mismo la horrible visión de un accidente en directo. Al llegar a la altura de nuestro coche otros conductores ya se daban la vuelta y nosotros hicimos lo mismo. Un chico que subía y bajaba nos pidió si teníamos agua para el conductor herido y le dimos una de las botellas de la niña. Volvimos a Nájera para tomar desde más arriba el desvío a la autopista a Bilbao. A Ana se le escapan todavía algunas lágrimas y las imágenes revoloteaban en nuestras cabezas, será difícil olvidar lo que vimos. June enseguida se volvió a quedar dormida. Continuamos nuestro viaje como siempre, pero la carretera en cada curva me recordaba que en un segundo, siempre está la muerte esperando.


Al día siguiente busqué en internet algo sobre el accidente, siempre te queda la duda de qué había pasado, aunque ya de nada servía saberlo. Las noticias hablaban de José Javier Rubio Ezquerro, un agente de la Guardia Civil de 44 años, natural y vecino de Logroño, casado y con un hijo de doce años, levanté la vista y pensé en ellos, pensé en esa llamada que les contaba el resultado de ese segundo fatídico en el kilómetro 429 de la carretera N-232 a las 15,10 horas, pensé en su tristeza, pensé en su desconsuelo ante algo inesperado.


Pensé en sus caras, en su perplejidad, en sus nuevas vidas y no pude evitar sentirme triste, muy triste. Tal vez, ellos se pregunten cómo fue, cómo pasó, y yo que lo vi, se que fue en un segundo, en un mal gesto, en un error sin marcha atrás. Un segundo maldito que marca el futuro de muchos segundos sin la presencia de un padre y un marido. En un segundo, siempre está la muerte esperando.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Una Mahou, si puede ser



Después de la mañana playera, llega uno de los mejores momentos del día, el sol ya ha hecho mella en los cuerpos y la sed llama a la puerta de la boca, salir de la playa siempre es costoso, recoger todos los bártulos, agarrarlos como se puede, con las dos manos, con el sobaquillo o con lo que se pueda. Arrastras los pies por la arena en un momento en el que todo pesa, pero por fin cerca, muy cerca se divisa un nuevo paraíso, es el chiringuito de playa.


Ahí está esperándonos, los chiringuitos que casi nunca tienen nombre, y si lo tienen es "Chiringuito" nadie necesita más. Sus sillas aguardan decoloridas por el sol y con algo de arena que el viento caprichoso siempre deja cerca. Arrastramos todas las bolsas y toallas al coche y ocupamos una mesa que tenga las mejores vistas a la playa posibles.


Ya pertrechados con una cerveza bien fría, una Mahou si puede ser, dejas que tu cuerpo se deje vencer a los deseos más primarios, cómo entra el primer sorbo, fresquito y burbujeante, desde ese momento todo parece cambiar, se inicia una nueva etapa del día que pinta muy bien, pues ciertamente la sensación de tomar una cervecita al pie de la playa mirando al mar es algo inmejorable.


A la cerveza le acompañan unos cacahuetes, otro día un pincho de tortilla, y otros después de un par de rondas, alguna sin, que hay que volver a casa a comer. Pero lo que siempre sabemos es que mañana, de nuevo, el chiringuito estará ahí esperándonos.

PD: por la publicidad gratuita a la marca, se admite cualquier aportación en producto. Muy agradecido.

lunes, 10 de septiembre de 2012

De vuelta



El verano acaba, toca abandonar los sueños y las playeras, dejar toallas y esterillas con los últimos granos de arena en el fondo del armario. Mientras, el sol todavía no da tregua al tiempo y retomo trabajo, libros, músicas y pensamientos. Detrás quedan cervezas al aroma de chiringuito playero con criollos y costillares enfrentados a sus brasas, mañanas de bici y compras y trabajos que se concluyen delante de un ordenador en lo que otros llaman período vacacional. Sol y poca lluvia, risas de niña y gatos que todo lo pelean por huir.


Pronto aquellos días se truncaron por una vuelta precipitada y castigada con reclusión mayor en el hospital, a mi padre, una hemorragia cerebral le había postrado en la cama de una habitación que se convertiría en su cárcel durante semanas y mi dormitorio, sobre un incómodo sofá-silla, día sí, y día no. Después llegaron los miedos del quirófano, la UCI y la vuelta a su cama prisión, para por fin poco a poco ir recuperándose. Fuera un sol de finales de julio y primeros de agosto en Zaragoza, mataba a los pocos que se atrevían a pisar la calle mientras yo los veía desde los barrotes de la habitación del hospital frente a mi colegio de la infancia.


Después superados miedos y con mi padre volviendo a ser el mismo poco a poco, volvimos a la playa, a recuperar sueños en pause y olas de espuma blanca, volvimos a sentir los mismos olores y cuando casi ya todo empezaba a ser maravilloso, tocaba volver para empezar a pincharnos con alfileres y sentir la cruda realidad de unos tiempos donde la palabra riesgo y crisis se dicen como coletilla al final de las frases. Lo mejor volver de nuevo a escribir mis pensamientos y charlar con vosotros. Ya estoy de vuelta.

viernes, 20 de abril de 2012

Gracias por existir



Me es muy difícil imaginarme una vida sin ti. Me sería imposible despertar cada mañana, muy temprano, sin intentar hacer ruido para no despertarte, no sería capaz de vivir sin el primer beso al compás del despertador que te hace levantar, no podría vivir sin ese abrazo de mañana dejándote arropar por mi acolchado cuerpo. No podría reír ni bromear entre telediarios que parecen anuncios de pompas fúnebres. Ni podría trabajar sin tenerte a mi lado y que aguantaras mi estricto proceder. Jamás cocinar sería divertido, ni discutir sobre si se pone antes el plato o el filete, para que me serviría reinventar una receta si no la pudieras disfrutar. Ni jugar con el mando de una televisión que nos programa cosas a diferentes gustos. No sé si podría leer o empezar mil cosas sin podértelas contar. Me sería imposible arropar mi cuerpo sin tu calor, ni conciliar el sueño que siempre me regalas.

Cuando un día como el de hoy, nacías en Adurtza, sobre una cama de una habitación, como se hacía antes, para nacer más casera que nadie, no sabes como aquel día cambió mi vida, el tiempo te formó y yo tuve la gran fortuna de un día cruzarme a tu lado y ver lo bonito que sería imaginarme una vida contigo. Gracias por existir. Gracias.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Melé en Borizu



Aquel día estaba entre gris y soleado en la playa de Borizu, el mar calmado y la gente también, toallas sobre la arena como las cartas de un solitario sobre el tapete, pies que surcan la arena rompiendo antiguos castillos y el mar de fondo paciente espera su marea.


El verde invade la frontera de la arena, ninguno gana, ninguno pierde, desde arriba se contemplan las hormiguitas que juegan a buscar un trozo de arena que anexionar, un sol que atrapar y un mar frío que domar.


En la arena ausente de gente, un grupo de chicas se arremolinan haciendo una melé de cuerpos enfrentados, cuerpos a tierra, confidencias de vacaciones, sonrojos adolescentes, sueños de princesas nuevas.


En el chiringuito de Borizu, nosotros miramos, bebemos y comemos, son más de las doce y se abre la veda. La gente charla, en pantalón corto y camiseta, nos colocamos frente al mar como si estuviéramos en el cine, arriba el cielo, abajo el mar, en medio bañadores y bronceador buscando un rayo de sol.


Mientras en la mesa de al lado charlan un grupo de mayores jóvenes y solucionan el mundo, nosotros nos miramos y soñamos, la felicidad es un suspiro que también convive en días grises con rayos de sol.

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