jueves, 31 de enero de 2013

Reciclar divertido



Cuando uno pasea por una ciudad no suele haber elemento más antiestético que los contenedores que pueblan las calles de las ciudades y sobre los que se suele amontonar basura y bolsas de diferentes colores. Gentilmente acuden a ellos los concienciados del reciclaje para los que en Gasteiz han tenido una idea muy brillante reciclando sus plásticos grises con graffitis alegóricos a su contenido.


Hasta entonces los retrovisores tenían un aspecto gris, parecía que miraban con dos ojos tristes como volcaban en su interior los desechos de cada casa. Como información el típico dibujo y texto informativo que nadie leía por desgracia con claridad.



Ahora con esta iniciativa cambia totalmente el aspecto de estos elementos tan antiestéticos, con frases y dibujos que facilitan de una forma más divertida su función.


Con esta acción se consigue implicar de una forma mucho más eficiente a los públicos más jóvenes con la concienciación del reciclaje. ¿Alguien dudaría que éste es el contenedor del vidrio?


Los contenedores se reparten por diferentes partes de la ciudad, en diferentes estilos y en diferentes formas, convirtiendo a unos cubos que sólo amontonan basura segmentada en rocas que surgen de la ciudad como cuadros sobre las aceras.


Mientras, en Zaragoza nos tenemos que contentar con los dibujos que algún graffitero osa hacer a la sombra de los guardias urbanos. Reciclar, ciertamente, puede ser divertido y artístico.

miércoles, 30 de enero de 2013

Carteles y mensajitos 025: despacio y prudente



En la entrada en un garaje de Zaragoza dos mosaicos reciben a los coches que entran, en un estilo vintage que recuerda a los años en los que se realizó la casa. Los coches entran y salen todos los días pero seguro que muy pocos se fijan en algo que está siempre ahí y que de tan presente pasa desapercibido.


En uno de ellos, un hombre trajeado y con sombrero, porta un volante entre las manos y conduce una tortuga sobre un paisaje de edificios y árboles mientras entra en el garaje y se puede leer: "entre despacio".


En el otro, un policía urbano, de los de antes, alarga su mano en un gesto de alto y un texto que dice: "sea prudente".

martes, 29 de enero de 2013

Las dos cruces



Sobre una casa un campanario, sobre el campanario dos cruces, primero una de piedra, después una de hierro a modo de sombra, a modo de espalda. Refugiadas del sonido de las campanas dejando colarse al viento y respirando a un tiempo. Dos cruces que se miran, dos cruces que se ocultan a los ojos de los hombres.


Desde abajo, en la iglesia encalada, tan sólo se deja ver el campanario, pocos miran más arriba de lo que los ojos creen ver.


Llanes, Asturias.

domingo, 27 de enero de 2013

Aquellos vecinos II: la señora Valeriana y sus silencios



La señora Valeriana era una mujer mayor de las de juguete, pequeñita y callada, arropada siempre por su delantal y su bata de felpa delatando manchas viejas y restos orgánicos sin definir. Sin su marido el señor Julián, parecía que no era nada, alargaba su sombra y obedecía siempre en silencio. Ahora que la recuerdo en el tiempo apenas recuerdo su voz, ni como hablaba y no sé si en verdad la oí alguna vez. Pocas veces la vi sentada y cuando salía a hacer la compra parecía invisible, nadie la veía, nadie la recordaba, nadie la oía.


Deambulaba la señora Valeriana por su pequeño piso, barriendo el suelo sobre unas baldosas tan abruptas, que más que limpiar repartía la suciedad entre ellas. Tenía unas gafas de pasta clara con una patilla mirando para un lado y la otra en sentido contrario, sus cristales eran de los que te aumentan el ojo y sus legañas se veían desde muy lejos. Su pelo completamente canoso viajaba por libre y nunca conoció una peluquería más allá del peine con el que pretendía disimular sus despertares cada mañana.


Su cara se arrugaba un poco más cada año y le nacían pelos blancos que se repartían en su bigote y barbilla, dándole un aspecto gatuno cuando la mirabas de cerca. En casa ella se encargaba de todo, recogía la bombona de butano y la cargaba sobre la estufa en la que se acercaba tanto con la cerilla que mas de una vez se le chamuscó el bozo provocando un olor ciertamente especial.


Ella era la dueña de su cocina, una cocina ubicada en el pasillo que llevaba al patio, con un mínimo espacio y con una cocina económica inutilizada por otra de gas colocada justo encima. Un fregadero bajo y de piedra a la izquierda cerraba la cocina con un grifo que salpicaba más agua de la que repartía. El resto de la cocina era un auténtico caos, todo apiñado, arremolinado, patatas con brotes alienígenas y restos de otros alimentos de otros tiempos.


La señora Valeriana lo hacía todo en silencio, cuando mis padres con el fruto de mucho esfuerzo acabaron comprando la casa, nos tocaba bajar a mi hermano y a mi a cobrarles el alquiler del mes, eran de los de renta antigua y ya nuestra paga casi era mayor que lo que bajábamos a cobrar. Golpeábamos la puerta y la señora Valeriana sólo con mirarnos, iba hacia su habitación y salía con un billete de cien, de los de Falla y alguna moneda que ya tenía bien contadas, todo en silencio, mientras el señor Julián desde su silla emitía ruidos y toses mientras movía su palillo y se rascaba como si no hubiera nadie en la puerta.


Cuando a su hija la asesinaron en la Universidad, la señora Valeriana parecía no afectarse, calló como siempre hacía, como guardando un secreto eterno que siempre se llevaría consigo. Pero aquello le afectó, en pocos años su cuerpo redondito se fue ajando y poco a poco se hizo más pequeña. Cuando murió su marido el señor Julián, siguió como si nada hubiera pasado, sin llorar y en callado silencio. Pero pronto se le empezaron a olvidar las cosas y se dejaba el gas dado, para disgusto de mi madre, que gritaba por la casa a mi padre diciéndole que podíamos haber volado por los aires. Al poco tiempo su cuerpo le dio un susto y un hijo se la llevó consigo, o mejor dicho, se llevó la pensión de la señora Valeriana consigo.


Desde aquel día, aquella casa que habíamos compartido con nuestros vecinos quedó entera para nosotros, con una planta baja en la que todavía quedaban las presencias y las sombras de nuestros vecinos. Al poco la reformamos toda con nuestro padre, derribamos paredes, acabamos con aquella cocina lastimera y convertimos aquel patio en algo mucho más habitable, pero eso ya es otra historia.

La fotos no son reales, sólo para apoyar la historia.

viernes, 25 de enero de 2013

Aquellos vecinos I: el Sr. Julián y el asesinato de su hija



La casa de mis padres siempre ha estado en el mismo sitio, en mis recuerdos de niño a veces era más grande y otras más pequeña, pero siempre estaba ahí, casi al final de una calle del centro de Zaragoza. En los años 70 la casa eran los restos de una casa de la posguerra, de las que construían en dos plantas y un patio al fondo. Nosotros vivíamos en el piso de arriba, en un espacio pequeño de apenas 45 ó 50 metros cuadrados con el baño en la terraza. Tan sólo una escalera interior nos separaba de la calle y de los vecinos de abajo, el señor Julián y la señora Valeriana que vivían con su hija pequeña pero mayor, Laura.


La casa de los vecinos de abajo todavía era más pequeña, apenas dos habitaciones, un salón cuarto de estar y pasillo, una cocina de poco más de un metro de ancho y al final el patio con un agujero oscuro al que llamaban baño. Si alguna vez se caía una pelota desde nuestra terraza al patio reñíamos mi hermano y yo por ver quien no bajaba a buscarla, cuando perdía y me tocaba a mi, bajaba temblando las escaleras y aporreaba la puerta ya que no tenían timbre: "¡Señor Julián!¡Señora Valeriana!", gritaba con mi voz de niño temblorosa. El señor Julián abría la puerta con mal agrado, la puerta chirriaba y apaciguaba un poco los gritos del señor Julián al notar que eran los niños de arriba. Mientras iba a por la pelota el señor Julián se iba a sentar mientras maldecía a regañadientes y le gritaba a su mujer, la señora Valeriana.


El señor Julián en un giro de pies recorría medio cuarto de estar. En medio de la habitación una mesa con un hule sucio y con restos de miga de pan y alguna revista perdida, que se pegaba a la pared del fondo. Coronando la pared un cuadro de los que se inclinan hacia abajo desde la escarpia con una capa de polvo acumulada sobre el marco y conteniendo una última cena tan negra que a duras penas se veían los personajes. a la izquierda y derecha de la mesa dos sillas, una la del señor Julián, la otra para el resto de la familia. Eran unas sillas de esas torneadas y con rejilla, la del señor Julián con su forma hecha y el asiento combado a la forma de su trasero. Justo enfrente de la mesa una radio con su paño encima y un montón de cosas haciendo un gran equilibrio. El resto de la habitación lo cubrían trapos, grietas y recuerdos rotos.


El señor Julián era un guardia civil retirado, y todo su aspecto decadente parecía recordar su pasado. Siempre lo vi de paisano y me costaba imaginármelo con el tricornio en su cabeza de la que apenas le quedaban unos cuantos pelos que estiraba con ayuda de agua hasta su nuca. De su oficio le quedaba un mal carácter y un hablar ordenando que exigía siempre la contestación de —"sí, señor"—y un firmes cargado de miedo. Era tal su carácter que en casa nunca temimos al coco, ya que mi madre nos amenazaba con que iba a llamar al señor Julián, y en segundos el orden volvía a imperar en casa.


Siempre estaba sentado en su silla, con un palillo que viajaba de lado a lado en la boca, con el pantalón tapando su barriga hasta debajo del pecho, el cinturón suelto y una camiseta interior blanca holgada por todos los lados, algún pelo suelto del pecho que se escapaba y una barba dura de las que rompen cuchillas. De nariz grande y con venitas rojas encabezando su gran tamaño nasal de un color cárdeno permanente. Acostumbraba a toser de una forma asquerosa y entrases a la hora que entrases siempre estaba igual, como si no se hubiera movido de un día a otro.


El señor Julián parecía que carecía de sentimientos, sólo gruñía y ordenaba desde su silla todo lo tenía que hacer su paciente mujer, la señora Valeriana. Cuando su hija Laura llegó un día con una barriga de madre soltera mi madre intentó que no oyéramos los gritos que de la guarida salían. Así nació Daniel, un niño que a los pocos años, cuando apenas sabes de nada, se despertó, como todos nosotros, una mañana de febrero de 1981 frente a su vaso de Cola-Cao, con la noticia de que habían asesinado a su madre, limpiadora de la Universidad de Zaragoza, con un estilete en el corazón cuando de madrugada iba a su trabajo.


Corrieron rumores de todo tipo, y hasta recuerdo que un periodista cuando salía a comprar la gaseosa Konga al vinatero me paró y me preguntó por si sabía algo. Al día siguiente en el Heraldo el asesinato aparecía en sucesos, ni la robaron, ni la violaron, sólo le clavaron tres puñaladas de auténtico profesional. Aquella noticia pronto desapareció y curiosamente las investigaciones nunca llegaron a nada. En la calle las vecinas eran más aventajadas y a escondidas en el puesto de la fruta apuntaban a culpables entre borrajas y puerros. A los pocos años murió el señor Julián, sin mayor tristeza y con ninguna alegría, a Daniel se lo llevaron a casa de un hermano y la señora Valeriana se quedó sola en ese piso y sin nadie que le pudiera dar órdenes.


Las fotografías no son reales, sólo para apoyar la historia.

jueves, 24 de enero de 2013

Ventanales góticos que cautivan



Encima de mis ojos un arco conopial aguanta sobre su pedestal dos pájaros cautivos a la sombra de su quicio. Encerrados y al borde de la mañana, rodeados de arte en piedra que apenas disfrutan desde sus jaulas blancas rodeadas de otra jaula de oro con forma de tragaluz. A la mañana cantan la historia que viven, una historia cincelada que les separa de las nubes y de ellos mismos.


Sobre la casa de piedra en Llanes la luz de invierno rebota con un color grisque tan sólo refleja luz sobre los ventanales que han aguantado el paso del tiempo por lo atractivo de su aspecto. El tiempo ha marcado sobre la piel de la pared las distintas piedras con las que la casa fue hecha o rehecha siempre sobre sus mismas ruinas, sobre su misma suerte.


En las otras dos ventanas junto a visillos tejidos con cariño para no dejar ver, una maceta altiva de flors en cada una de las ventanas. Rosa arriba, verde en medio, naranja abajo por penitencia, sobre ella un lazo que la ata todavía más al interior del calabozo en su marco elegante. No hay duda, los ventanales góticos cautivan.

miércoles, 23 de enero de 2013

Alfonso, mi gran hermano



Fue un lunes de un 23 de enero de 1967, hace mucho tiempo ya, tanto que la memoria disipa los recuerdos y vaga la mente, que nacía de una madre primeriza y un poco asustadiza el mayor de sus vástagos. Sonaba el eco del llanto del niño en el quirófano de la antigua Quirón de Zaragoza. Le pusieron por nombre Alfonso Máximo, el primero porque le gustaba a mi madre, el segundo porque lo mandó mi abuela y no se hable más. Nació con sus ojos grandes y con sus pestañas enormes (me detendré ahí con lo de los tamaños grandes y partes del cuerpo para no herir susceptibilidades). Su cara siempre fue la de niño bueno, y la realidad también.


Yo llegué sin haber pasado 18 meses de su llegada, si sacáis la cuenta descubriréis que mi padre no se quedó parado ni un momento, y a partir de ahí comienzan mis recuerdos con mi gran hermano. De pequeños competíamos en casi todo, él aludía a que era el mayor y le tenía que hacer caso, yo aludía, sin ninguna argumentación, que yo no era el pequeño, ante esta dialéctica sin fundamento, al menos por mi parte, sólo quedaba pelearnos sobre el sofá para a los dos segundos competir a dar volteretas sobre el sufrido tresillo. Con tan poco tiempo, pocas cosas compartimos y yo lo único que heredaba eran los libros de texto de un año a otro, aunque muy a mi pesar.


El siempre venía más alto y más guapo, así que durante toda mi infancia tuve que desarrollar otras técnicas, donde la pillería y la malicia acentuaron mis dotes creativas, él por suerte y en su bondad sólo se dedicaba a ser niño bueno y buen estudiante, que para eso tenía buenas cualidades. Durante más de 25 años hemos convivido juntos compartiendo berrinches y grandes momentos, viendo películas, compartiendo comics, escuchando distinta música, jugando con distintos juguetes, jugando a baloncesto juntos para que siempre me ganara, jugando al frontón juntos para que siempre me ganara, jugando a lo que fuera para que siempre me ganara, y es que ciertamente la competitividad era uno de sus principales rasgos, tenía que dejar claro que él era el primero, y en nacer lo era.


El tiempo ha hecho que fuéramos creciendo y aunque de aquellos niños queda mucho, de estos grandes queda todavía más, y pese a que cuando estábamos juntos las riñas infantiles y ecosistemas diferentes, acordes a nuestras distintas formas de ver la vida, eran el pan de cada día, ahora, pasado el tiempo y la competencia, cuando lo miro, más que ver al que nació primero, veo a mi gran hermano, un hermano que siempre está ahí y al que he tenido la suerte de conocer casi todos de sus 46 años de vida.
Felicidades.

martes, 22 de enero de 2013

Televisión de blanco y negro en colores mágicos



Antes, y cuando digo antes me refiero finales de los setenta y comienzos de los 80, proliferaban por las casas unas revistas de venta por catálogo que ofrecían cosas maravillosas, casi mágicas. Desde cualquier utensilio de cocina para hacer el corte más insospechado hasta unas gafas que prometían ver más allá de las blusas de las mujeres. Por casualidad mi padre la ojeó un día y descubrió algo que le pareció increíble, prometían convertir nuestra televisión en blanco y negro en una televisión a color y a un precio asequible. Ni corto ni perezoso mi padre rellenó el cupón ante la reprimenda de mi madre por dejarse engañar de esa manera. A las pocas semanas llegó el invento mágico a casa.


Abrirlo se convirtió en todo un acontecimiento, parecía un rollo grande de papel y ninguno sabíamos donde estaría la lámpara maravillosa que colocándola hiciera surgir el color. Al abrirlo mi padre se desenrolló un trozo de acetato o plástico más o menos rígido que tenía tintada toda su superficie con un degradado de colores. Arriba azules, en medio rojos y debajo verdes. Se colocaba delante de la tele y así conseguían el milagro prometido de la televisión a color.


Nuestros ojos de niños se llevaron una profunda decepción y más cuando vimos como se adhería al televisor, por medio de celos colocados alrededor de todo su perímetro y que más de una vez, por el calor, hicieron desprenderse al invento mágico hacia el suelo en mitad de una película. Nada más instalarlo esperamos para ver nuestra primera película o serie en color.


Nos sentábamos mi hermano y yo en nuestro sofá de sky cuyos reposabrazos nos obsesionaba pincharlos con un tenedor y nuestra madre tenía que taparlos con un paño de punto en cruz, estábamos con nuestros pijamas celestes y con gomas. Había que reconocer que desde lejos el invento daba el pego, la tele ya no se veía en blanco y negro, se veía con un efecto tribanda del que al rato te olvidabas y no te extrañabas de que una carretera fuera verde, o de que el techo de una oficina fuera siempre azul.


Con aquel invento, que aún aguanto algunos años sobre el televisor encelado, pasaron un montón de series y películas de vaqueros, Speddys Gonzalez y Calimeros, y todos se veían igual, azules por arriba, rojos por el medio y verdes por debajo. Ahora, pasado el tiempo extraño aquellas revistas con sus inventos mágicos que todo lo resolvían, y también extraño mucho aquel sofá y las bolisas de aquellos pijamas con las que jugábamos viendo Las calles de San Francisco o Star Treck.

lunes, 21 de enero de 2013

La soledad del número uno



Siempre está ahí, casi todos los sábados vestido con el número uno a la espalda y preparado. Detrás de él la portería. Delante todos jugando detrás de un balón. Espera en silencio, moviendo los ojos persiguiendo el mismo balón. Unax, el portero, espera soñando con una gran parada, con un aplauso de sus compañeros, con un "muy bien" de su entrenador. Custodia y espera durante mucho tiempo para luego jugárselo el todo o el nada en un segundo.


Algunos días toca jugar en campos de tierra fría y helada, por suerte los menos. La portería, su compañera, poco cambia de un campo a otro, al igual que su número uno que le acompaña en su espalda a pesar de que él no lo vea ni lo sienta.


Su equipo el Olarizu del Aurrera de Vitoria, un club deportivo fundado en 1935, con mucha historia detrás, con muchos sueños no conseguidos y con pocos agraciados en la pedrea. Desde pequeños ingresan sin saber muy bien a qué jugar. Un día haces una buena parada y te seleccionan para portero a la primera. Todos quieren jugar detrás del balón y ninguno se quiere quedar a esperarlo.


Así le pasó a Unax, le asignaron la portería y él con su gran corazón no dijo no, es más, se colocó sus guantes aplazó sus miedos y se lanzó a intentar parar los balones que sus compañeros le lanzaban con todas sus fuerzas, sin piedad, sin respeto, sin cariño. Tanto fue así que le pasaron a un equipo por encima de su edad, al que llaman de alevines de rendimiento, con compañeros un año mayores que él, y con muchos retos que superar.


La exigencia era grande, intentar crecer un poco más rápido, y ser igual o mejor que los que le llevan algo más de experiencia. En su equipo siempre sería el distinto, como lo son todos los porteros, por eso visten diferente, por eso pueden tocar la pelota con la mano, únicos privilegios que les dan a cambio de tirarse al suelo, caigas como caigas, a cambio de que no pase un balón entre los tres palos.


El Olarizu va siempre entre los primeros, los rojillos juegan bien al balón, arriba tienen buena pegada y saben pillar los buenos balones que les pasan los centrales, en defensa también son buenos y corren como locos a los gritos de Matías su entrenador. Mientras Unax espera no fallar en las pocas ocasiones que les dan al equipo contrario.


Su abuelo no se pierde un partido, a no ser que tenga otra cosa mejor que hacer y algún que otro almuerzo en alguna sociedad así lo demuestran. Desde la barrera la gente chilla, algunos con mejor talante, otros sin aguantar una boca que debería ser cerrada al no darse cuenta que está hablando de niños. Pero es que cuando juegan parecen hombrecitos persiguiendo sus sueños y jugando a ser mayores.


Los partidos acaban y el número uno se va con el regusto de haber ganado pero arrastrar dos goles en contra. Mientras todos se abrazan perdedores con ganadores y ganadores con perdedores, tras la charla del entrenador todos van al vestuario, el portero felicita a sus compañeros pero nunca le felicitan a él. La injusticia del fútbol a estas edades marca que la victoria la ganan los que juegan al fútbol y las derrotas son por los fallos de los porteros. Diez jugadores que ganan y uno que sólo lo hace a veces.


Al siguiente sábado toca otro partido, éste es en casa, se vuelve a repetir la rutina, esperar a que llegue un balón e intentar que no sea gol. Hoy cuenta con el apoyo de más familia, al abuelo se unen el padre, que no falta a ninguno, y su madre y hermana. Pero Unax, mientras está en el campo se siente sólo, concentrado y sólo pensando en hacerlo bien.


Después de una semana difícil, por la incomprensión de sus compañeros, el número uno arrastró su cuerpo a un nuevo partido, deseando más que nunca no fallar para poder restregarle a más de uno su valía como portero. Sus piernas bailan nerviosas haciendo temblar a su sombra, a la espera en su soledad de siempre.


El partido va como de costumbre, la victoria será difícil que se la quiten, sus compañeros están haciendo un buen trabajo. Los gritos de ánimo no salen hoy tanto de su portería, el miedo a fallar le ha dejado un poco mudo y tan sólo grita para ordenar defender un poste. Algunos sustos vienen, pero por suerte el balón permanece alejado de su área.


Después de un descanso, los balones comienzan a acercarse a su portería, y Unax demuestra lo que vale, sale un poco a regañadientes, pero sale. Sus compañeros lo observan como si le hicieran un examen, y con el balón en la mano, Unax se siente bien, contento por el trabajo cumplido.


Pero a los pocos minutos, en un fallo defensivo, Unax tiene que salir a por un balón, el delantero le regatea y consigue por primera vez inaugurar su marcador. El número uno se queda con la cabeza baja, triste, sabiendo que ya no puede evitar lo que ha sucedido. A su equipo poco le importa que el fallo fue del compañero defensa, les hubiera gustado que Spiderman hubiera aparecido y hubiera arreglado su desaguisado, pero Unax tan sólo es un niño que no tiene los brazos elásticos. Por suerte su entrenador no piensa lo mismo y recrimina al defensa su acción.


Poco después otro gol en un rebote de mala suerte sigue el camino equivocado de la red de la portería. Todos saben que ha sido mala suerte, pero todos piensan que para eso está el portero, para parar los goles, sin darse cuenta de que si fuera por eso y los porteros cumplieran al pie de la letra su objetivo, no habría goles y por lo tanto, no habría fútbol.


Por más partidos que pasen, por más paradas que haga, por mas goles que le metan, Unax siempre estará ahí, en la soledad de su portería, en la soledad de su vestuario y en la soledad de sus sueños. Difícil será que los niños entiendan que es sólo un juego cuando sus padres berrean desde la grada deseando que sus hijos les jubiles. Pero, aunque siempre estés solo custodiando tu portería siempre nos tendrás detrás diciéndote lo bien que lo haces cuando paras el balón y que no pasa nada cuando el balón quiera seguir el camino del gol. No podemos quitarte tu soledad de portero pero si acompañarte en tus sueños de niño.

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