domingo, 27 de enero de 2013

Aquellos vecinos II: la señora Valeriana y sus silencios



La señora Valeriana era una mujer mayor de las de juguete, pequeñita y callada, arropada siempre por su delantal y su bata de felpa delatando manchas viejas y restos orgánicos sin definir. Sin su marido el señor Julián, parecía que no era nada, alargaba su sombra y obedecía siempre en silencio. Ahora que la recuerdo en el tiempo apenas recuerdo su voz, ni como hablaba y no sé si en verdad la oí alguna vez. Pocas veces la vi sentada y cuando salía a hacer la compra parecía invisible, nadie la veía, nadie la recordaba, nadie la oía.


Deambulaba la señora Valeriana por su pequeño piso, barriendo el suelo sobre unas baldosas tan abruptas, que más que limpiar repartía la suciedad entre ellas. Tenía unas gafas de pasta clara con una patilla mirando para un lado y la otra en sentido contrario, sus cristales eran de los que te aumentan el ojo y sus legañas se veían desde muy lejos. Su pelo completamente canoso viajaba por libre y nunca conoció una peluquería más allá del peine con el que pretendía disimular sus despertares cada mañana.


Su cara se arrugaba un poco más cada año y le nacían pelos blancos que se repartían en su bigote y barbilla, dándole un aspecto gatuno cuando la mirabas de cerca. En casa ella se encargaba de todo, recogía la bombona de butano y la cargaba sobre la estufa en la que se acercaba tanto con la cerilla que mas de una vez se le chamuscó el bozo provocando un olor ciertamente especial.


Ella era la dueña de su cocina, una cocina ubicada en el pasillo que llevaba al patio, con un mínimo espacio y con una cocina económica inutilizada por otra de gas colocada justo encima. Un fregadero bajo y de piedra a la izquierda cerraba la cocina con un grifo que salpicaba más agua de la que repartía. El resto de la cocina era un auténtico caos, todo apiñado, arremolinado, patatas con brotes alienígenas y restos de otros alimentos de otros tiempos.


La señora Valeriana lo hacía todo en silencio, cuando mis padres con el fruto de mucho esfuerzo acabaron comprando la casa, nos tocaba bajar a mi hermano y a mi a cobrarles el alquiler del mes, eran de los de renta antigua y ya nuestra paga casi era mayor que lo que bajábamos a cobrar. Golpeábamos la puerta y la señora Valeriana sólo con mirarnos, iba hacia su habitación y salía con un billete de cien, de los de Falla y alguna moneda que ya tenía bien contadas, todo en silencio, mientras el señor Julián desde su silla emitía ruidos y toses mientras movía su palillo y se rascaba como si no hubiera nadie en la puerta.


Cuando a su hija la asesinaron en la Universidad, la señora Valeriana parecía no afectarse, calló como siempre hacía, como guardando un secreto eterno que siempre se llevaría consigo. Pero aquello le afectó, en pocos años su cuerpo redondito se fue ajando y poco a poco se hizo más pequeña. Cuando murió su marido el señor Julián, siguió como si nada hubiera pasado, sin llorar y en callado silencio. Pero pronto se le empezaron a olvidar las cosas y se dejaba el gas dado, para disgusto de mi madre, que gritaba por la casa a mi padre diciéndole que podíamos haber volado por los aires. Al poco tiempo su cuerpo le dio un susto y un hijo se la llevó consigo, o mejor dicho, se llevó la pensión de la señora Valeriana consigo.


Desde aquel día, aquella casa que habíamos compartido con nuestros vecinos quedó entera para nosotros, con una planta baja en la que todavía quedaban las presencias y las sombras de nuestros vecinos. Al poco la reformamos toda con nuestro padre, derribamos paredes, acabamos con aquella cocina lastimera y convertimos aquel patio en algo mucho más habitable, pero eso ya es otra historia.

La fotos no son reales, sólo para apoyar la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...