miércoles, 16 de octubre de 2013

María y Mikel, la vida un regalo



María y Mikel, Mikel y María. Ninguno de los dos se conocía, y ni yo conocí a ninguno de los dos, pero no me eran desconocidos. No hablé con ellos nunca, pero sentía sus palabras muy cercanas. No les miré jamás a los ojos, pero siempre percibí una mirada cálida en sus rostros. No conocí a María más allá de lo que una televisión puede proyectar, pero siempre acepté una conexión especial con sus palabras. No conocí a Mikel más allá de lo que su madre me contaba entre palabras cálidas y silencios que no necesitan frases, pero siempre supe que había un amor de madre especial más allá de lo que se puede contar.


El viernes 11 de octubre los dos se marcharon, sin ponerse de acuerdo, sin conocerse, una mucho más popular, el otro entre el dolor del miedo al futuro de una familia. María de Villota se marchó temprano, en el silencio de la cama de un hotel. Mikel a las 10,15 entre tubos de una UCI y en estado de coma. A la familia de María le pilló de sorpresa, pero no tanta, ellos sólo pensaban en el año y algunos meses que habían disfrutado de su vida extra después del accidente. A la familia de Mikel les pilló como un alivio, a su lado, con la intimidad que da un cristal de por medio, y la maldita satisfacción que da un mal peor.


María hasta hace un año para mi, a no ser por su apellido era una gran desconocida. Mujer piloto de fórmula I, en un mundo de hombres, ya decía mucho de ella. Toda una vida preparándose para un sueño y cuando lo estaba tocando con los dedos un accidente casi mortal la trasladó a una realidad mucho más profunda, más cruel pero más humana. El despertar fue terrible, por dentro todo removido, por fuera un mundo sin perspectiva. Pasaron tan sólo unos meses y todo cambió, clínicamente parecía que todo se había arreglado y sentía y pensaba mejor que nunca, por fuera veía la mitad, pero jamás había visto tanto amor con tan pocos ojos.


Se dedicó desde entonces a compartir su descubrimiento, a decir que la vida es maravillosa cuando se mira todo con nuevos ojos, aunque sea con sólo uno, y lo decía todo con su dulce voz, con su tono amable que hacía más verdad lo que salía de su corazón. De conferencia en conferencia, de amigos en amigos y hablando de seguridad en los previos de Fórmula I, comía sus ganas de vivir la nueva vida que le había tocado disfrutar. Un día antes de que su corazón dijera basta en esa habitación de un hotel de Sevilla, María no había faltado a su cita con su amigo Manuel, al que descubrió una tarde de conversación franca perdida en busca de la catedral de Sevilla. Para Manuel María no se ha ido, para mi tampoco.


Mikel hasta hace un año no era nada para mi, la casualidad de una madre activa y sensible, que a través de la red, un pueblo como Anguiano y la casualidad, quiso compartir conmigo lo que sentía de mis palabras y el amor de su familia que le rodeaba. Me contó de su vida, de su arca de Noé particular, su caserío de Mendibe, lleno de animales, algunos sin suerte, que gracias a ella recobraban un nuevo sentido a la vida. Me habló de su familia, de sus padres, de Anguiano, de su hija Irantzu y de su hijo Mikel. Hablaba siempre de todo con apretado amor y orgullo.


Compartió conmigo en mayo la hospitalización de Mikel por una neumonía grave, y el otro día tuvo valor y tiempo para comentarme que Mikel se encontraba en muerte cerebral tras haberse atragantado con una miga de pan en el colegio. Los médicos auguraban un negro futuro, con muerte cerebral poco se podía hacer, sus padres tan sólo no querían verlo sufrir. Y Mikel finalmente tomó su decisión y se marchó sin dar ningún mal y repartir mucho amor. Para Sonia, su madre, Mikel no se ha ido, para mi tampoco.


María lleno de lágrimas mi corazón. Mikel también. Sentí la ausencia de dos desconocidos que sentía cercanos, mucho más que algunos conocidos. Sus sonrisas me acompañan, al igual que sus miradas, pero todavía más sus lecciones de vida, esas que no se olvidan nunca. María y Mikel se han ido, pero seguro que a Mikel le hubiera gustado pilotar un coche de fórmula uno más rápido que nadie o ponerse el parche en el ojo para ser un pirata malo, y seguro que a María le hubiera encantado conocer al burrito de las Encartaciones que cuidaba Mikel y que le recordara el nombre de todos sus perros.

Mikel lleno de lágrimas mi corazón. María también. Pero los dos me han ayudado a entender el camino para intentar ser cada día un poco mejor persona y comprender que la vida es el mejor regalo. Allí donde estéis, gracias.


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