viernes, 27 de abril de 2012

Mirando estampitas



Aquel día amanecía Vitoria sobre un cielo taponado de nubes, chispazos de azul y reflejos de tejados. Era un buen día para fijarse en los detalles, en las cosas pequeñas a las que nunca les damos importancia. Caminaba sin rumbo por el mundo de los detalles insignificantes.


El león de la fuente escupía un chorro de agua clara. Encerrado en su anillo, apretaba la cara y sus morros para sacar el agua fuera de su prisión pétrea. De cara triste y morro torcido la fuente se llena de un murmullo de agua rota al caer que hace elevar la voz de la gente.



En el suelo las palomas y palomos arrullan al compás del agua de la fuente, el león no les asusta y bailan a sus pies en cortejos incesantes de pronto y cansino vuelo. Cantalean unas y otras entre gorjeos de amor esperando que alguna patata frita caiga al suelo y traiga el desayuno a la mesa.


Me topo de frente con el Conde de Peñaflorida, le saludo cortésmente, pero hace como que no me ve y mantiene su mirada fija en el horizonte, será ilustrado y académico, pero nada educado, a sus 62 años la arrogancia no la ha perdido. Hoy sábado le hubiera tocado por sesión, cuestión de actualidad.


En las calles, dos vacas se arropan junto a la pared mirando a la gente pasar, todo un sanfermín-light con corredores de traje y peinados recién hechos, perseguidos por una ganadería, más bien parada y llena de color, de la que nadie se asusta, y que en el día, casi se convierte en invisible.


El anfiteatro se convierte en un buen despacho de wifi gratuita, apostados tras sus ordenadores, los directores corrientes, parece que van a empezar una carrera de velocidad, por ver quien teclea más. Su oficina pronto se llena de gente que de un lado a otro mira, sin fijarse en nada.


El reloj se muestra inexorable, no descansa, no para, con Celedón o sin Celedón, allí está, marcando el tiempo y haciendo sonar su campanita para que nadie se duerma. Su gran campana aguarda a retumbar en la mañana a la hora debida, no hay prisa, tan sólo es cuestión de tiempo.


La mañana se acaba para dejar paso al mediodía, y mientras, la gente en bancadas, se deja hipnotizar por el reloj de la torre, al pie de batallas ganadas, con la dignidad de un ejecutivo en chandal, y con los cantones abiertos a la oscuridad. Mirando estampitas, uno se da cuenta de todos los detalles que no le deja ver la vida.

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