miércoles, 17 de octubre de 2012

Mi segunda casa



Todas las mañanas mis lagartijas me están esperando en el porche de la casa de Asturias. Aguantan sin moverse, crucificadas sobre el madero con cuatro tornillos pasantes apretados con saña. Atacadas por arañas que les tejen hilillos durante la noche para que llegue yo a primer hora y de un manotazo arrase con tanto trabajo nocturno. Así empiezan las mañanas en mi casa de Asturias, mi segunda casa.


A un lado la zona más soleada de la casa, orientada al sur, con un jardín invadido por hierbas extrañas de puntiagudos cuerpos y raíces eternas, que me obstino en erradicar y cada vez van ampliando su reinado, pese a que con el cortacésped las decapito en cuanto levantan la cabeza. Las madreselvas crecen exultantes aunque entre ellas, de vez en cuando, se cuelan largas zarzas de finos pinchos que se camuflan entre ellas, aunque alguna vez traen de regalo ricas moras.


La zona del porche está más protegida del sol y de la lluvia. Allí descansan las tumbonas, que rara vez solemos usar, pues o bien estamos haciendo cosas en casa o bien estamos en la playa. El castaño ayuda dando una sombra que siempre es bien agradecida. Debajo del porche la mesa de comilonas y tertulias, portaaviones de moscas en busca de alimento y faro de velas en la noche. A un lado tirada la piscina olímpica de June que se defiende de la noche durmiendo boca abajo.


En la parte de atrás el mini cobertizo convertido en vivienda dúplex para nuestros dos gatos y la leñera que se convierte en un "guardaunpocodetodo", allí descansa el cortacésped y otras sillas que se dejan airear por el fresco de la noche y la brisa de la mañana. A la derecha junto a los troncos que todavía duran de la chopera de Anguiano de mi padre, está la bici, apoyada sobre el azul de la pared con su radiante color ciruela, esperando a que la saque a pasear un poco.


La campana inmisericorde, espera a que mi malvada mano la agite en el punto de la mañana. Ese toque tan molesto y agudo que los invitados a casa conocen bien, y que marca el comienzo del desayuno mañanero. El resto del día, aguanta colgada, sin decir ni "tilín", a no ser que algún atrevido ose romper el sagrado descanso de la siesta cuando se puede realizar.


Las hortensias este año han lucido esplendorosas, cierto es que cuando llegamos estaban más mustias que mustias, pero el agua de riego, en un verano tan seco, y las conversaciones alrededor de la mesa, sacaron lo mejor de ellas, unos rosas fulgurantes que poco a poco fueron desapareciendo, casi sin darnos cuenta.


El carro tuneado, heredado de June de sus primos vitorianos, iba de un lado a otro, y de un otro a un uno, la combinación de cuco y carro no hacían muy buenas migas por mucho que el fabricante así lo dijera, pero hacia su buena labor de paseo matutino y vespertino.


La boca de dragón de serpiente bífida doblada miraba al jardín sin escupir ni fuego ni agua, mucho tiempo a que el agua no surcaba por su garganta, momento que aprovechaban de nuevo las afanadas arañas para tejer entre su morro finas trampas para su despensa.


En el cobertizo, la luz farol se había convertido en guía, y al comienzo de la noche cumplía su tarea con una eficacia enigmática, atrayendo hacia sí, a múltiples bichitos que arrastrados por su luz se juntaban con otros muchos y allí montaban su juerga nocturna.


Al final, comenzaba a echarse la noche, y sobre el porche las luces alumbraban un nuevo momento. La temperatura, afortunadamente, bajaba y el silencio del anochecer se convertía en un momento precioso, lleno de paz y de tranquilidad.


Con esta serie concluyo mis recuerdos del verano, ya lejano, pero que todavía siento muy cerca. Mientras, tan sólo espero ver cuando llega el momento en que pueda volver para hacer sonar mi campana y quitarle las telarañas a mis lagartijas. Hasta pronto, mi segunda casa.

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