Como siempre me despertaba bastante temprano, algunos días hasta le ganaba al maldito gallo que en su corral quiquiriquea siempre a deshora, a su bola, bueno, mejor a su cresta. Se respira tanta tranquilidad a esas horas, hasta las luces que alumbran algo se muestran cálidas, los ruidos de la noche ahora están quedos y la obscuridad comienza a tomar formas.
Ya de día, bajo al salón para mirar que tal día hace, de la puerta de madera nace un chorro de luz tenue tamizado por la persiana anti insectos voladores. Todo parece estar sumido en la oscuridad, en la noche. No se oye nada, no hay ruidos, nadie es tan torpe como yo para estar levantado tan temprano en agosto.
Fuera el día se muestra gris, las montañas tapadas por una sábana de nubes y niebla, la temperatura perfecta, un poquito de fresco y nada de calor, hoy tendremos suerte, por fortuna hoy tampoco hará un día espectacular de playa.
La luz ya lo empieza a iluminar todo y el comedor cobra más vida, en la tele tonterías tras tonterías, pero se está tan bien.
Vuelvo a hacer el camino que me lleva al ático, con mis libros y mi ordenador, en agosto sin conexión a internet por autoprescripción mía. Subo las escaleras con cuidado, la madera es muy bonita pero también sonora y mi niña debe de seguir dormida. Leer y escribir en la paz absoluta.
Ya son las 9.30, es la hora de hacer la compra, la hora en la que abren los establecimientos, la hora en que los pescados están mejor. El día hacia el sur sigue gris, y las montañas todavía se muestran veladas.
Hacia el norte ya comienza mejor el día, los rayos de sol comienzan a inundar el "prau" y tal vez hoy, aunque ha amanecido un día gris, para nosotros sea un día maravilloso, seguro que sí.
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