miércoles, 21 de julio de 2010

Adurtza town y el balonazo



Cuando la noche va pasando y los conciertos acaban, la fiesta está en las txoznas, las gargantas cada vez chillan más y los movimientos parecen menos precisos, en el suelo vasos de plástico y las zapatillas se quedan clavadas por las sustancias pegajosas que ya impregnan el suelo, todos nos arremolinamos alrededor de las txoznas arreglando el mundo en conversaciones eternas y con palabras entrecortadas, al menos yo, ya que Víctor está igual que como empezó el vermuteo a la una del mediodía, pose recta y brazo en flexión de noventa grados sosteniendo la jarra de cerveza o kalimotxo, y siempre atento ya que sabe que pronto empezará la hora de los sucesos paranormales.



Este año no me quedé para vivir estos momentos tan surrealistas -ignoro si habrá habido algún suceso reseñable- pero recuerdo los vividos en años anteriores con mucho humor, hace unos años todo el mundo esperábamos la hora de comienzo de la práctica de un deporte que tenía atisbos de ser olímpico, "el balonazo", a las seis, siete de la mañana se soltaban dos o tres balones entre medio de las txoznas, los balones eran los de plástico malos que no pesan nada, de euro en los chinos y que para que salgan con fuerza hay que meterles una buena patada, y en ello estaba la gracia. En el momento en que uno pillaba el balón e iba a darle un buen balonazo al primero que tuviera enfrente, sin distinguir de hombre, mujer, perro, edificio, vaso, abuelo,… pero podían suceder dos cosas, la primera que le diera al balón -gran mérito en si mismo debido a la hora y al efecto del alcohol- al darle el balón salía para donde quería y en vez de dar donde en principio se esperaba se llevaba de cuajo el vaso de uno que estaba bebiendo tranquilamente en la txozna de enfrente y ya estaba montado el lío, o podía pasar una segunda, que en un exceso de euforia dispuesto a dar la patada de su vida a ese balón, engatillaba la pierna hacia atrás todo lo que podía para darle con todas sus fuerzas y cuando lanzaba la pierna le metía una patada al suelo que se dejaba los dedos a la altura del talón, alguno cuando pasa por esa calle se queda mirando al suelo y hasta llega a soltar una lagrimilla recordando los dedos que perdió aquella noche.


Siempre había que ser muy rápido ya que mientras te preparabas para darle una patada al balón con todas tus fuerzas, venía otro "tó" loco, o mejor dicho, cinco "tó" locos, y si no te dabas prisa la patada en lugar de al balón te la daban a ti, y claro está, ya estaba montado el follón. La mejor forma de ver el balonazo era quietos, en un sitio en el que más o menos las espaldas las tuvieras cubiertas, atento a todo y, por supuesto, con la jarra en la mano, a todo esto hay que sumar que venían balones por todos los lados con lo que había que estar siempre ojo avizor, siempre se decía uno mismo de no participar, que no merecía la pena darle una patada a un balón, que te jugabas la tibia y el peroné como poco, pero cuando se te quedaba un balón delante, parado, no podías evitar meterle un zurriagazo en condiciones. Los balones, claro está, se iban colgando en terrazas y balcones de casas, con el consiguiente abucheo para el que lo había colgado y la obligación moral de que trepase y lo recuperase, cosa que algún loco así hacía y subía por la fachada de una casa hasta llegar a un balcón en el que se podía juntar con la paisana en bata y camisón que se acababa de levantar por el ruido, os podéis imaginar la situación.

Conforme pasan las horas la situación siempre va degenerando, los balones se van pinchando y empiezan los primeros conatos de peleas entre algunos que son amigos de toda la vida u otros que no se conocen de nada, pero son de fuera del barrio (cosa poco habitual a estas horas), y degenera y degenera, que si uno baja con una espada toledana que tenía colgada en la entrada de casa, que si otro empieza a pegarle patadas a la txozna,… el caso es que al final siempre acaban haciendo acto de presencia la ertzaintza para controlar la situación ya que algún vecino -tal vez la de la bata- estaban hartos de tanto ruido. Mandan a los robocops y a una dialogante agente para amansar la situación, es en este momento, cuando va para allá Víctor para parlamentar con ellos y explicarles que no pasa nada, que está todo controlado y que la fiesta se va a acabar en breves momentos, que los dos que se están matando en el suelo no hay problema ya que son amigos, eso sí, todo esto sin soltar la jarra de kalimotxo de la mano. Los ánimos se empiezan a apagar y ya los primeros rayos de sol lo han teñido todo, y como si los que estábamos allí fuéramos vampiros, reaccionamos ante estos rayos de sol y empezamos a pensar que hay que volver a casa a dormirla un poco, no sin antes aprovechar que ha abierto la Marian y comernos unas bombas (de crema) recién hechas y calientes. Aahora, con el estómago bien revuelto ya podía ir a dormir, y esperar a que lleguen pronto las fiestas del año que viene, las fiestas de mi barrio putativo, gracias amigos.


Os dejo con algún buen vídeo de patadas, al balón, por supuesto:







2 comentarios:

  1. Yo no me solía quedar y me perdía esos espectáculos pero lo que me reía cuando me los contaban, no lo sabe nadie, es que lloraba y me meaba, todo junto. En fin, lo dicho, hay que esperar hasta el año que viene para volver a fiestas de Adurtza.

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  2. Si no te quedabas es que sólo eres de Adurtza a medias, la verdad es que a esas horas sólo quedan algunas jabatas.

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