miércoles, 14 de julio de 2010

Pauper de mi



Pauper de mi, que se han acabado las fiestas de San Fermín y la alegría por el Campeonato del Mundo de la Selección Española. Pauper de mi que hoy tenemos ya el debate sobre el estado de la nación y volvemos a la realidad de siempre, a que todo va fatal y a que unos hacen lo que pueden y que si nosotros vamos mal otros van peor, y los otros que ustedes no hacen nada.


San Fermín ya acaba y ciertamente este año han sido unas fiestas un poco raras para mi, es ya el segundo año que no subimos a vivir el ambiente de las fiestas, pero ése no es el problema, no me he acordado de ver algún encierro y pese a estar despierto desde varias horas antes el sábado y el domingo me perdí ambos encierros en directo, no me había pasado nunca.


Desde pequeño he vivido las fiestas de San Fermín con mucha intensidad, es lo que tiene ser hijo de una navarra, desde los 13 y 14 años, nuestros padres nos despertaban, a mi hermano y a mi, a las cuatro de la mañana para salir desde Leache a Pamplona, el viaje lo hacíamos medio adormilados y con un pañuelo en la muñeca -mi hermano en el cuello y con jersey blanco como manda la tradición-, nada más llegar a Pamplona pegamos nuestras caras a los cristales del coche, la gente en las aceras zig-zageaba, otros se dedicaban a los cantos populares y la mayoría intentaba miccionar aguantando como podían el sentido de la verticalidad.


Aparcar el coche era toda una aventura pero para eso Marchelo, hay que reconocer que tiene una gran paciencia. Mi madre corría desaforada hacia la plaza de toros para conseguir una entrada y ver la llegada del encierro desde el coso pamplonica. Recuerdo que los primeros años hacíamos fila diligentemente evitando los colones de última hora, pero en los últimos años negociaba con los reventas cuando consiguió romper su barrera de desconfianza. La noche era todavía reina del momento y la espera lo único que te hace es observar a todo el mundo con ojos de científico loco, sólo había que esperar a que abrieran la puerta y todos para adentro como si se fueran a llevar los asientos de piedra.


Entrar en la plaza mientras comienza a amanecer es todo un espectáculo, ocupábamos nuestra localidad, allí estábamos los cuatro, mi madre discutiendo con mi padre sobre las entradas que le habían dado y que no íbamos a ver bien la entrada de los toros, y mientras a esperar, la espera se hace larga, y pesa un poco el cansancio del viaje, pero enseguida empiezan a llegar los mozos a ocupar las gradas inferiores y el ambiente de fiesta es pleno y totalmente cachondo, te mueres de risa con muchos de los espectáculos que se pueden ver. A las 7,30 aproximadamente, salía la banda a dar la vuelta al ruedo y animar con pasodobles y demás repertorio de música tradicional, y mientras ellos estaban allí, se lanzaban los espontáneos dispuestos a dar su espectáculo particular mientras eran abucheados por todos. A la vez, vendedores de cajas de donuts y bebidas intentan ganarse el día, la Maribel sólo cede a los donuts, que duran apenas segundos en nuestras manos. Mientras algunos de camisetas blancas bañadas en vino, empiezan a caer ante los rayos de sol y sus ojos están por momentos más cerrados que abiertos para deleite de sus compañeros que les hacen burla.



Conforme se acercaban las ocho de la mañana la tensión y el silencio se podían tocar, a las ocho menos un minuto la plaza era todo un silencio, todos estábamos en tensión y nos mirábamos pendientes de lo que podía suceder. Dan las ocho en el reloj de la plaza, se oye a lo lejos un cohete y ya sabes lo que está pasando aunque no lo estés ni viviendo ni viendo, a los pocos segundos ya entra el primer tropel de gente por el túnel recibiendo la más sonora de las pitadas, conforme pasa un minuto cada vez entra más gente y a más velocidad, la experiencia es impresionante, puedes ver como la gente cada vez entra con más tensión y mirando atrás con el temor de lo que pueda venir, en nada aparecen los toros y los mansos, los dobladores actúan mientras los pastores reparten varazos a los imprudentes que se envalentonan ahora que están en la plaza, a la vez empiezas a contar cuantos toros han entrado en la plaza y enseguida se oye "faltan dos, faltan dos", pero nadie entra por el túnel, sientes que algo malo debe estar pasando, en nada entran los toros guiados por los mozos de siempre, son los únicos que se quedan cuando las cosas pintan mal, nada más entrar se oye un cohete que indica que todo ha acabado.


Ahora empiezan las vaquillas, lo mejor de lo mejor, mi madre se moría de risa viendo como lanza por los aires a los extranjeros y al levantarse sólo atinan a decir: "oh, my god, oh, my god", al igual que otros que se creen que las vaquillas son sacos de boxeo reciben la paliza de los mozos y sólo atinan a decir: "oz, myz gozd, ohz, myz godz", esto se debe a que ya les faltan algunos dientes después de esta experiencia. Tras pedir más y más vaquillas estas se acaban mientras el sol tiñe ya de color la arena de la plaza.


Damos un poco de tiempo a que despeje la gente -a mi madre no le gustan los agobios- y a tomar un chocolate con churros o con algo de bollería, después al coche y rumbo a Leache, a mitad de camino como siempre control de la guardia civil, que nunca nos paró, Marchelo tiene suerte para estas cosas, "hasta que no la tenga", me parece oir decir a mi madre. Llegábamos a Leache y a la piscina a disfrutar de ese solo que pica en esas vacaciones que entonces eran de dos meses. Gora San Fermín y por ti entono el pauper de mi, por no disfrutarte y por la tristeza que nos ha traído esta maldita crisis.

Aquí podéis ver en imágenes lo que cuentos:







Vaquillas en los años 70, imperdibles:



Y hoy en día:



2 comentarios:

  1. Recuerdo la primera vez que fui a San Fermín de fiestas, de la mano de David, tenía 20 años pero lo recuerdo como si fuera una niña pequeña, los ojos como platos viendo a toda la gente que había por todos los lados, el bueno rollo de todo el mundo y cómo estuvimos esperando a que llegaran los toros a la plaza, lo bien que me lo pasé con la banda, con la gente que cantaba, con la que se dormía. Reconozco que a mí las vaquillas no me gustan mucho pero también lo pasé bien. Y luego tomar un buen desayuno... Fue fantástico. Y los siguientes años también. Pauper de mí.

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