Nadie más que un niño sabe lo que asusta cuando de repente un día de esas Navidades de 1972 mientras estabas en tu clase de párvulos en el colegio de La Purísima en Zaragoza y te hacen formar en fila para salir a una de las salitas del centro, allí de repente vi a mi hermano Alfonso en un curso superior al mío y la verdad es que me dio bastante confianza, aún así temblaba mientras las monjas con sus túnicas blancas y negras nos formaban con perfección pensando que me castigarían por alguna trastada que habría hecho en el recreo, pero no, nada más lejos de mi imaginación, nos juntaron a mi hermano y a mi y nos hicieron pasar por una puerta, al abrirla había un hombre de traje rodeado de muchas luces y con aparatos colgados al cuello, al mirar a la izquierda una visión de terror, un hombre que parecía el rey de bastos, pero que no veía el bastillo por ningún lado, nos pedía que nos acercásemos a él. Mi hermano que era más bueno que yo se acercó enseguida a él y a mí me tuvieron que animar un poco, pero es que aquel hombre con esos pelos y esa corona me infundía cierto miedo. El señor se identificó como uno de los Reyes Magos, y yo sólo pensaba donde estaban los otros dos, creía que eran indivisibles, como la nocilla de dos sabores, nos preguntó si habíamos sido buenos, y tuve suerte que contestó mi hermano y así evité mentir, aunque por lo que me decían en casa, tal vez tendría que venir un camión de carbón a descargar mis regalos, más que malo, era inquieto, y eso no es bueno para la vajilla y las figuras que se colocaban sobre los taquillones. Con la respuesta de mi hermano le bastó y nos indicó que mirásemos al señor del traje, pero las luces ciertamente no lo hacían fácil.
Las monjas nos apremiaron a que juntásemos todos las manos y sonriéramos a cámara, mi hermano cumplió como el mejor con ese cuello de la camisa por encima del jersey y los pantalones al estilo cachuli, el rey mago cumplió mirando a cámara con contundencia y con un gesto un poco cansino de hacerse tantas fotos con niños, y yo como no podía ser menos, despistado, con las monjas indicándome que miráse a cámara y yo intentando interpretar sus gestos. Allí estaba con mi pelo enmarañado, mi jersey de cuello alto que tanto me gustan, la bragueta medio abierta dando libertad de pensamiento a todo mi cuerpo y los pies hacia dentro, que tanto le cabreaban a mi padre. Por fin, el señor del aparato raro al cuello les dijo a las monjas que ya estaba y nos dejaron salir por la misma puerta que habíamos entrado y allí se quedó ese señor de corona, barba y pelos largos.
La noche de Reyes como la Navidad en casa eran curiosas, mi padre guardaba en una caja que sería como dos de zapatos juntas un árbol de Navidad plegable con unas bolas amarillas, rojas y verdes muy brillantes, espumillón plata y dorado, y se acabó, cuando llegaban estas fechas se reemplazaba la lamparita del salón que estaba sobre una mesita pequeña y se sustituía por este fenomenal árbol de Navidad que una vez colocado quedaba pobre, pobre, pobre,… pero a mi padre le hacía ilusión y eso era lo importante.
Las bolas una vez colocadas iban cayendo como la pedrea, una un día, dos otro día, y así hasta el final de las fiestas, lo mejor era verlas caer, votaban y votaban hasta que algunas hacían crack y se rompían, de esta forma cada año por Navidad quedaban menos bolas y el espumillón cada vez perdía más pelillos brillantes, los brazos del árbol de Navidad, escasos pero plegables, comenzaron a pillar artrosis con el tiempo y algunos de ellos se negaron a desplegarse, hasta que finalmente un año esa caja que cada vez contenía menos cosas desapareció.
Los Reyes eran diferentes, mi madre nos hacía limpiar los zapatos para luego sacarlos a la ventana por la noche, en aquellos años, mirar por la ventana de noche daba cierto miedo, ya que existía la figura del Sereno y era con lo que mis padres nos infundían miedo si nos portábamos mal en las numerosas peleas que teníamos y más en aquella época que compartíamos cama, aludiendo a que iba a subir el Sereno, por eso, al sacar los zapatos fuera yo personalmente no las tenía todas conmigo, pero que se iba a hacer. Al despertar por la mañana en los zapatos aparecía curiosamente alguna moneda y en casa mis padres me decían que los Reyes nos habían dejado unos regalos pero que los teníamos que compartir, vayamos por partes, primero que nos lo habían dejado los Reyes, yo lo que sabía es que había estado con el señor de pelo largo y barba y no me había dicho nada, es más, no había visto a los otros dos, así que no me lo creía mucho: segundo, que había que compartir los juguetes, nos lo decían a mi hermano y a mi, a Zipi y Zape, a Pim y Pom, al día y la noche, así que habríamos con urgencia las cajas y cada uno para un rincón distinto con su botín.
Una vez que habíamos jugado un rato cada uno con nuestros juguetes, recuerda mi madre, que me acercaba a mi hermano y señalando un coche que nos habían regalado que poniéndole las pilas pitaba y encendía unas luces locas y circulaba haciendo eses como si estuviera borracho, lo miraba y le decía: lo rompamos. Así hacía con todos los juguetes, mi ilusión era destriparlos con la intención de volverlos a montar, labor que no conseguía nunca. Por cierto, que con el tiempo entendí la expresión que decían mis padres "que les tomábamos por el pito del sereno" y con dos talibanes como mi hermano y yo, no es para menos. Para todos mis sobrinos y los hij@s de mis amigos, feliz día de Reyes. Os dejo con una canción imperdible para este día: Los Reyes majos de los infravalorados Puturrú de Fuá:
Madre del Amor Hermoso!!!!
ResponderEliminarCómo me he reído: primero con lo de la foto, luego imaginando ese pobre árbol de Navidad y luego con los juguetes que compartías con tu hermano y que luego rompíais.... Qué par!!!
La verdad es que en mi casa, en cambio, estaba todo decorado con motivos navideños, el árbol y el belén. Y muchas luces, muchas...
Luego lo de los Reyes Magos nos lo creíamos totalmente, ... hasta veíamos las huellas que los camellos habían dejado en la calle y todo.
Teníamos una habitación vacía que era la habitación de jugar y allí estaban todos los juguetes esperándonos (ese día sí que madrugábamos y eso que yo era super dormilona) y allí estábamos mis hermanos y yo como locos abriendo los paquetes y allí pasábamos todo el día.
Ja, ja. En tu casa doy fe que hay un árbol muy grande y mucha, mucha luz, Esteban se encarga que los ovnis tengan pista de aterrizaje en Vitoria con las luces que pone en balcones y terrazas. Habría que ver que cara ponías al abrir tus Nancys.
ResponderEliminarYo me creía lo de los Reyes a pies juntillas, pero me daba una rabia tremenda no verlos nunca por casa, aunque solo hubiera sido saliendo de casa. No sé por qué, mi obsesión era saber su altura, las arrugas de su cara, el color de sus ojos, el tacto de las capas que los envolvían...
ResponderEliminarY yo era una niña muy conformada: mis padres me decían que pidiera a los Reyes pocas cosas, porque tenían que repartir los juguetes entre todos los niños del mundo, que éramos muchos. Y ahí estaba yo, pidiendo solo cosas útiles: una cartera para el cole, un estuche, lápices de colores, una libreta... De manera que cuando encontraba muñecas y juegos que no había pedido, me quedaba desconcertada, pensando en los niños a los que había dejado sin juguetes porque me los habían traído a mí, en un alarde de generosidad que no merecía.
Y poníamos árbol también en mi casa, era de lo mejor de la Navidad. Con unos espumillones que se guardaban de un año para otro, que en manos de niños siempre se enredaban y hacían nudos, y cada vez tenían más calvas.
Poner un árbol, cosa que ahora me resbala -será que no tengo niños en casa-, no me tomo ninguna molestia por adornar la casa de Navidad, y mucho menos por poner un árbol.
Así me va, este año no he tenido Reyes, por descreída e irreverente.
Ah, ¿pero los Reyes no existen? me acabas de arruinar toda la infancia. Ja, ja. Me encanta lo de tu practicidad a la hora de pedir regalos de niña, y tu malestar por el resto de niños del mundo (si hubiera dependido de ti, habrían tenido regalos todos). Y no seas tonta, si tienes espíritu navideño pon árbol, que a lo mejor pillas a los reyes entrando y les puedes ver de cerca y resulta que uno de ellos es George Clooney u similar y mira tú lo que te estabas perdiendo.
ResponderEliminarUn beso mú grande.