Paseando el otro día, en un día de esos de invierno que ponen a la ciudad una cara gris y cristales repletos de vaho, me acompañaba a mi izquierda el Huerva, un río afluente del Ebro, que trae sus aguas desde Fonfría, Teruel, en pleno Sistema Iberico a Zaragoza, durante 128 kms. para llegar desde mi más remotos recuerdos un agua marrón, tipo café con leche denso, que crea grandes aprensiones desde que eres niño y has conocido otros ríos con gran transparencia.
Sus aguas marrones me incitaron de niño a empujar a mi hermano a la orilla en venganza de otro día en el que él me había empujado en una de las fuentes del Parque Primo de Rivera mientras yo me aproximaba a ver los bichitos que había en su superficie, y vaya si los vi, tan de cerca que me bañe con ellos, así que a los pocos días lo intenté con el Huerva, pero apenas le conseguí mojar un poco los zapatos, creo que se lo veía venir, además tuve remordimientos, ya que pensaba poco menos, que de esas aguas que me parecían putrefactas podría salir el Vengador Tóxico o alguien similar.
Sin embargo, tras la remodelación de las riberas que se realizó tras la Expo de 2008, la imagen del Huerva ha cambiado totalmente, sus aguas ya no parecen tan marrones, sus orillas alternan piedras que controlan su cauce y la vegetación se ha conseguido controlar, impidiendo que crezca de forma salvaje y nada estética.
Se ha retirado la basura ingente que muchos desaprensivos tiraban como si fuera una papelera más, y además la han dotado de vida, siendo los patos los que ahora surcan sus aguas, con tranquilidad y señorío, toda una maravilla ver como hemos eliminado un marrón que tenía la ciudad. Aún tendré que ir a buscar a mi hermano para ver si le tiro ahora a estas aguas que no me dan tanto miedo.
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