Últimamente leo y releo varios capítulos de mi libro tortuga
Déjame que te cuente de Jorge Bucay, y le llamo libro tortuga, al igual que a tantos otros que leo, ya que apenas leo más de dos o tres páginas al día para intentar asimilar en la medida de lo posible su contenido, y es lo que me ha pasado cuando en varios capítulos Jorge Bucay entra en el concepto de la mentira.
A todos nos molesta que nos mientan, por que no es lo mismo decir la verdad que no mentir, y para decir la verdad no es necesario contar nuestra verdad, basta con no mentir. Pero se puede decir la verdad mintiendo, ya que se puede interiorizar tanto una mentira que acabe convirtiéndose en la verdad de uno mismo, yo mismo recuerdo que en la adolescencia utilizaba este mecanismo, mi mente inquieta y creativa creo una historia en mi cabeza que un día expuse a un compañero de clase en el instituto como si fuera la mayor verdad, y como se la creyó, cada día la iba completando y sucedían cosas nuevas como en un libro, siempre había capítulos nuevos de mi verdad, con el tiempo me di cuenta de lo absurdo de mi hecho, mi cobardía me impidió contarle nunca la verdad, pero me arrepiento, en esa mentira no hacía más que trasladar lo que a mí me gustaría y lo que él quería oir. Con los años el haber hecho una reflexión sobre la mentira y darme cuenta de lo estrecho de su camino me ha ayudado a resistirme a que la mentira se ajuste a mis deseos y tampoco a los de mis oídos.
Una reflexión muy importante que aporta el libro y que creo que debo superar, es el creer que cuando alguien miente, me mienten a mí, personalizo el problema como si fuera sólo hacia mi la mentira, y realmente el que miente, miente, me miente a mi y le miente al mundo. El mentiroso no miente para que no le juzguemos y valoremos su acción, como podría parecer, él mismo ya se ha juzgado y por eso emplea el mecanismo de la mentira como solución a algo que no es capaz de resolver por otros medios, y lo cuenta por si tal vez alguien más es capaz de darle credibilidad a su mentira, y así poder transformarlo en una verdad, agarrarse a ese nuevo ladrillo de mentira para trazar una nueva construcción arquitectónica. Reflexionar sobre que el mentiroso no me quiera mentir me ayudó mucho, que él mismo se juzgue antes me pareció triste, tiene que ser duro juzgarte a ti mismo, detectar un problema y en lugar de resolverlo, querer taparlo con mentiras que siempre son multidireccionales, de esta forma no podemos dejarnos entrar en que su problema se convierta en nuestro problema, y reconozco que superar esta fase me cuesta mucho, no me gusta la gente que no afronta los problemas, pero tengo que aprender a que no sean mis problemas.
Si hay un problema con las mentiras, lo tiene el mentiroso.
Aunque no nos lo creamos, desde pequeños nos educan para mentir, las malditas mentiras piadosas no son más que el aprendizaje hacia mentiras superiores, nuestros padres se hartan de decirnos que no hay que mentir y ellos nos dicen que los Reyes con sus camellos han entrado por el balcón del salón, nos asustan diciendo que viene el lobo y nos mienten para intentar conseguir lo que consideran correcto, y más allá del juego infantil está el mecanismo del aprendizaje de la mentira. Estos días, mi madre le decía a su nieto que su abuelo se había ido de viaje en lugar de decirle que estaba ingresado en un hospital para hacerse unas pruebas, al niño no le habría afectado la verdad, pero mi madre se juzgó a sí misma y decidió decirle lo que ella misma habría querido oir. Lo cuenta muy bien Jorge Bucay en un minicuento en el que nos vemos reflejados muchos:
Un niño acaba de ser descubierto en una mentira.
El padre deja de hacer lo que estaba haciendo y se sienta con su hijo para explicarle, en lenguaje sencillo, por qué tiene que decir siempre la verdad, pase lo que pase y caiga quien cai…
Suena el teléfono.
El hijo que está tratando de ganar puntos, dice:
-¡Yo voy!- Y corre a atender el teléfono.
Al cabo del rato, regresa.
- Es el corredor de seguros, papá.
-¡Uf! ¿Justo ahora? Dile que no estoy.
Ciertamente, no nos enseñan a no mentir, tan sólo nos dicen que no hay que mentir, lo de hacerlo ya es aguja de otro costal. Para saber si algo es mentira o verdad sólo hay alguien que lo puede saber con certeza y es el emisor de la mentira, pero
nadie tiene más posibilidades de caer en un engaño que aquel para quien la mentira se ajusta a sus deseos. Aquellos que se creen nuestras propias mentiras nos las pueden estar devolviendo el doble, sólo si te rebelas ante la mentira te empezarás a dar cuenta de las mentiras de los demás. Vivir de las mentiras es malo, muy malo, mentirse a uno mismo peor, mucho peor, no parar el castillo de naipes de las mentiras es un suicidio, muy suicidio. En el fondo siempre está el miedo a admitir la verdad y antes que reconocerla para muchos es mejor crear una mentira. No lo hagáis sufriréis el doble y lo trasladaréis a todos los que tengáis cerca y haréis daño a aquel al que la mentira no se ajuste a sus deseos. Afrontar el problema es acudir a la verdad, eludir el problema es vivir en la mentira.
Os dejo con un último minicuento de Jorge Bucay que lo expresa perfectamente:
En un pueblo había un señor que tenía una rara enfermedad en los ojos.
El hombre había estado ciego durante los últimos treinta años de su vida.
Un día llegó al pueblo un famoso médico a quien consultaron por su caso.
El doctor aseguró que operando al hombre podía devolverle la vista.
Su esposa (que se sentía vieja y fea) se opuso.
Interesantísima reflexión.
ResponderEliminarY ahora me pregunto, ¿no decir la verdad es también mentir? No me refiero a contar otra cosa, que entonces ya es una mentira, me refiero no contar a alguien una verdad que sientes, que te duele pero que sabes que a esa otra persona también le va a doler (lo puedes hacer porque le quieres, por compasión, por no complicarte la vida o por lo que creas oportuno...)..
Creo que los humanos también hacemos mucho eso y que muchas veces no decir una verdad a tiempo acarrea más problemas luego pero... las personas somos así de complicadas, ¿o no?
Cada uno puede decir o no decir lo que quiera, pero lo que creo que no se puede hacer es decir que sí cuando se piensa que no, eso es mentirse, y no lo justifica la compasión ni nada parecido, prejuzgar de antemano que a otra persona le duela algo es eso mismo, prejuzgar, en el fondo se miente para tapar otras mentiras. Y ciertamente, las personas somos complicadas, pero no tanto como nos lo hacemos.
ResponderEliminarBonita reflexión. Pero añadiría otra explicación: el mentiroso, más que juzgarse a sí mismo, juzga a los demás como personas incapaces de comprender su verdad/realidad, y teme su rechazo, y por eso miente.
ResponderEliminarReflexión que hago sin la más mínima base científica, como siempre.
Parece que las aguas de tu vida están volviendo a su cauce, ¿me equivoco?. Ojalá no.
Besos.
Yo antes pensaba lo que tu dices, pero ahora me doy cuenta que el mentiroso usa la mentira a sabiendas de que no ha hecho algo bien (se juzga) y quiere tener la potra de que el que tiene delante trague. Y ciertamente como bien dices no miente por temor a hacer daño, miente por temor al rechazo o a las consecuencias que pueda provocar su actitud verdadera.
ResponderEliminarDe momento, el tema de mi padre se ha solucionado, aguas que vuelven a su cauce, al ataqueeeeee!