lunes, 6 de febrero de 2012

Si está, siesta, si no está, también



Sobremesa: ese momento del día en el que algo acaba y algo empieza, un horizonte sutil entre la digestión, el sopor y el olor a café recién hecho, ese es el momento en que Pedro Hipólito es abducido por Morfeo y sus deseos se convierten en órdenes, puro duermevela con aroma dulce y conversaciones de fondo que no lo despiertan de su letargo vespertino.


Pedro Hipólito es un hombre obediente, de los de la vieja escuela, ordenado y limpio, y siempre puntual en la mesa a la hora de comer, ocupa su plaza en las mesas familiares y espera que empiece el sorteo de platos y bebidas que anticipa el hambre de mediodía. Los codos clavados a la mesa y en la boca un "venga, que es para hoy" que suena a cuerno quemado para el asado que apura sus últimos momentos en el horno.


La comida pasa con extraordinaria rapidez, a unos platos le siguen otros, chascarrillos, risas y vasos que se derraman, dan paso al postre y al final de la comida, y es en ese momento cuando Pedro Hipólito comienza a mutar, sus ojos comienzan a caer, al compás de su cabeza y aunque mantiene conversaciones en este estado, todo parece encaminar hacia el mismo fin.


Un fin que no es otro que el del reposo del guerrero, al pie de las fotos de la primera comunión de sus hijos varones y con el aroma de los restos de la naranja, sus ojos se cierran definitivamente y su cabeza se inclina, más por peso que por devoción, el sueño le impregna y nada puede hacer por evitarlo, mientras sus labios tiemblan en cada suspiro.


Otros días utiliza la táctica de la concentración, principalmente suele usarla cuando se tarda en servir la mesa antes del banquete familiar, la espera se hace larga y clava sus codos, mientras sus manos realizan una triple función muy singular, por un lado mantienen una imagen de reflexión o meditación que engaña a todos los que pasan alrededor, por otro le ayuda a sujetar el peso de la cabeza y evitar un aterrizaje sobre la vajilla, y por último, le sirve para agarrar las gafas y tapar las orejas, evitando así ruidos que perturben su descanso. Es su siesta del carnero esperando que llegue el cordero.


Así son las sobremesas de Pedro Hipólito, de auténtica envidia, consigue capturar el sueño, suceda lo que suceda alrededor, mientras los demás charlamos de lo humano y lo divino, bostezando cada dos por tres, Pedro, nos lleva ventaja y sueña en mundos maravillosos en los que él, es el único rey, entra en su mundo con la rapidez del lince, tan sólo dos segundos después de decir, "dos minutos y me levanto" o un "sólo descanso hasta que esté el café".


Por todo ello, propongo que hay que cambiar las imágenes y el contenido de Wikipedia, dándole al César lo que es del César, por qué, Pedro, como pocos, encarna la pura esencia de la siesta narcoléptica, con él, la siesta está servida, si está antes, o si está después, sólo es una cuestión de matices. Dulces sueños Pedro Hipólito.

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