viernes, 3 de febrero de 2012

Una plaza que resbala



Ahora que sobre Vitoria-Gasteiz ha caído una nevada de esas de impresión, no puedo dejar de recordar el fenomenal divertimento que instalaron en la plaza de la Virgen Blanca estas navidades. Rodeados de monumentos, torres de iglesia, casas con balconadas y ecos del Celedón, instalaron una pista de patinaje y otra para trineos que hicieron las delicias de los más pequeños, y como siempre pasa, de los no tan pequeños.


Aprovechando la inclinación de la propia plaza, seis vías de bajada llevaban a los intrépidos a los pies de la escultura de la batalla de Vitoria, lo curiosos era que a pesar de poder bajar seis a la vez, sólo se permitía bajar de uno en uno, ya que el problema estaba en la recepción abajo, sobre la moqueta verde en la que al no frenar se metían unos buenos piños, de no ser por el atento ser humano que los recogía abajo.


Padres, abuelos y familiares se agolpaban en los laterales observando la cara de velocidad que ponían sus  hijos o nietos, y no pudiendo evitar el susto final cuando llegaban abajo, hay gente que se asusta hasta cuando se derrama el café. La Virgen Blanca, desde su hornacina contemplaba con envidia las nuevas superficies también blancas, como ella, que habían instalado en su plaza.


Justo a los pies de los trineos una pista de patinaje, gente dando vueltas, los que más al sentido del reloj, los que menos a contracorriente, por hacerse notar; los que más con caras serias y de concentración, los que menos partidos de risa y cayéndose cada dos segundos; los que más mirando desde las vallas, los que menos dormidos en sus casas en una mañana de domingo preciosa.


También había una pista de aprendizaje y entrenamiento para los más pequeños o no tan pequeños, otros andando sobre ellas para acompañar al novato, intrépidos y valientes que acababan adorando el suelo con devoción dental, no sé por qué será, pero es inevitable no fijar la vista en aquellos que cuando patinan sientes que en breves momentos va a suceder la tragedia, te fijas en una presa y es verla empezar a mover los brazos desaforadamente en busca de equilibrios perdidos, mientras se acerca a la valla de protección sin poder parar, mientras otros patinadores la esquivan, el piñazo augurado tiene lugar, culetada al hielo, pero mucho valor para volver a levantarse y disfrutar.

2 comentarios:

  1. Ahora que veo esa foto de Vitoria, ciudad muy querida por mí, donde viví un año entero, trabajando, recuerdo de mi infancia un año que pusieron una rampa con una pista artificial donde poder deslizarse cuesta abajo, en la antigua Feria de Muestras de Zaragoza. Este hecho siempre lo he recordado porque es la única vez en mi vida que me he puesto unos esquís en mis pies. La bajada fue genial, para no saber nada de nada, y recuerdo cómo puse las piernas para bajar, y cómo fue la llegada. Recuerdo que no me caí, lo cual me llena de esperanzas ante la idea (totalmente irrealizable) de que algún día podré esquiar.

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  2. Veo, Javier, que los dos somos dos enamorados de Vitoria, a ti te tocó trabajar un año y yo, por suerte, fui a buscar allí el amor, pasear por su casco viejo muy temprano es uno de mis placeres irrenunciables. Comparto contigo lo del esquí, y que conste, que comparado conmigo, eres alumno aventajado, yo en mi vida me he puesto unos esquís, y creo que seguiré así por un tiempo.

    Un saludo.

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