Hace unos días estuve en Pamplona, tierra querida por mi, pude pasear un poco por sus calles y sus rincones, por los mismos sitios que tantos años he pisado en la nocturnidad de los sanfermines. Ahora todo se mostraba vacío, pero con gente, del barullo y la algarabía de esas noches, vivía el día a día normal de un lunes en una ciudad que seguía plagada de rojo y blanco, y en el que los toros seguían subidos por las paredes.
Las tiendas enseñaban lo mejor de la fiesta, camisetas, postales, kukusumusu e infinidad de regalos inútiles que seguro que ocupan algún lugar en muchas librerías y mesitas de cualquier lugar del mundo. Ofertas y reclamos en una ciudad que vive de noche y se despierta de día.
A pesar de las fechas seguía plagada de turistas que, o bien de propio, o bien de paso por la necesidad de conocer la ciudad que se viste de rojo, paseaban por sus calles imaginando una fiesta que no se puede contar y sí se debe vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario