Pilar, mi Pilar Castillo Lía, mi amiga, mi trocito de madre, mi confidente, mi compañera de trabajo, mi hombro de lágrimas, mi sonrisa perpetua, mi objeto de bromas, mi ayuda en los malos momentos, mi razón laboral,… mi gran Pilar.
Conocí a Pilar el primer día que entré a una Agencia de Publicidad, al segundo día ya estaba allí trabajando, Pilar siempre estaba detrás de una mesa, pegada a sus números y cuadrando aquellos bonitos libros de contabilidad hasta la última peseta. Pilar era (y es) la alegría de la huerta, con su sonrisa grácil y su inocencia infantil, era bastante fácil hacerla sonrojar. Los días con ella eran diferentes, bromas de oficina y engaños de jefes que pasaban facturas de cuatro carburadores para un mismo coche. Pilar era mi amiga-madre en la oficina, separada y con dos niñas, dignas herederas de su madre, Sara y Bea, la recuerdo con una energía tremenda, incansable, infatigable y muy divertida.
Cuando pasamos a ser Acys y yo entré en la sociedad, nos unimos todavía más, los dos trabajamos más que nadie para sacar el proyecto adelante, con ella compartí momentos duros, donde casi no teníamos ni para comer, y compartíamos los caldos que mi madre nos traía, o justo nos daba para comprar un bocadillo de baguette barato que hacían en un sitio cercano a la Plaza España. En aquella oficina viví sus amores y desamores, sus peleas y sus noches sin dormir, su infatigable mono de tabaco, el amor perdido, sus novios en lista de espera y todo con la mejor de las sonrisas. Así fuimos creciendo, poco a poco, hasta empezar a aprender un oficio en el que gracias a ella yo me quedé con toda la empresa, después de pasar desencuentros con el otro socio, ella tenía sus sueños, sus deseos y sobre todo, quería mi felicidad.
Se marchó para el sur, con la intención de descansar, y así lo hizo unos años, breves por desgracia, su madre, la gran señora Carmen, la eterna suspiradora, se puso mala y Pili, lo dejó todo por cuidarla, se dedicó a ella en cuerpo y alma, lo dio todo, su tiempo y sus mejores años, después de tantas cosas pasadas. Pasamos un tiempo viéndonos esporádicamente, y siempre con cervezas y risas, pero el trabajo, con su impasible mazo, me hacía postergar el momento de llamarle, aunque siempre encontrábamos un hueco para vernos. Este año la llamamos para darle la alegría de que Ana estaba embarazada, sabíamos que sería una de las personas que más se alegraría, y así fue, pero nos contó que estaba en tratamiento ya que le habían detectado esa enfermedad que nadie quiere nombrar y que por desgracia tantos sufren, estaba en pleno tratamiento. Cuando se encontró un poco mejor quedamos en vernos, y recuerdo que fue como si no hubiera pasado el tiempo, la seguía queriendo como el primer día que la vi, ver su sonrisa de nuevo era un bálsamo, estaba como siempre, tan coqueta que la peluca apenas se notaba, charlamos y reímos y quedamos en vernos pronto cuando ella acabase el tratamiento.
Nació June, y llegaron las vacaciones, siempre con miedo de llamarle, un miedo irracional, pero miedo. Siempre me daba a mi mismo, largas para llamar, mi mente buscaba excusas, tenía miedo. El pasado domingo que salimos a dar una vuelta, hablamos de ella, y por esas casualidades de la vida, cuando fuimos a tomar algo a un bar en la calle Heroísmo nos la encontramos, mis miedos se perdieron y me inundó una gran felicidad al verla, estaba guapísima, ya con su pelo, cortito y de color chillón, como es ella, la quimio ya había pasado, y ahora sólo le quedaban por delante unos años de pastillas y control, estaba radiante, feliz,… como siempre.
Hoy que es tu santo te felicito, aunque ya sabes que yo soy poco de felicitar en el día, me alegro de haberte conocido y quiero que sepas que tú siempre serás mi gran Pilar, mi Castillo o mi Lía, todo depende de lo guerrera que estés ese día. Te quiero Pilar y a tus vástagas también.
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