Mientras el invierno parece que por fin se abre paso, en la soledad de la fría madrugada, mis ojos se cierran y mi mente se va, viaja entre olores que se acompañan de recuerdos y suena a aromas que me remansan. Las olas golpean una y otra vez mi corteza, me inundan pero no duelen, son sueños tan reales como el pensamiento que los trae, forman parte de lo vivido que no se puede olvidar.
Recuerdos de un mar golpeando las piedras de Ibarrola en Llanes, espuma blanca a borbotones que a pesar de la distancia noto, siento que las olas se rompen encima mío, me gusta ese golpeteo contra el pecho de un agua ligeramente salada, pura como el cielo que refleja, verde como el azul que devuelve, mis pies se hunden en la arena y me quedo allí un rato, con los ojos cerrados y llenado mis pulmones de un viento que me sabe a vida, de un aliento que me sacia de esperanza.
Levanto la mirada y busco mi faro, sin necesidad de luz, me guía, sin camino que andar y senda que atravesar, con la nitidez que da el saberse nuevo, con la fuerza que da el sentirse mejor, tanto tiempo buscando una luz, para una vez encontrada no hacer sombra, destellos que giran y por los que lanzaría mi ancla buscando el cielo.
Mis ojos todo lo ven, pero ahora todo parece distinto, y mis recuerdos se tornan en paisajes perfectos, en prados de un verde rotundo y salvajes hierbas domadas por la lluvia, casas de piedra de tejados rojos y montañas de logotipos de cine arropadas de dulces nubes, el escenario perfecto para empezar a soñar.
Mientras el sol cae y la tarde entra en decadencia, las siluetas toman la poca luz que empieza a quedar y recortan, sobre las últimas nubes iluminadas, las formas de una naturaleza que me arropa y me acoge desde la distancia, sin sentir ni, frío ni soledad.
Pelean los últimos rayos de sol con las cimas, con las copas de los árboles y con mis ojos, pelea el día con la noche. La estrella brilla para decir adiós a una naturaleza que no olvida y que volverá a ver pronto, los últimos animales gruñen en contestación y se despiden del final del día, para dar comienzo al silencio de las sombras.
Pero el hombre es amigo de vencer al destino, enciende sus luceros mientras el astro desaparece poco a poco, entre la sombra negra, las ramas se estiran hasta donde no llegan, fundiéndose con otras líneas que surcan los cielos, las penumbras me encogen en un periquete, lejos queda el mar, pero aún lo siento, cerca quedan las olas que todavía me golpean, mis pies siguen clavados en la cada vez más húmeda arena.
Las capillas emergen a la luz del farol, cautivan y rejuvenecen en el tiempo, recordando pasadas plegarias y devociones lastimeras, generaciones que siempre piden y poco dan, procesiones humanas que invocan a dioses, adoro el silencio, me apacigua el sigilo de la noche, sólo tengo una súplica, no despertar.
La noche se me apodera, y aunque me dejo querer, vuelvo a sentir frío, la soledad abriga poco, y sólo soy una sombra más en la oscuridad, busco mi refugio y lleno de energía me retiro, apuro la candela de mi alma y prendo fuego a lo malo de mi esencia.
Siento el fuego en mis entrañas y me despierto de mi sueño, ya empieza el día y los sueños parece que se acaban, pero por un rato he sentido estar allí, entre acantilados y montañas verdes, rodeado de mar y arena húmeda, he tocado la brisa y he olido el mar, ahora, vuelvo a la vida, vuelvo a la realidad y pero me revuelvo entre recuerdos y me niego a despertar.
Sólo puedo decir, ole, ole y oleeeeeeeeeeeeeeee!!!!!!!!
ResponderEliminar¡Qué bonito!
Gracias, por ayudarme a soñar.
EliminarDavid, esa mezcla entre narrativa y poema esta muy lograda y muy currada. Me encanta.
ResponderEliminarGracias José Félix, me gusta que te guste.
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