viernes, 10 de diciembre de 2010

"Cerezos en flor", atrévete a atreverte



Una película preciosa sobre el amor y los deseos inacabados, de la realidad de cada uno, que siempre es distinta de la de los demás pero que por eso no deja de ser realidad también, una película que habla de amores de pareja, de amores filiales y de amores puros, una historia de silencios, de costumbres, de poco diálogo en la pareja, de cercanos desconocidos, de abismos generacionales y de sueños negados.


La película cuenta la historia de una madre con sus hijos ya mayores, una mujer volcada en su marido y en sus rutinas, a la que los médicos informan (ella es la que se preocupa) de que su marido sufre una enfermedad terminal y le proponen que hagan un viaje, algo que no hagan habitualmente. Trudi, la mujer decide no contar a su marido lo que le sucede y le convence para ver a dos de sus hijos en Berlín, allí se dan cuenta que ellos ya viven otras vidas y ellos no son más que un estorbo, sus asentadas vidas no lo son tanto, y el amor de hijo se empaña de rencores y reproches hacia el otro hermano que está en Japón. Desde los padres amor puro que comprende lo que significan ahora para los hijos, con esta situación deciden ellos dos solos ver el mar, la mujer no duerme con el peso del secreto de la próxima muerte de su marido y de lo que le espera en un futuro, y de repente, una noche se muere ella, en un hotel junto al mar, llevándose consigo lo que le pasará a su marido.


Todo cambia, la rutina se convierte en novedad, ya no está la compañera de siempre, ya nadie le ayuda al hombre a calzarse las zapatillas ni a ponerse la chaqueta, ya nada es lo mismo, a la incineración acuden todos sus hijos con la preocupación de quién se ocupará del padre, al que todos vuelven la espalda acusándolo veladamente de no conocer a su madre ni sus sueños. Al entierro tan sólo acude la pareja de su hija y le cuenta algo que su mujer le contó antes de morir y que el mismo no sabía.


El hombre descubre que tiene una deuda con su mujer y se aventura en cumplir su sueño, que es ver el monte Fuji y los cerezos en flor. Viaja a Japón y allí convive con su otro hijo para descubrir la realidad de un momento en el que viven ritmos y deseos distintos, el padre que está evolucionando emocionalmente no es entendido por un hijo que se convierte más en padre que en propio hijo. El padre vaga perdido por un Tokio extraño y raro para él, desubicado encuentra en los cerezos en flor el sentimiento puro de amor hacia su mujer al que le ayuda una joven adolescente tan desubicada como él, ambos emprenden un viaje hacia el monte Fuji como habría querido su mujer.


La película de Doris Dorrie es a ratos aburrida, pero lo que cuenta y la historia, es sinceramente soberbia, no te deja indiferente, dura y sincera a partes iguales que te lleva a una reflexión sobre la falta de comunicación entre la pareja y entre padres e hijos, la sinceridad de las palabras no existe, todos hablan a las espaldas, nadie es capaz de decir a la cara lo que piensa, la mujer calla la enfermedad terminal al marido y calla su sueño, el marido calla que no se come una manzana todos los días y calla que su trabajo es una pura monotonía, los hijos callan entre ellos y nadie es capaz de romper el silencio. En una metáfora del silencio cuando el padre llega a la casa del hijo en Tokio se marcha casi sin hablar con él, pero le deja cuatro mandos a distancia, para llenar la soledad en la que le va a dejar, incapaz de poder hablar con él, en una huida constante por estar permanente ocupado y no tener que hablar.


La danza Butoh (danza de las tinieblas o de las sombras), un baile para hablar con los muertos es el símbolo que se usa en la película para demostrar que está en nuestras manos preocuparnos de la comunicación y de las relaciones con nuestros cercanos, está en nuestras manos ayudar a cumplir sueños y no coartarlos, está en nuestras manos hablar y decir lo que sentimos, pero está en la sombra de nuestras manos negar los sentimientos, censurar y criticar sin entender, dejarnos llevar por una vida que nos arrastra sin sentir lo bueno de ella, aunque como cuenta la película nunca es tarde.


De verdad que me gustó mucho la película por su cercanía, dura, triste y alegre a partes iguales, pero te dan ganas de acercarte a casa de tus padres y abrazarlos, para decirles lo que les quieres, y no entiendo como algo tan grande, el día a día nos lleva a no hacerlo y a no entender a quienes han dado toda su vida para que ahora estemos aquí, lo dejaron todo por nosotros, se abandonaron a la rutina para que no nos faltara nada, dedicaron todos sus minutos a nuestros minutos, lo sacrificaron todo, cualquier muestra de agradecimiento es poca. Pero la lección de la película también es que no se deben abandonar los sueños, siempre habrá un momento, no hay excusas para hacerlos, nunca es tarde para vivir los sueños, sólo hay que atreverse.


2 comentarios:

  1. ¿Has probado a hacerte crítico de cine? Una columna como ésta, publicada, seguro que conseguiría vender más periódicos.
    Veo que os estais empachando de películas, a juzgar por todas las que comentas.
    Así me gusta, que estés amenizando la espera. Un beso.

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  2. Ja, ja, lo que me quedaba. La verdad que no puedo quejar de ver pelis, y encima con suerte, que me gustan. Sólo nos faltan las palomitas. Ya va quedando menos.

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