La abuela Rufa nos dejó ya hace quince años, se marchó sin ruido, sin dar ni mal, tan sólo cuatro años después de fallecer su gran marido Esteban, el abuelo Esteban. Rufina Moreno Díez, que así se llamaba nació un 21 de noviembre de 1919, un año lleno de crisis políticas y económicas sin precedentes y que obligó el 1 de junio a unas elecciones generales donde sólo podían votar los hombres, eso sí, podían votar todos, en esas elecciones ganó el conservador Antonio Maura y donde fue elegido presidente Juan Armada, un gobierno que duró poco más de un año. Pero poco importaba en el pequeño pueblo de Anguiano, en un tiempo entre guerras, mientras Manuel de Falla entonaba "El sombrero de tres picos" y Juan Ramón Jiménez acababa de escribir "Piedra y cielo", acababa de llegar una nueva niña a la familia de Rafael Moreno y Margarita Díez.
Fueron años duros, los que le tocaron vivir, de mucho trabajar y poco comer, de compartir con otros siete hermanos jergones y fogones, de lavar y lavar en el lavadero con sus dos hermanas, y de preparar la comida junto con su madre a sus cinco hermanos y a su padre. Así se le quedaron las manos, llenas de artrosis y huesos rebeldes. Desde niña conoció al que sería el hombre de su vida, el abuelo Esteban había nacido casi un mes después que ella, en un diciembre frío de necesidad, mientras en dos casas dos bebes lloraban por las noches pidiendo comida.
Recuerdo a la abuela Rufa en la encrucijada de caminos del barrio de Eras, allí donde la calle que abre el barrio se divide en dos, allí tenían su casa, a la que se accedía por un lateral, de los de agachar la cabeza al entrar y siempre subir mirando las escaleras, cada una a su aire. El pasillo a la izquierda conducía al cuarto de estar y allí en una de sus sillas, apostada estratégicamente con visión plena al salón se sentaba la abuela Rufa, con sus ropas de abuela de mil capas imposibles y su bastón bien cerca, con sus ojos siempre llorosos y el pañuelo a mano, para apagar las lágrimas. Recuerdo que la hacía reír, y ella me hacía feliz con su sonrisa, con su "oi, oi, oi…" como suspiro de las cosas que le decía. Momentos con sabor a pepinillo en vinagre, partidas de brisca y habitación oscura de bombilla de pocos vatios, por un momento, cierro los ojos y todavía la puedo ver, con los 93 años que tendría ahora, apartando el visillo y mirando por el balcón, y aunque ahora la casa se derribó y se hizo una mejor, la abuela Rufa todavía sigue allí, en el hueco de su balcón, cerca del espacio que ahora ocupa un marco con la foto de los dos abuelos, mirándonos cuando llegamos a Anguiano para preguntarnos cuándo nos vamos.
Hasta siempre, Rufa.
Jo David,que genio eres!! Me has hecho volver unos añitos en el tiempo para volver a andar por esa casa. Su "salita de estar" y su cocina, su alcoba, su "alto", su cuadra...Cuantos buenos recuerdos...Un abrazo muy fuerte
ResponderEliminarPara eso estamos, para compartir los buenos recuerdos. Un abrazo para ti.
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