miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un año de malas patas



Corría la mañana del miércoles, cuando de repente recibí una llamada, mi padre se había caído en el suelo y no se podía levantar, así que salí pitando con la bici para casa de mis padres, dejé las dos ruedas en la entrada y me encontré a mi padre tumbado en el suelo sobre una manta y replicando a todas las explicaciones que mi madre me intentaba dar, diciendo que se encontraba bien, que en un rato se le pasaba. Me negué a levantarlo y tras llamar al médico una ambulancia vino a buscarlo, nos fuimos a urgencias de la Clínica Montecanal. Allí le hicieron unas placas y tras esperar un poco le dieron la fatal noticia de que se había roto la cadera, mi padre se quedó blanco, él que pensaba que no se había hecho nada y ahora se encontraba con la cadera rota, se le vino el mundo un poco encima, no por la fractura o el dolor, sino por no poder ayudar en casa.


Y es que el escenario de casa no era muy halagüeño que digamos, mi hermano con la rodilla recién operada y mi madre esperando para operarse de su rodilla y colocarse una prótesis, por no decir que mi padre estaba recientito de su operación de prótesis en el hombro. Tampoco me había librado yo, en el mismo año había tenido una rotura de fibras en la pierna izquierda. Todos en nuestra casa teníamos un problema de mala pata, de una o de otra forma.


Mi padre se llevaba la palma, primero la prótesis del hombro, ahora la cadera y cuando pueda, otra prótesis para el otro hombro. La verdad que no pasó nada para lo que podía haber pasado, a mi padre, por eso de no pedir ayuda, se puso a limpiar unas lámparas por orden matriarcal, y cuando ya las tenía todas limpias y colocadas, en la última, la de la entrada, se había colocado un parapeto de subida digno de Exin Castillos, una escalerita de tres peldaños en la que en el último había colocado un banquito de madera, todo pintaba para una gran caída, pero realmente, la culpa la tuvo un mareo que tuvo cuando estaba arriba, se sintió desvanecer, y por más que se agarró a la lámpara cayó al suelo inconsciente. Por suerte sobre el brazo no operado y al contacto con el suelo se debió fracturar la cadera.


La primera noche la pasó disgustado por la chapuza de la caída, después de las analíticas y advertidos de su anterior operación que acabó en la UCI por su corazón, se lo llevaron a primera hora de la tarde a quirófano.


Allí nos quedamos, en una habitación vacía, sin cama, algo tan absurdo como un avión sin alas. Mi madre nerviosa y preocupada, y a la que había pillado en un par de llantos a escondidas, mi hermano comiéndose las uñas desde casa con su rodilla recién operada. Las esperas siempre se hacen eternas.


Nos llamaron a la sala de espera de la UCI, a la espera de la salida del médico que le había operado, curiosamente de la misma promoción que mi hermano, si en la habitación el tiempo pasa lento, aquí abajo todavía más. Por fin llegó el médico y nos tranquilizó, todo había ido perfectamente, le habían puesto una prótesis total y por seguridad lo habían trasladado a la UCI.


Al poco nos dejaron verlo, rodeado de cables y monitores, y con mi madre siempre a su lado, regañando entre ellos por cualquier tontería y con más amor del que he visto nunca. Permanecía como observador de un momento precioso. Mi padre se encontraba tranquilo y perfectamente después de la operación, ni transfusiones necesitó, en la UCI pasó la noche y a la mañana siguiente ya lo subieron a la habitación.


Pronto empezó a recuperarse y más con la visita de sus nietos, primero le fue a ver June, que no era muy consciente de lo que sucedía, pero alegró con su presencia aquel mediodía de hospital.


Una vez bien comidos los dos, el enfermo y la nieta, se quedaron dormidos como dos benditos, uno en su cama, y la otra en el sofá, compartiendo la paz y el silencio de la habitación, sólo roto por la entrada de alguna enfermera trayendo medicinas.


Las noches me tocó quedarme a mi de guardia, excepto la primera que se quedó mi madre, hubo que dejarle, era el día antes de la operación y su deseo era más sentimental que funcional. El sofá cama a diferencia de la vez que me tocó en junio con el nacimiento de June, era bastante peor, la espalda se clavaba sobre el somier y entre las necesidades fisiológicas de mi padre y el colchón, se hizo bastante dificil dormir por las noches.


El siguiente que le vino a ver fue su nieto Daniel, al que acompañó mi hermano que no pudo aguantar desde casa no ver que tal estaba su padre y con la pata quebrada ocupaba una esquina de la habitación. Daniel como siempre, imparable.


No paraba de moverse de un lado a otro, le dibujé una serpiente para que la pintase de colores, pero poco le duró la tranquilidad, giraba y corría de un lado a otro, mientras su padre y su abuelo lisiados le observaban con cierta envidia.


Pasó el día y mi padre poco a poco iba mejor, se incorporaba un poco más cada vez y al día siguiente ya le tocaba levantarse para comprobar que tal se había adaptado su cuerpo.


La noche pasó de nuevo con los mismos ingredientes, olor a hospital y medicinas, enfermeras que entran y salen, sueño y dolor de espalda. Por suerte mi padre era un enfermo ejemplar, ningún dolor, ninguna queja.


Al día siguiente la prueba de fuego fue perfecta, se levantó y caminó como Lázaro, primero con el andador y al día siguiente ya con las muletas, pese a algún mareo por falta de fuerzas se encontraba tan bien que a los seis días ya le han dado de alta, de vuelta a casa con una nueva prótesis y una vida por descubrir. Esperemos que haya acabado nuestra mala pata anual.

2 comentarios:

  1. Un beso muy fuerte para el tio Marce cada dia me deja mas alucinada con su fortaleza,me alegro que ya este en casa.

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