lunes, 28 de noviembre de 2011

Vitoria y Rodin, oscuro casi negro I



La noche se había apoderado de Vitoria, el frío comenzaba a adueñarse de todos los rincones, al dar la vuelta a una calle y encontrarme con la plaza de la Virgen Blanca, las luces brillaban más que nunca en una noche oscura, casi negra. Junto a la escultura de la batalla de Vitoria un manojo de réplicas de Auguste Rodin repartían magia y belleza a partes iguales sobre la esplanada.


Bronces desnudos que eran observados con ojos de asombro, con incredulidad espacial, con dramatismo y confusión, esculturas que miran hieráticas con poses tensas e historias pasadas, voces que se apagan en el ágora ciudadana, mientras disfrutamos de un arte vivo, de unas esculturas que parece que quieren hablar.


Todo un ejemplo de llevar el arte a la gente, de mover las paredes de los museos, de eliminar el tacto en el arte, de poder tocar y ver en todas las posiciones lo que esconden los patrimonios culturales. Disfruté como nunca, aunque ya las había podido ver en Madrid, sentí la pasión contenida cincelada a través de historias duras de unos ojos que lo miraban casi todo negro.


Rodin dibujaba desde niño como un poseso, con su tiza hacía nacer figuras sobre cuartillas de papel gastado, paredes desnudas o suelos desgastados. Cuando entró gracias a su padre en la Escuela Imperial del Dibujo y Matemáticas se dejó llevar por un maestro que le enseñó a tocar la naturaleza y desarrollar su individualidad, pasando del dibujo al modelaje de la anatomía humana. Pasó tiempo hasta que realizó su primera escultura conocida, la edad del bronce, una obra clásica tan realista y perfecta que los críticos lo acusaron de haber usado un vaciado sobre un modelo vivo. Rodin se volvió oscuro y desterrado en París donde inició su Puerta del Infierno que le llevó casi 30 años. En el año 1889 realiza una exposición junto con Monet y de nuevo las intrigas intentan rechazar su obra, convirtiéndolo en el artista más despreciado y discutido, a la vez que admirado. Rodín se volvió negro.


En su estudio conoce a una joven aprendiz que ha entrado a su taller con tan sólo 20 años, era Camille Claudel, inmediatamente se convirtieron en amantes, durante casi diez años, el talento innato de Camille se sumaba al tormentoso y oscuro idilio que tenía con Rodin, hombre casado, promiscuo y con Rose Beuret como amante permanente. Odios, celos y peleas mundanas en un taller de obras muy terrenales, con Debussy de amante también despechado y martillazos en la piedra como terapia. Camille tenía un talento prodigioso para la escultura que Rodin menospreció de la misma forma que lo hacían con él, humillada y vejada por un orgulloso Rodin, enloqueció en su estudio, entre cabezas de niños esculpidas destrozadas y multitud de gatos que aportaban a todo un olor nauseabundo. Denunciada por los vecinos fue internada en el manicomio de Montdevergues durante 30 años, loca al principio y cuerda al final, pero poco importó, ya que nadie nunca fue a buscarla y murió sola y abandonada, 26 años después de que lo hiciera su maestro y diablo, Rodin.


Para Rodin el artista elegía, a criterio de su sensibilidad y ojo, y así lo hizo en la vida, igual que lo hicieron con él, destruyendo lo que más quería y a la vez más odiaba, su irrefrenable personalidad, destrozándose por dentro y por fuera como alguna escultura que se destrozó en traslados de taller. Vida de sombras sobre bronces negros que cobran vida en la noche.


Los burgueses de Calais posan separados reviviendo una nueva escena, los personajes que reflejan a seis personajes de la Guerra de los Cien años que en 1347 ofrecieron sus vidas para salvar a la sitiada ciudad de Calais, y así la de sus habitantes. Terminó la otra en 1895, diez años después de su encargo, sus gestos, sus ademanes narran la tragedia del sacrificio humano que estaba a punto de suceder, desde la resignación al arrepentimiento, pasando por el odio y la rabia. Luces de farolas galácticas aumentan los brillos de los bronces, es tanto su impacto, que la gente tiene miedo de acercarse, tiene miedo de molestar.



El camino hacia la muerte se hace con paso lento y resignación, tensa, pero resignación.



Separadas las esculturas de los burgueses parece que bailan y actúan sin molestar a sus compañeros.



Parece que alguna escultura siempre estuvo allí, poco importa lo que fue, sólo donde está y lo que cuenta.



Monumentos de distintas épocas que se miran frente a frente, no se entienden, pero se respetan.


Mientras la gente pasea sus obras meditan, la gente lee a sus pies mientras el ruido del agua se funde con el de la gente en las abandonadas terrazas, un eco de silencio arropa a la escena.



El pensador se erige en un pedestal, el poeta Dante Alighieri frente a las Puertas del Infierno, ese era su destino, pero de poeta pasó a pensador de una obra inacabada, una obra que inmortalizó un gesto, una imagen para el verbo pensar, igual que otros lo hicieron para el verbo soñar.


La tensión y la rabia del que se sabe conducido a la muerte, orgulloso y dubitativo en su interior.



Escenas fuera de tiempo que se mezclan con el suave bálsamo del arte.


Maravillosa la puesta en escena e increíble el rato que pasé, una vez más, disfrutando de Rodin al aire libre, en la oscuridad de la noche e iluminado por las luces de sus infiernos personales. Más cosas así por favor.

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