martes, 29 de noviembre de 2011

Vitoria y Rodin, oscuro casi blanco II



Al día siguiente, con las luces de un día triste, sonámbulo, volví hipnotizado a la plaza de la Virgen Blanca en Vitoria, una extraña pulsión me atraía a volver a contemplar la oscura obra de Rodin de día. Cambié el recorrido, pero la sensación fue la misma, menos espectacular, más sosegada, pero igual de tensa y contenida, allí estaban las estatuas en el mismo sitio, muy distinto de su destino original, pero como si hubieran estado allí toda la vida.


Rodin, a camino entre un salvaje indomable y un genio con mucho carácter, todo un ogro para sus modelos que posaban desnudas y de las que intentaba explorar lo que había más allá de su sexo, entre acuarelas y carboncillo, salvajemente trazado, intentaba plasmar lo que más que ver se podía sentir. Dibujaba con avidez de niño que no reprimía su animalidad, y de sus bosquejos nacían las fotos de su desbordada pasión sexual, intentando llegar del instante a la eternidad.


Llegó la exposición Universal de París de 1889, la ciudad bullía arte y cultura, y Rodin no defraudó, con casi cincuenta años de martillo y cortafríos, agrupó 170 obras y bastantes de sus dibujos en un pabellón propio. El genio más discutido por sus coetáneos veía algo de luz y una oportunidad de ser visto y juzgado por más ojos estaba frente a él. Tras esta exposición llegó el reconocimiento mundial, ahora todos se plegaban al genio, todos contemplaban su obra y los que la juzgaban con maliciosa envidia cambiaban sus argumentos, sin más excusa que la ignorancia. Los encargos venían de todos los lados y llegó a viajar a España entablando una estrecha amistad con Zuloaga, el que también fuera amigo de Paul Gauguin y Emile Bernard, calado con su boina empatizó rápidamente con Rodin, arrastrándolo a corridas de toros y fiestas flamencas en Madrid, Toledo, Córdoba y Sevilla, le llevó a conocer el Greco que tanto adoraba Zuloaga, y también a Goya, pero Rodin, se quejó de que no sabían dibujar, su amistad tambaleó, hasta no poder hablar juntos de El Greco, mientras Zuloaga compraba el cuadro de la Apocalipsis en Córdoba ante el asombro del escultor francés. Rodin se quedó con ganas de ver a Velázquez y a Churriguera, en un viaje lleno de pasión y luz andaluza.


De espaldas, de lado, de frente y seguro que desde arriba el pensador se muestra estático, sin parar quieto, de su inestabilidad nace su equilibrio, de su tosco acabado su perfección.


De día la ciudad le arropa, acoge con su luz la obra de Rodin, que aparece contemplada por los balcones que se muestran más blancos que nunca, observando lo que ocurre abajo con la perplejidad del invitado inesperado.


Las figuras iluminadas por el sol tamizado de las nubes, se muestran menos dramáticas, más sinceras, más humanas, pero igual de expresivas.


Los burgueses de Calais se integran en la ciudad, dejando su drama personal atrás, abandonando el dolor  de su tragedia y mostrando su lado más humano, más real.


La tensión de ayer se ha convertido en calma, los músculos esculpidos se relajan y ahora las figuras parecen moverse con lentitud.


Otras posan firmes, serias, se confunden con la gente y sólo su color y material las delatan.


Las figuras bailan en la plaza, al son del día, que cada vez les trae más observadores, más mirones.


Y mientras la gente pasea, las esculturas no se giran, pero no se sabe quien observa a quien. Las vi de noche y las volví a ver de día, mañana las volveré a ver y me seguirán impresionando.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado lo que has escrito de Rodin. Lo he conocido un poco más. Y las fotos me parecen impresionantes.
    Gracias.

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  2. Por suerte estabas conmigo y las vistes en directo.
    Un beso.

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