viernes, 30 de diciembre de 2011

Fiestas en Quintana II: arriba la hoguera



Al grito del voceru todos empujan, son las fiestas de santa Olaya o Eulalia, en Quintana de Llanes, las gaitas acompañan la plantación de la hoguera, acompasadas por ruidos de niños y los coches que pasan por la carretera, como todos los años todo el pueblo al prau a estar unidos.


Por la mañana los del pueblo han salido a buscar la hoguera, un eucalipto de 30 metros aproximadamente que seleccionan y limpian de ramajes y corteza, lejos quedan ya las hogueras de chopo o aliso de otros tiempos, ahora reemplazadas por este árbol invasor.


Alrededor de las cinco de la tarde, eliminada previamente la hoguera del año anterior, cavado su agujero y sobre la quima colocadas las banderitas y alguna moneda para traer suerte, todos se colocan en sus posiciones, unos preparan, otros empujan y fijan con los soportes de madera y el voceru continúa marcando el ritmo, de fondo los voladores surcan el cielo rompiendo el barullo.


La gaita y el tambor suenan marcando el ritmo del trabajo, tonadillas que llenan el ambiente de una magia especial, arropada de ese gusto antiguo del hombre por los físico y la demostración de la fuerza de la unión de todos.


Al otro lado los vecinos, los niños, los recién llegados tiran de las cuerdas que se han sujetado con unos tornos en la quima, aguantan los empujones y clavan sus pies en el barro del prau.


Otros mientras rellenan con tierra y piedras el asentamiento de la hoguera, con la precisión que sólo da la experiencia, con la seguridad que sólo da haberlo hecho toda la vida.


Un esfuerzo y la hoguera se alza unos metros más, el atardecer es cada vez más evidente, y siempre hay fugas y reemplazos para tirar de las sogas, al fondo las chimeneas de las casas sueltan humo de hogar en la tibia tarde.


Esfuerzo y descanso se compensan, todo se hace poco a poco, con seguridad, la hoguera no se puede romper, y el voceru se encarga de que todas las pulsiones vayan al mismo ritmo.


Los soportes cada vez se acercan más al punto de gravedad y todos se agolpan como una piña en el centro, paisanos con foráneos, todos juntos, todos revueltos, todos esperando el siguiente esfuerzo.


La tarde cada vez se oscurece más y los montes cercanos hacen de muralla al prau, no hay prisa, sólo hay un objetivo.


Siempre hay alguien que hace algo y un montón que miran, luego los que miran son los que han hecho y los espectadores los que hacen, a cada uno su momento. Los soportes hacen su trabajo y permiten el descanso humano, antiguamente se reemplazaban por escaleras mucho más endebles y peligrosas.


Pero ahora las máquinas ayudan a acelerar el proceso, ahora rellenan con tierra lo que antes eran hombres a paladas empujando tierra y piedras al unísono.


Desde abajo el maestro de ceremonias indica bien hacia donde hay que empujar, la hoguera debe entrar recta y asentarse bien para asegurar su estancia anual, firme y segura.


Arriba le escuchan y obedecen, y a sus órdenes, empujan más hacia un lado o hacia otro en el próximo envite.


Otro esfuerzo más y los soportes casi se agolpan sin sitio, ahora los que sujetan las cuerdas realizan más esfuerzo, unos tiran, otros aguantan.


La hoguera está a punto de alzarse, el voceru grita más que nunca, la gente se abriga a sí misma con el frío que trae la noche cercana.


La hoguera ya está arriba, aplausos y vítores a las ramas que quedan en la quima, coronada de banderas patrias, últimos empujones de tierra y golpes que asientan piedras, allí reposará la hoguera hasta el año que viene.


Ahora es el turno de panderetas y cánticos a la santa y a la hoguera, por desgracia, parece sólo tarea de mujeres, en un fiel reflejo de lo que fue y tal vez no debería de ser.


A la orilla del prau los coches han seguido pasando, desde Balmorí a Posada, todos los vehículos frenan y miran mientras se alza la hoguera, nadie puede evitar la mirada.


Al otro lado, pegada a la carretera y a la iglesia de santa Eulalia, la carpa de fiestas espera, mientras se sube la hoguera, nadie toma nada, compañerismo que no falte.


Dentro la hoguera arrecia, la temperatura se agradece, el escenario abanderado patrio aguarda a orquestas por la noche y el camarero aguarda con sus tercios de Mahou, bien fríos, si puede ser.


La brasa se prepara para el amagüestu, sana tradición del otoño y justo fin para las castañas recogidas que asadas se comparten entre todos, acompañadas de sidra, como era antaño, o como cada uno quiera. Al final del día, la hoguera se queda sola en el prau, mientras el amagüestu se celebra a pocos metros, la soledad le espera hasta el año que viene que se vuelva a juntar todo el pueblo de Quintana.

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