miércoles, 21 de diciembre de 2011

Los fantasmas de la basílica de Llanes



Discurren los tiempos, pasan las vidas, pero uno nunca se acostumbra a las santas sorpresas que le depara el destino, por un momento y en un sitio los santos y vírgenes se convierten en fantasmas ante mis ojos, velados por plásticos y preservados, por fin, de la realidad.


Adosadas al pórtico románico abocinado de la basílica de Santa María de la Asunción de Llanes, la de Santa María del Conceyu, y protegidas por el pórtico del siglo XVI, dos mujerucas vigilan la entrada en puesto de privilegio mientras el sol las calienta. Dos extraños entran y leen un cartel, –¿no hay misa a las 11?– preguntan, interrumpiendo la paz de las vigilantes, –no–, contestan a dúo con seguridad aplastante y un tono muy caústico, –ni aquí, ni en ninguna iglesia en Llanes–, recontesta una de ellas por si no ha quedado lo suficientemente claro, los extraños huyen, y cuando ya están a una distancia prudente, la otra vigilante, un poco más compasiva exclama –la misa es a las 11,30–. El silencio se vuelve a hacer en la plaza y aprovecho para ocultarme de las miradas vigías.


En un descuido aprovecho y me enfilo hacia la puerta, que más que puerta parece la entrada a un túnel de vía estrecha, sobrecoge su inicio, pero no defrauda su contenido.


Dentro, un espectáculo fantasmagórico me espera, podría parecer una iglesia en mudanza o una casa abandonada en el tiempo, pero un profundo olor a química delata los botes de pintura de unos laterales, colores que conviven entre santos y velas beatas, entre dorados y maderas torneadas en columnas salomónicas.


Algún fiel, sigue a lo suyo, inhalando gases de pinturas de colores, entrando en éxtasis pintorescos mientras contemplan el retablo que narra la vida de María y que el propio Carlos I, a su paso por la villa, tras desembarcar en Tazones, coincidió con el artista que lo esculpía, para unos de origen francés, para otros más burgalés, para otros León Picardo, para mi una velada imagen de la que sólo refulge María con mucho esfuerzo.


Nada se salva, ni capillas ni púlpitos, todos se preservan del azote de la brocha gorda que pulula por la estancia, lienzos que cubren maderas y plásticos que parecen chubasqueros en un día de lluvia que no está por venir.


Entre columnas, bancos y devocionarios, los santos fantasmas se protegen con cinta de carrocero, ocultando su santidad y su protección mientras dure el repaso, hasta ellos se pueden tomar unos días de descanso.


Algunos, sin saber la causa, se salvan de la censura fantasmagórica que rodea a sus compañeros de trabajo, otras, vírgenes pero refulgentes, pelean por salir de su embalaje, con niño y todo, buscando la luz y evitando el agobio.


Las figuras se protegen, pero no de su dolor ni de su agonía, ni en periodo de descanso les quitan la cruz de encima, desconsolados aguantan la fantasmal escena, que ni tapada impide su paso, que aguarda a que llegue su semana.


A otras santas, parece que acallan sus bocas y gestos con energía, la cinta de carrocero se emplea con vigor para que no se fuguen de su encierro fantasmal, maderas revestidas en pan de oro que a medias se salvan de la censura del plástico, tan sólo unas velas de pega con ranura de moneda, como si fueran un futbolín, propugnan el destape para loar a una santidad que ni siquiera ella se reconoce.


Otras vírgenes custodiadas por angelitos alados, parece que rezan por sus compañeros de aula, rezan con resignación, o bien para que se lo quiten a sus amigos, o bien para que no se lo pongan a ellos.


En otras zonas, salvadas del misterio espectral, una solitaria llama ilumina escenas de muerte y reposo, una solitaria persona se acuerda de alguien y prende cera en su recuerdo.


En la cripta, un cristo yacente se muestra permanentemente enfocado, iconos de muerte que provocan la contricción del alma y que me llevan a recuerdos de niño paralizado por el miedo que veía en las iglesias, mucho más que en cualquier película.


Entre nebulosas aparecen retablos tallados y bellas figuras, que a la luz de las velas apagan sus miradas y sus gestos se tiñen de una tristeza plasmada en madera policromada.


Al salir un crucificado ostenta el record de peticiones en forma de velas, y junto a el varias disqueteras esperan recibir donativos o misivas por diferentes causas, buzones de ánimas y devociones a los pies del dolor.


Acaba mi recorrido y salgo a la luz, recupero el aliento de un olor a pintura que se me ha calado dentro, las mujerucas ya no están, ni a misa de 11,30 han esperado, a mis espaldas dejo la iglesia que un 25 de abril de 1973 en la visita de Pablo VI consagró en basílica, que denominan menor, sin saber los fantasmas que tienen dentro.

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